sábado, 25 de noviembre de 2023

REPLEGAR (2)

El agua de la ducha seguía cayendo, como si Leni pretendiera que su pureza (en realidad dudosa, según le demostrara una vieja novia que trabajaba en PSA), lavara todas sus manchas, en palabras de Rimbaud. Sabía que estaba en off side y que debía salir del baño cuanto antes pero en ese momento esa pausa tibia, bautismal e higiénica, ese paréntesis en el que todas las obligaciones, todas las estupideces y todos los mandatos quedaban suspendidos, se le hacía necesario, adictivo, infinitamente deseable. Pensaba en la vuelta a Bs. As, en la mañana del martes yendo a laburar y casi prefería ahogarse en la ducha, eso sí, acariciado por el agua tibia, como una postrera epifanía acuática. De ese limbo relajante lo sacó la voz de Vanesa. “Dale, Leni, metele, nos tenemos que ir...” Leni abrió los ojos, resignado, apoyó el jabón moribundo en la jabonera empotrada en la pared y cerró la ducha. Manoteó un toallón rosado y húmedo y se empezó a secar. Se puso los calzones, la remera, colgó la toalla mojada en un tender chiquito que había en el baño y salió. Vanesa lo esperaba, sánguche de pollo en mano. Se rió, para sí primero, después para Vanesa: “Bueno: esto es amor”. Vanesa sonrió apenas y le estiró el sánguche, al que atacó desesperado. Después del cuarto bocado se sentía casi normal, al menos en relación con la resaca. La vuelta al trabajo y al año que empezaba sin embargo se le hacía de una pesadez interminable, agobiante; pocas veces, tal vez nunca, la había sentido tan abrumadora. Vanesa miraba abstraída por la ventana. “Qué embole empezar de nuevo el año, ¿no?”, sugirió al pasar. Hija de puta, definitivamente era telépata. Leni sabía que no tenía sentido negar el hecho de que estaba pensando en eso pero tampoco quería quedarse en el terreno de Vanesa, así que optó por un cambio de frente. “No entiendo porqué no podemos estar en lo de tu viejo. ¿Qué onda, no te deja tener novio todavía? ¿A tu edad?” Vanesa sonrió, desdeñosa y cáustica. “Escuchame, se me ocurrió una idea. A mí me puede venir bien, a vos también...” Leni dio el quinto bocado al sánguche de pollo y la miró a los ojos. A esa altura sabía que Vanesa solo respondía las preguntas que quería. Como tenía la boca llena levantó las cejas y la cabeza, en señal de escucha. Vanesa dudó un momento y después abrió una lata de Quilmes stout que tenía entre las manos y que Leni no le había notado. Dio un trago modesto y se la pasó. Leni pensó por qué no y le dio un trago, expectante. ”Estaba pensando. ¿No te querés quedar a vivir conmigo?” La cara de desconcierto de Leni fue tan abrupta y espontánea que, por primera vez desde que la conocía, Vanesa se apresuró a corregirse. “Ojo, no como pareja ni nada. Y solo por un tiempo...” Leni seguía estupefacto. Lo peor de todo es que la propuesta le gustaba, aunque sabía que el experimento posiblemente terminara para el orto. ¿Pero cómo carajo se le ocurría a esta mina semejante posibilidad...? “ Y la idea sería que yo duerma abajo de la cama y que cada vez que aparezca tu viejo salga por la ventana...?” se le escapó la frase, que lo dejó satisfecho: por fin encontraba la ocasión de encerrarla para que diera alguna explicación sobre el tema. Vanesa le sacó sin énfasis la lata de Quilmes pero no tomó. “Mirá. Tengo una amiga que vive en un pueblo de acá cerca, a cincuenta kilómetros; Coronel Membrillo se llama...” Leni se rio: “¿Coronel Membrillo? ¿Y quién es el intendente; Capusotto?” Vanesa sonrió apenas. “No sé quién fue el pelotudo que eligió el nombre. Mirá, mi amiga se va en dos semanas para Buenos Aires. La casa es de ella y me la alquilaría barata.Y tengo la idea de armar un bar; en la parte de adelante de la casa, porque es una casa re grande. Si querés podrías laburar conmigo. Me dijiste que estás harto de tu laburo, y que de hecho tu jefe te dijo que era probable que cierre en breve. No sé...”. De nuevo, en realidad, la propuesta le encantaba. Replegarse ahí, en la provincia de Buenos Aires, con una mina que estaba bastante loca, era cierto, pero lo recalentaba y era piola. ¿La otra cuál era? No, mejor ni empezar a desplegar. “Ja. Llamame demente pero me gusta la idea. Renunciar renuncio hoy. Pero bueno, debería volver, rescindir el contrato de alquiler...” Vanesa dio un trago a la birra y se la pasó: “¿pero tenés que rescindir hoy...? Tengo peyote...” Leni la miró desconcertado: “¿peyote? ¿Peyote?”. Vanesa sonrió con una mirada extraña, que nunca le había visto. “Peyote, sí. De México...” Leni mantuvo su (espontáneo) desconcierto. “¿De Méééxico? ¿Y de dónde lo sacaste?”. Vanesa sonrió: “tengo contactos. ¿Querés que lo tomemos?” Leni dudó. Por un lado el ácido no le gustaba mucho, las pocas veces que había colado pepa se había perdido demasiado. Por otro era todo una aventura: hacía diez minutos tomaba coraje para encarar todo el tedio del año concentrado en su primera jornada laboral, ahora de pronto surgía la posibilidad de tomar peyote con Vanesa y mandar a la mierda todo. Era una picardía no optar por la segunda opción. “Bueno, de una...” Horas después, no sabía cuántas, Leni estaba solo en medio de un campo innominado, al que no sabía cómo había llegado. Observaba el azul profundo de un cielo ya nocturno, encandilado y eufórico, y pensaba: “las miles de voces. Escucho las miles de voces. Todas al mismo tiempo pero al mismo tiempo una a una. Todos los discursos que todas las personas del mundo están diciendo ahora: los entiendo todos. No me aturden. Son millones de murmullos. Los entiendo a todos. Todos dicen lo mismo. En castellano, en alemán, en mandarín... Todos piden que alguien desconecte la Matrix...” Ahí su beatitud de comprensión ecuménica dio paso a un despunte de miedo. “La Matrix... La Matrix, la puta madre. Estoy en la Matrix. Tengo que desconectarme. No importan las voces, no son voces de gente; las voces son el coro de la Matrix...” El miedo se convertía en pánico. Y de golpe alguien le tocó el hombro. Leni giró, aturdido. ¿Quién era esa mujer que lo miraba fijo? La conocía, sí, ¿pero quién era? “Me van a abducir, querido. Necesito que me escondas...” le dijo la mujer; Leni tardó pero conectó. Era la mujer del restaurant de hacía unos días, la que el mozo había sacado al final medio a los empujones. “Por favor. Ya me abdujeron hace años y me quieren abducir de nuevo...” De golpe una conexión nueva apareció: Esa mujer era la madre de Vanesa. ¿Quién era Vanesa? ¿Dónde estaba? La mujer ahora se alejaba. ¿Dónde estaban? Cómo habían llegado ahí? La madre de Vanesa estaba media escondida en un matorral cuando de pronto una haz de luz muy potente la enfocó. Leni cerró los ojos, abrumado por la luz, y cuando abrió los ojos la mujer había desaparecido.

martes, 7 de noviembre de 2023

COGER (2)

La luz del sol se filtraba apenas por la persiana entreabierta. Leni abrió los ojos y los volvió a cerrar, acorralado por la luminosidad modesta pero agobiante de una mañana de lunes en la que debería haber estado reincorporándose al trabajo. Pero, se daba cuenta, no solo no estaba reincorporándose al trabajo -en Buenos Aires- sino que estaba empezando, tímida, esforzadamente, a resucitar en la pieza de Vanesa, en el hotel de su padre, el demente rubio, en Termas Blancas. ¿Cómo había terminado ahí? ¿Cómo había terminado así? Se le agolparon algunas imágenes relampagueantes, discontinuas: Vanesa y él sentados bajo el sol decidido del mediodía de domingo, picando un salamín y un queso con una botella de vino recién descorchada; Vanesa y él destapando la segunda botella de vino y sacando de una parrilla improvisada con una especie de fiambrera pedazos de vacío fileteados que apoyaban en dos platos de madera cargados de chimichurri y pan francés; él cortando prolijamente con un cuchillo sin filo metódicas porciones de queso fresco y dulce de batata y destapando la tercera botella de vino mientras Vanesa intentaba usar el calor remanente del fuego del asado para calentar la cafetera; Vanesa y él destapando la cuarta botella de vino a los besos, sacándose la poca ropa que tenían encima y poniéndose a coger desesperados bajo la sobria delicadeza del sol de un atardecer incipiente, perfectamente dorado. Vanesa en bolas recostada sobre su hombro mientras él abría una botella de Smirnoff de melón y un vientito fresco pero agradable empezaba a empujar las nubes hacia el oeste, amontonándolas con un sol que se hundía redondo, solemne, casi trágico; Y ahí aparecía un hueco abrupto en su memoria; ahí donde debió haber terminado su despedida después de un par de medidas de Smirnoff y debió iniciarse su retorno a Buenos Aires, previo paso por el hotel para buscar sus cosas y por la terminal para subirse al micro, bueno, ahí... algo había pasado. ¿Pero qué? El dolor de cabeza era demasiado punzante y la sed abrumadora pero primero, y con un esfuerzo considerable, manoteó y abrió el celular. Solo un mensaje de su jefe, de hacía dos horas y trece minutos: “¿te pasó algo?”. Leni suspiró, algo aliviado, y escribió: “estoy en un quilombo. Disculpame, mañana estoy ahí...” Mandó el mensaje, tiró el celular al piso y se quedó pensando: ¿en qué quilombo estaba? Todo había empezado con el paseo con Vanesa a la Laguna Negra, hacía unos días. Si bien Leni tuvo la intuición de que algo pasaría nunca supuso que pasaría cómo pasó, con Vanesa quemando las naves tan rápido. A partir de ahí su estadía más bien monótona y vagamente nostálgica en Termas Blancas se había convertido en un carrusel sexual desenfrenado y confuso. Por un lado le parecía bien, por el otro había cosas que no le cerraban. Vanesa, pese a que le gustaba mucho, era rara, no le cerraba del todo. Qué pendeja más extraña: era como si su cabeza al mismo tiempo operase en varios planos de la realidad, dos por lo menos. Y la relación medio enfermiza que tenía con el viejo, que por suerte se había ido a no sabía dónde... De golpe Leni recordó el inicio del desvío que desembocó en su faltazo laboral: estaban con Vanesa vistiéndose y tomando el Smirnoff de melón, preparándose para levantar campamento, cuando Leni tuvo una intuición apremiante, punzante; sacó la vista de donde la tenía y giró la cabeza: en medio de la noche inminente descubrió una mujer que los miraba. Sobresaltado, le preguntó qué necesitaba. La mujer flaca, apática, absorta, no respondió. Leni se sorprendió al notar que la mujer era quien hacía unos días se había acercado a él en el restaurante para anunciarle que la iban a abducir. Miró a Vanesa; su amiga observaba todo sin emoción ninguna, aunque con un ligero despunte de sorna. ¿La conocería? “Vamos mamá... vení”, dijo Vanesa y se acercó a la mujer, para desconcierto de Leni. Después venía de nuevo un espacio en blanco y Leni aparecía sentado en una silla de paja destartalada, en una suerte de patio de piso de tierra donde incluso merodeaba alguna gallina trasnochada, debajo de una luna llena enorme, amarilla. Leni se acordaba de haber mirado el celular y haber pensado “tengo que salir ya para el hotel o no llego”, sin embargo al mismo tiempo tenía una sensación de abandono, de desgano cómodo aunque al mismo tiempo algo malsano. Dio un largo beso a la botella, respiró hondo; Vanesa se le apareció adelante. “Ya está, la acosté. Mi viejo no vuelve hasta mañana a la tarde. Quiero que me cojas toda la noche, ¿puede ser?...” Claro, había sido eso. No se acordaba bien cómo pero habían vuelto al hotel y se habían metido en la pieza a garchar enceguecidos varias horas. En algún momento, claro, se había desmayado. Leni se incorporó decidido a meterse en la ducha, vomitar todo lo que tuviera que vomitar y salir ya mismo para la terminal, comprar el pasaje y volverse de una puta vez a Buenos Aires. Estaba bajando los pies de la cama cuando Vanesa de golpe abrió la puerta, seria pero fría, imperturbable: “vestite y vení conmigo, que al final mi viejo está volviendo y no te puede ver acá...” Leni manoteó el pantalón y la remera, se guardó el celular y empezó a seguir a Vanesa, confundido. En el living la tele estaba encendida con el volumen casi inaudible pero Leni leyó en el zócalo de TN que el fiscal Nisman había aparecido muerto en el baño de su casa.