martes, 24 de octubre de 2023

MEAR (2)

Empezaba a atardecer. La pieza estaba silenciosa salvo por el canto nítido de los pájaros, que cada tanto aturdían amablemente su duermevela, y por el rumor rutinario y siniestro de los periodistas de TN que llegaba, monótono e insidioso, de alguna habitación indefinida. Leni abrió los ojos y empezó a pensar en la cena. Al restorancito del hotel atendido por el demente rubio no volvía ni en pedo; la comida era rica, casera y barata pero si al día siguiente el demente rubio le reclamaba de nuevo cien mangos... (“cómo me cagó la pendeja, por otro lado...”). La parrilla a la que había ido la segunda noche estaba bien pero no sabía si le iba a alcanzar la guita, le quedaban dos noches y estaba medio jugado. ¿Buscar una proveeduría o un almacén y comprar algunas cosas para una picada con un par de botellas de vino y una petaca de algo y comer en la pieza? Razonaba que era la mejor jugada y estaba por meterse al baño para mear y salir rápido cuando sintió dos golpecitos en la puerta, mínimos pero enérgicos. Dudó entre levantarse o fingir que dormía pero pensó que lo segundo no tenía sentido, si esperaba un rato tal vez cerrara todo y no le quedaría más remedio que comer afuera. Se acercó a la puerta, la abrió apenas: la hija del demente rubio, con una sonrisa expansiva, contagiosa, le mostraba un billete de cien pesos y le guiñaba un ojo. “Qué genia, gracias...” le dijo un Leni gratísimamente sorprendido, por los cien mangos, por la sonrisa de la pendeja. La chica no contestó; sonreía y no se movía. “¿Querés pasar?”, preguntó algo confundido. La chica seguía sonriendo sumergida en una alegría difusa, ligeramente asocial. Leni aguantó un par de segundos y se sintió obligado a insistir: “iba a salir a comprar comida y bebida para la noche. No sé... ¿me acompañás?” La chica se pasó la lengua apenas por sus labios finísimos: “olvidate de la comida. Yo cocino acá. Vamos a dar una vuelta y cuando volvemos te preparo algo”. Leni, azorado, con un princpio repentino de erección y una alegría vertiginosa contestó que sí, que de una y que ya salían. Manoteó dos latas de birra de la heladera y medio minuto después estaban caminando hacia la Laguna Negra, según le anunció la chica. Hicieron varias cuadras en silencio, tomando sorbitos apacibles, respetuosos de sus respectivas latas. Curiosamente para estar con una desconocida Leni se acomodó al silencio de la chica, que le resultaba agradable, incluso relajante. La única molestia de la situación es que no había meado antes de salir. Pero no daba para parare y mear en medio del campo con la chica al lado, salvo que se estuviera a punto de mear encima. La miró con carpa: era linda, muy linda. Y lo había invitado ella, sola, a salir a dar una vuelta. “Ojalá no esté soñando”, pensó Leni, y se dijo que no, que todo era más o menos normal y que entonces no podía ser un sueño, pero después recordó que en los sueños incluso los absurdos más extremos se naturalizan, entonces... “¿Por qué viniste a Termas Blancas?”, cortó su deriva la chica -que a todo esto todavía no sabía cómo se llamaba. Leni sintió que lo despertaban de un mundo paralelo en el que había estado a punto desviarse: ”Ehh... en realidad... bueno, dos amigos muy queridos murieron acá. Hace unos años. Murieron acá de casualidad, ¿no?. Y... no sé... pensé acercarme... no sé... para homenajearlos, o algo así”. La chica asintió, comprensiva. “¿Eran dos amigos varones?” pregunto la chica y dio un trago largo a la lata de Quilmes Stout. “No, no. Eran un varón y una mujer. Eran una pareja amiga, en realidad”, respondió Leni y sonrió por lo infantil que le sonó el término “varón” usado por la chica, que él había mantenido. La chica levantó los ojos y clavó su mirada en la mirada de Leni, que hasta ese momento iban en paralelo, hacia adelante, hacia el crepúsculo y la Laguna Negra: “¿estabas enamorado de ella, no?” preguntó la chica con una mezcla de sagacidad y desparpajo que a Leni lo desarmó por completo. Su primera reacción fue mentir pero después pensó “si esta piba no tiene la menor idea de quién soy...”. Tomó aire y por primera vez en su vida reconoció, delante de un tercero, que sí, que estaba enamorado de Natacha. La chica asintió despacio, reflexiva. “Y el tema es que eras amigo del novio... Seguro que a ella lo conociste por él, ¿no?”. Leni empezó a preguntarse ligeramente inquieto con quién carajo estaba hablando; ¿una agente de la SIDE? ¿Una adivina? ¿Una telépata? Decidió mentir, a ver qué pasaba: “no, en realidad fue al revés. Conocí a Seba por Natacha”. La pendeja lo relojeaba y le sonreía con sorna evidente (aunque cada vez se veía menos) como si supiera que mentía pero dejándolo hacer, porque lo iba a agarrar a la vuelta de la esquina. Leni, cada vez más confundido, se empezó a preocupar. Esto no era normal, ¿con quién estaba caminando, con la bisnieta de Shelock Holmes? Por otro lado las ganas de mear ya se le hacían intolerables. “Disculpame... ¿sabés que me estoy pillando mal? Freno dos minutos y seguimos...” anunció y ni esperó respuesta. Se metió dentro de una especie de matorral, medio al dope porque ya el sol se había hundido y se veía poco y nada; se desabrochó desesperado la bragueta, casi meándose encima y sintió la felicidad abrumadora de que el líquido que contenía su cuerpo se precipitara hacia la Pacha Mama con la felicidad ciega con que las cataratas del Iguazú desploman cientos de toneladas de agua por minuto. Meó lo que le pareció una eternidad amodorrada y placentera y empezaba a sacudirse cuando un movimiento brusco lo sobresaltó. Giró algo paranoico y en la penumbra última del atardecer que moría definitivamente descubrió detrás de él a la pendeja. “Disculpa, pero me parece que te puedo limpiar mejor que vos...” anunció, y acto seguido se agachó y empezó a chuparla la pija.

lunes, 16 de octubre de 2023

ARREGLAR (2)

La casa era una casa cualquiera. De afuera parecía linda, aunque descuidada; adentro, por lo que se adivinaba, se mantenía el descuido pero había algún encanto: un living amplio, con muebles antiguos, muchos cuadros de estética campera y una cocina modernosa, efecto de algún arreglo de fines de los setenta, principio de los ochenta, posiblemente el último arreglo que la casa sufriera. Leni se acercó cuidadoso, se asomó a la ventana, dio la vuelta a la casa con precaución. De nuevo no le pasaba nada, cosa bastante obvia. ¿Qué carajo le iba pasar? Saber que Natacha se había muerto ahí era lo mismo que saber que Natacha se había muerto en algún lado y eso ya lo sabía. Todos morimos en algún lugar; ¿tiene que ver el lugar donde morimos con nosotros? La cosa variaba pero lo seguro es que no había un vínculo intrínseco. Volvía a lo que desde hacía dos días lo confortaba: a Bali no llegaba. Se alejó un poco. Era media mañana y una mujer avanzaba con cuatro chicos atrás. Pensó en preguntarle algo, pero... ¿qué? Pasó la madre y sus -suponía-, cuatro hijos. Antes de doblar por la esquina el tercero de los nenes lo miró, una mirada cansina pero dulce y a la vez interesada, a la luz del sol mañanero, de un inusual color miel. Leni se acordó de una mirada parecida hacía muchos años: una compañerita de primaria que siempre que él hablaba de marxismo o de la revolución -”God, shame on me”- lo escuchaba con ese mismo brillo, ese mismo relampagueo de un dorado verdoso o de un verde reblandecido, amarillento, cargado de curiosidad. Eso pasaba cuando él estaba en sexto y séptimo grado. Después su compañerita terminaría cursando la secundaria a la mañana y él a la tarde, y aunque seguiría agitando el fantasma que Marx patentó en Europa a mediados del siglo XIX ya no volvería a ver ese brillo de ingenuo interés color miel nunca más. Su compañera, ya no compañerita, abandonaría su improvisada y ridícula cátedra de marxismo y se dedicaría más que nada a los chicos; tres o cuatro años después terminaría siendo secuestrada, violada y asesinada por un hijo de puta que la había levantado una madrugada en Ostende, un febrero muy caluroso de principios de los noventa. Él no había ido al entierro. No había sido cobardía, tampoco desinterés; no sabía qué había sido; no había ido. El recuerdo de la muerte de su compañera, en la que hacía muchos años que no pensaba, lo aturdió y se le mezcló con la muerte de Natacha; eso más las ganas de comer algo lo decidió a volver al hotel. Se compró un jugo multifruta en un kiosko y volvió caminando tranquilo, disfrutando del sol y del mambo agridulce que le había traído el recuerdo de sus, bueno, “amigas”. Cuando entró al hotel se cruzó con el dueño, un tipo grandote, rubio, pelado, de ojos muy azules y expresión extraviada, que medio se le fue encima: “pibe, me pasaste un billete falso” le dijo, ansioso, agresivo. Leni tenía cero ganas de discutir pero contesto con un agrio. “¿qué?”. El rubio pelado se apuró, molesto, bravucón: “me pasaste un billete de cien trucho ayer con la cena, querido. Hacete cargo...” De nuevo, Leni no tenía ganas de discutir pero el planteo era insólito. No tenía idea si le había pasado un billete trucho o no, pero si no se lo había reclamado en el momento...¿de que carajo hablaba? “Disculpame, no tengo idea pero si te pasé un billete trucho ayer, ¿porqué no me lo dijiste ayer?...” intentó contener la bronca. “Porque me dí cuenta hoy pibe, ¿me estás cargando? Cambiame ya el billete porque llamo a la policía...” Leni dudaba entre darle un tortazo al mamerto que lo apuraba o cambiarle el billete e irse a la mierda ya mismo, para no tener quilombo, cuando de la nada apareció una chica de unos treinta años como mucho, muy linda, con los mismo ojos azules extraviados de su -suponía- padre, quien se le acercó y le susurró: “mi viejo está loco. Dale un billete y yo después te lo devuelvo...” Leni la miró confundido; la mina le guiño un ojo. Eso lo ablandó al instante: “disculpe maestro. Capaz me pasaron un billete falso y no me dí cuenta...” dijo sacando de la billetera un billete de cien y estirándoselo. El energúmeno rubio/pelado agarró el billete, se lo guardó y ni contestó. Leni buscó a la mina con su mejor sonrisa pero había desaparecido. Confundido, molesto, entró en la pieza, se tiró en la cama, intentó leer a Onetti. Imposible, seguía aceleradísimo e indignadísimo con la escena de hacía medio segundo. Después pensó en Valeria, su amiguita de la primaria, y en Natacha. “Morfo algo y me abro un vino” decidió mientras encendía la tele y al toque se enteraba de que el fiscal Nisman iba a ir al Congreso el lunes siguiente para explicar su denuncia a la presidenta.

martes, 10 de octubre de 2023

DORMIR (2)

Leni abrió los ojos sintiendo una sequedad abrumadora en la boca, una puntada insidiosa en la cabeza y una suerte de desgano interminable, universal. "Bienvenido al universo de la resaca", pensó con el último resabio de euforia. El calor de la pieza era de una densitud espesa como el malestar en el que sabía que en breve empezaría a debatirse. Miró hacia la mesa de luz: "La vida breve" de Onetti, su vieja y deprimente billetera de cuero rodeada por monedas desparramadas en una suerte de inmóvil y modestísima danza financiera, y (claro) la botella de Chandon y la botella de Smirnoff, ambas vacías. De a poco reacomodó el rompecabezas de la noche anterior. La última ficha era el momento en que se sirvió la penúltima medida de Smirnoff y lo anegó (paradoja) en hielo; eso y el primer trago, que le supo a gloria, con la madrugada y un connmovedor cielo casi verdoso amagando echar a la noche; enseguida el zapping y el final de "El club de la pelea", con Edward Norton en calzones y Helena Bonham Carter de la mano, observando, atónitos, cómo el sistema financiero colapsaba, con los Pixies de fondo. Y de yapa una idea que se le había ocurrido; escribir algo que terminara así: un chabón y una mina de la mano, mirando estupefactos el final de un mundo. Después ya no aparecía nada, como si se hubiera desmayado, pero sabía que no se había desmayado porque había terminado ese trago y de hecho se había servido otro y había liquidado la botella y porque además se había logrado desvestir y meter prolijamente en la cama. La idea del chabón y la mina no estaba mal, pensó con cierto entusiasmo y decidió levantarse y encarar para el baño porque el vómito ascendía presuroso e inevitable como la actividad de un geiser. Pero pese a derrumbarse sobre el inodoro a la espera del inicio de la catarata post-etílica, la cosa no pasó de unas cuantas arcadas violentas pero liberadoras, que lo hicieron sentirse bastante mejor. Fue hasta la cocina, se hizo un café con mucha azúcar, se metió de nuevo en la cama después de ver el celular y enterarse de que eran las once de la mañana. Decidió, solemne: "hoy es un día perdido, por lo menos hasta la tarde. Hoy me dedico a dormir. Me quedan cuatro días. Y en todo caso da lo mismo..." Esa convicción más un trago largo del café lo reafirmo en su lucha oficial contra la resaca. Puso a cargar el celu y en el celu puso un disco que, recordó, le había recomendado Natacha hacía muchos años, una noche en un bar de San Telmo, que le había volado la cabeza; el disco en vivo de Dios. Al rato se dormía de nuevo mientras Pedro Amodio explicaba qué era para un/a porteño/a salir de noche en el corazón de los noventa. Cuando volvió a abrir los ojos se sentía perfecto, cosa que lo sorprendió; había supuesto que lidiar con la resaca le iba a costar varias horas, misterio que resolvió al manotear el celular: las seis de la tarde. Claro, había dormido todo el puto día. Bueno, a las once había decidido perder el día y había cumplido. Cerró los ojos de nuevo, satisfecho y hambriento, fantaseando con una parrillada y un buen totín para acomodarla. Se levantó, se hizo otro café, contó supersticiosamente la guita que ya sabía que le alcanzaba para cenar afuera, al menos esa noche. Se bañó un rato largo y a las siete y media salía de su habitación con ánimo de explorar, pero el destino quiso ponerle una parrilla a media cuadra y su hambre hizo el resto. A las ocho menos diez empujaba entusiasmado la manteca sobre un pan bastante seco, mientras esperaba una parrillada con chorizo, morcilla, chinchus, asado y vacío más una guarnición de fritas y un vino de la casa (a último momento por las dudas había decidido postergar el buen totín; nunca se sabía). El boliche estaba casi vacío, a excepción de una pareja que comía en diagonal a él y que casi no veía porque la tapaba una columna, pero los escuchaba porque eran bastante ruidosos, sobre todo el tipo. Mientras untaba con manteca un segundo pan llegó a la conclusión de que el viaje a Termas Blancas había sido una necedad; ¿qué carajo podía encontrar de Seba o de Nat en Termas Blancas si ellos habían llegado ahí de casualidad, para estar un día y después morirse? Definitivamente una idiotez, una muestra de necrofilia, patética como toda muestra de necrofilia. Pero también era cierto que a Acapulco o a la isla de Bali no llegaba, así que... bueno, en fin... pensaba esas cuestiones cuando una mujer grande, flaquísima, canosa y muy arrugada, que avanzaba apoyándose en un bastón, entró al boliche. Leni no le prestó mayor atención hasta que la mujer quedó casi a su lado. Leni, distraído, no se dio cuenta de que la mujer lo estaba mirando, de hecho fijamente. Cuando se percató de que la mujer lo miraba giró la cabeza y le clavó la vista: "señora, ¿necesita algo?... "Sí, querido. Me van a abducir. Ayudame..."

sábado, 7 de octubre de 2023

ZAFAR (2)

Hacía mucho calor y el ventilador era muy lento; "a tono con el pueblo", pensó Leni. Estaba en calzones, despatarrado en la cama, lata de Quilmes Stout helada apoyada en el centro de su pecho y sostenida por su mano izquierda. En la tele el minuto treinta y pico de Jurasic Park. "Todo, hasta el cine, me lleva al pasado", pensó melodramáticamente, mintiéndose a sí mismo, pero enseguida captó su mentira -inercia inevitable de los discuros prefabricados- y se corrigió. "Bah... en realidad es al revés. Adentro mío hasta ahora nada me llevó al pasado. Digo, nada directamente, si no lo pienso. Eso es lo loco. Pensé que... pero bueno, también con este calor..." Tomo un trago volcándose algo de birra en el pecho y se incorporó, sintiéndose un tarado. "Puta madre... ¿qué carajo estoy haciendo acá?..." se preguntó molesto, sacudiéndose de encima la cerveza del pecho. Apoyó la lata en la mesa de luz y ya que estaba medio levantado aprovechó para meterse en el baño y mear. ¿Qué carajo estaba haciendo ahí? Era una buena pregunta, sin respuesta clara. Una mezcla de turismo sentimental, ganas de dar una vuelta veraniega y no tener un mango, hartazgo o desinterés en socializar, etc. ¿Qué otra cosa lo podía haber llevado ahí? Bueno, sí. Eso. Pero "eso" entraba, diluido o camuflado en lo del turismo sentimental. Y ahí estaba, en un lugar que no lo remitía a nada, lo único que tenía relación con el pasado, pero con un pasado muy remoto, tan remoto como el jurásico, era Jurasic Park. ¿De su vida, o de esos aspectos de su vida etc? Nada. O la idea que tenía de recordarlos, o sea nada que no podría haber hecho tranquilamente acostado en su cama, en su depto de Bs. As. "Seba se me hubiera cagado de risa..." pensó y también sintió un reflujo agridulce. Por primera vez, desde hacía tres días, entró en sintonía y no pensó, si no que sintió la risa de Seba, esa seguridad que tenia el hijo de puta, ese convencimiento de que, en el fondo, todo pasaba por la cabeza. Paradójicamente era una de las personas, sino la persona, que más había viajado de todas las que había conocido. Pero esa idea que repetía "si sos un siome son un siome en Almagro o en el Taj Majal", bueno... Pero no era solo decirlo; había que ponerlo en acto. Y Seba lo había hecho. Bah por lo menos ante él. En el fondo nunca sabemos tanto uno de los otros. Terminó de mear acomodando esas ideas y decidió que las sábanas estaban demasido pegajosas para volver a acostarse encima. Ok, a tomar un poco de aire. Se calzó las bermudas azules forcejeando con el cinturón, se puso la remera, remató la lata, sacó otra sintiéndose confortado con que, después de la cuarta, lo esperaba en la heladera el champagne que le había regalado Bruno para su cumpleaños y, helada y blanca, la botella de Smirnoff. Abrió la lata y abrió la puerta casi al mismo tiempo. En la calle el calor era el mismo pero más liviano, más disperso. No era tarde pero había cero movimento: un auto pasaba desganado, una sirena se oía muy pero muy lejos, los perros ladraban constantes, siempre distantes, frenéticos siempre, los árboles -pinos tal vez, ninguna idea tenía de botánica-, sususrraban casi para sí con ayuda del viento su himno íntimo, verde y sutil; Leni dio dos tragos largos de cerveza y empezó a alejarse. Se felicitó por no haber hecho lo que en un momento pensó, salir botella de Smirnoff en mano. No estaba en pedo pero esa impunidad falsa de las vacaciones más las tres latas de birra previas... Uf, ahí mandaba la bonaerense. Perfil bajo y listo. Caminó cuatro o cinco pasos y una explosión de ladridos lo hizo retroceder casi en sentido físico. Tres o cuatro mastines descontrolados avanzaban con intenciones al parecer homicidas sobre su persona. Leni dudó un segundo pero después empezó a retroceder apurado, casi al instante desesperado. Terminó metiéndose en la habitación a los empujones y tirando la lata de birra a los mastines que a dentellada limpia le marcaban, al parecer, que no era bienvenido en Termas Blancas. Cerró la puerta a lo bestia y se derrumbó para atrás, atajándose y cayendo con cierta elegancia. Había zafado, zafado de pedo, zafado mal, no se lo habían comido por una cuestión de milésimas de segundos. Leni se derrumbó en la cama, habiendo manoteado la botella de Smirnoff. Hijos de puta, ¿qué mierda era esa jauría demoníaca? Pensó que con algo menos de velocidad no tenía claro si se lo hubieran morfado o no pero seguro un par de mordiscos se comía. Se estiró en la cama y encendió de nuevo la TV, hacía años que no veía TV de aire. Zafó (también) de Jurasic Park; hizo un poco de zapinng y se clavó en TN. Un fiscal, que no tenía idea quién era, en medio de bombos y platillos acusaba a Cristina de traición a la patria.

domingo, 1 de octubre de 2023

REPLEGAR

El Chueco le dio una seca agónica al porro y lo apagó sin energía, casi dejándolo chocar contra el cenicero; después tomó un trago desganado de cerveza. Parecía que le hubieran acabado de leer su sentencia de muerte. Negaba con la cabeza, aunque no histérico, más bien reflexivo o resignado. Alayo lo miró seco, Jonhy en mano:"escuchame, pelotudo. ¿Qué te pensaste, que todo esto era un juego? Y si es un juego se gana o se pierde, pero siempre a los tiros. Listo". La arenga, corta pero al parecer convincente, despertó al Chueco y lo sacó de su abulia fatalista. Apuró la cerveza y "perdón, perdón. Es que no me esperaba toda esta mierda de la nada..." No, claro. Él tampoco se la esperaba. Pero la mierda, como el arte, según le había explicado la puta de su ex, ocurre. Y hacés todo bien pero la mierda te aparece aunque no hayas cagado; y entonces no te queda otra que limpiar. Bueno, esa había sido su especialidad, por eso estaba donde estaba. Se lo había dicho Aduriz cuando decidió dejar todo a cargo de él, hacía ya unos veinticinco años: "Alayo, vos sos un sorete y un vicioso. Pero sos limpio. No dejás cabos sueltos. Sos la persona que necesito..." Y ahora él era Adúriz y necesitaba delegar todo, el tema es que no tenía a nadie limpio, al menos limpio como él. Y encima se le había armado una guerra de la nada, una guerra que no sabía quién peleaba, una guerra que lo único que sabía era que el bando agredido estaba formado por él y los suyos. Ja. Y él pensando en zafar. El Chueco terminaba la lata de Quilmes y acto seguido abría otra, sin dejar de menear la cabeza. "Pobre Chocolate. Y pobre Picapiedra. Picapiedra era un hijo de puta pero Chocolate no. Qué pena. ¿Y qué carajo hacemos? ¿Contra quién peleamos? No entiendo..." Alayo tampoco entendía. Había hablado con Marasco, con El Viejo y con Adúriz Jr. Teóricamente ninguno de los tres tenía nada que ver y estaban igual de desconcertados. De ahí a que fuera verdad, bueno. Pero su olfato le decía que no, que no tenían nada que ver. ¿Alguien se quería meter de afuera? Pero para meterse de afuera había que armar una guerra. Y una guerra era lo menos limpio que podía existir, por eso en su cabeza no entraba la posibilidad. Pero capaz era eso, alguien de afuera. Y si era alguien de afuera, bueno tenía que tener mucho pero mucho resto para mandarse así. Ya le había resultado muy sospechoso que El Lungo, después de tantos años, los intentara cagar. No le cerraba ni ahí, El Lungo se la bancaba pero a él le tenía terror, no iba a armar ninguna jugada solo, tenía que tener una banca fuerte, o sea: Marasco, El Viejo o Adúriz Jr. ¿Pero por qué mierda Marasco, El Viejo o Adúriz Jr iban a querer cambiar las reglas si todos estaban tranquilos, llenos de guita, chochos de felicidad? No tenía sentido. Era alguien de afuera... ¿pero quién?. Por ahora no importaba, mejor dicho; ahora había que posicionarse a la defensiva, hasta entender qué carajo pasaba. "Escuchame, Chueco, escuchame bien. Alguien nos quiere correr. No sé quién es pero es de afuera. Nos quiere muertos y si no escrachados, porque sabe que si acá se mete el periodismo antes o después vamos todos en cana. Hay que replegarse y limpiar todo. Picapiedra no es de acá, que se arreglen los de Coronel Membrillo. Ya hablé con la mujer de Chocolate, vamos a decir que fue un infarto..." El Chueco empezaba a recobrar la seguridad, tal vez por el abuso de cerveza, tal vez por la entereza de Alayo. "¿En serio la mujer de Chocolate no quiere vengarse?" preguntó extrañado mientras tomaba un trago de birra medio atragantándose. "Por supuesto que quiere vengarse y ya le aseguré que lo vamos a vengar. Le aseguré que a los que mataron a Chocolate los vamos a pasar por la máquina de cortar fiambre del almacen de Don Gutiérrez y los vamos a reducir a medio millón de fetas. Pero para hacer eso necesitamos tiempo. Y si tenemos a los medios nacionales o de la provincia cubriendo una guerra en Termas Blancas no vamos a poder hacer nada. Necesitamos tiempo y necesitamos entender qué pasa..." El Chueco, ya definitivamente compenetrado en su rol inmediato, asentía convencido y vagamente eufórico. "Hijos de puta. De una, ¿qué carajo se creen? Como usted dijo, de acá salimos a los tiros...". Alayo remató el Johny, se sirvió otro y le sirvió una medida a El Chueco, la primera vez que lo hacía en varios años de trabajo conjunto. "Tomá, pelotudo, si vamos a morirnos por lo menos tomá un trago de esto. Y no. No vamos a salir a los tiros ahora. Yo ya me puse custodia pero a vos no tengo cómo justificártela. Guardate un par de días, una semana por ahí, en la casa de algún amigo, familiar o mina que te cojas y que no viva en Termas Blancas. Dejame entender qué carajo pasa..." El Chueco asintió, aprobando. "Rica esta mierda. Hubo que esperar a que nos intentaran matar para el convite. Algo es algo..." Alayo apuró el whisky y sonrió apenas. "¿Entendiste entonces? Terminá el whisky y tomátela. Los custodias están en la puerta, me voy a dormir..." El Chueco asintió, siempre respetuoso y saboreó despacio, con placer cansino el Johny. Alayo estaba por irse a la pieza pero de golpe se frenó. "¿Era Ganchete el que hablaba siempre del Negro, no?" El Chueco apuró el vaso y pasó con cierta dificultad el whisky: "¿El negro? Ja, sí. Negra tenía la consciencia el Gancho. Qué tipo hijo de puta. Peor que Picapiedra, peor que El Lungo. Ese sí que era un hijo de puta flor. Me acuerdo una vez..." Alayo lo cortó en seco: "¿pero qué decía del Negro?". El Chueco sonrió, se ve que no estaba acostumbrado al whisky y empezaba a relajarse de más: "Que se le aparecía. Boludeces, qué sé yo. Que le decía que se matara, me parece. Boludeces, ya ni me acuerdo. ¿Por qué me pregunta?..." Alayo negó con la cabeza: "Cuidate Chueco. Terminate el whisky y tomátela. Hablamos..." Alayo dejó el living, recorrió el pasillo, se metió en el baño, se lavó los dientes, meó; dudó entre llamar a una de las chicas pero al final decidió meterse en su cuarto, tomarse un ansiolítico y dormirse de una puta vez. Ya en la cama se puso a pensar. En veinticinco años, ¿cuántas veces se le había estado a punto de ir la cosa de las manos? La primera vez con el quilombo aquel de Tito; lo limpió en tres días. La segunda vez cuando el mogólico de El Chino se garchó a la piba borracha en el calabozo; lo limpio en tres horas. La última, el quilombo de los faloperos porteños, cuando Termas Blancas se llenó de periodistas; lo resolvió de toque y en el camino tuvo que acostar a un compañero de la primaria, encima al pedo, porque el campo que consiguió soñando con el famoso niobio no tenía nada, como en definitiva nada en Termas Blancas tenía nada. Pero bueno, la enumeración de problemas resueltos lo sedó tanto o más que el rivotril. Se estiró satisfecho y dudaba si pajearse o no, cuando por inercia decidió mirar de nuevo su celular: hacía dos minutos le había entrado un whatsapp de Marasco. Decía "Alayo, tenemos que hablar urgente. ¿Estás para que vaya ahora?"