lunes, 25 de diciembre de 2023

DORMIR (3)

La pieza a la que la vieja la hizo pasar era oscura, chiquita y como auto-derrumbada, saturada de fotos, tarjetas postales, muñequitos, peluches, llaveros (¿llaveros?; y además muchos; ¿para qué?), cuadros y cuadritos, chupetes, páginas de revistas y de libros, trofeos infantiles y... ¿boletines escolares? Dios; una colección de fetiches que clamaban, desesperados, por algún reconocimiento, de algo, de alguien, pensó Guada. Por eso la sorprendió la sensatez de la vieja (quien, por otro lado después de esa frase dejó de ser la vieja y pasó a ser Victoria). “¿La verdad? No sé lo que vi. ¿Extraterrestres? No creo pero en definitiva ¿qué sé yo? Todos los días apreto el botón de la luz y la luz aparece. ¿Cómo aparece? Ni idea. ¿Eso es muy distinto a un ovni?...” Guada se tentó, apenas. “Bueno, por ahí la diferencia es que todos apretamos el botón de la luz y, siempre y cuando Edenor o Edesur sea piadoso, la luz aparece. No es tan común ver un ovni, aunque esté dentro de las posibilidades de lo que uno podría ver. Bah, me parece...” Victoria asintió y tomó aire, pero mucho, como si juntara fuerzas para asumir una gran responsabilidad. ”Puede ser. No sé. Te puedo decir que yo estaba en el patio, tomando mate. Eran las ocho y media de la noche, era de día pero empezaba a oscurecer. Y ahí lo ví. Era la luz de una estrella pero que de golpe se empezó a mover. Lo ví de casualidad, yo estaba cosiendo, tranquila, levanto la vista y veo que una estrella se empieza a mover. Eso me llamó la atención. Mucho, me llamó la atención...” Guada sorbió el mate que Victoria le había servido. Hubiera esperado, un poco por la sensatez aparente de la mina, un mate sensato. No, era un asco, un mate lavado hasta la inverosimilitud. Bueno, no es oro todo lo que reluce, como decía Bilbo (¿o Gandalf?) en El señor de los anillos. Guada procesó el mate, resignada, y levantó las cejas, curiosa, dando pie a que Victoria siguiera el relato. “Lo extraño fue que la luz recorrió una parte del cielo pero se frenó. Quedó clavada en el cielo. Claramente no era un avión, entonces, como en algún momento pensé, aunque era raro que hubiera estado quiero y de golpe se moviera. ¿Un helicóptero? Tampoco. ¿Un satélite? Qué sé yo...” Guada hubiera querido tomar un segundo sorbo de mate, era la pausa esperada, pero estaba tan feo que optó por devolvérselo a Victoria con aire distraído. “¿Y entonces?...” Victoria sorbió el mate convencida, y casi al mismo tiempo dio un bostezo extraño, desmesurado, como si fuera una nena de cuatro o cinco años a punto de dormirse. “Ufff... perdón... estoy un poco cansada... Bueno, todo lo previo ya era raro pero lo raro en serio pasó en ese momento. Lo raro... ughhh... lo raro en serio...” Victoria dio esta vez un bostezo más enorme que el previo, y de golpe, contra todo pronóstico, cerró los ojos. Guada quedó en principio a la espera, aunque pasados diez, quince, veinte segundos, un minuto, no sabía bien qué hacer. ¿En serio Victoria se acababa de dormir delante suyo? ¿En serio? ¿Justo en el punto aparentemente álgido de su historia? La respiración acompasada de Victoria parecía confirmar que sí, que acababa de dormirse. Guada sonrió, desengañada, molesta. “La puta madre”, pensó. “La puta madre”. En ese momento le vibró el celular. Raro, porque lo tenía silenciado. Mientras esperaba el instante en que Victoria se dignara volver a la vigilia revisó el celular. En el chat que tenía con Juan Anteojudo aparecían cinco mensajes enviados hacía tres minutos, todos eliminados.

lunes, 4 de diciembre de 2023

ZAFAR (3)

“Ovnis...”, tiró el anteojudo pensativo y dejó la frase colgada en el aire, con gesto de comprensión universal. A esa altura Guada ya sabía que su anfitrión era medio siome, por lo que la puesta en escena no le extrañó. El anteojudo tomó un trago de vino mínimo, inercial y quedó a la expectativa. Guada también tomó un trago de vino inercial, ya caliente, un asco. En realidad se moría de sueño y quería zafar cuanto antes: la comida rica, el anteojudo un mamerto y hacía demasiado calor. ¿Porqué había aceptado cenar con alguien que había sospechado era lo que ahora confirmaba? Qué molesta podía ser la cortesía. “Objetos voladores no identificados... ¿en sentido estrico? Podría ser cualquier cosa: un globo de helio, un pedazo de satélite... bueno. Cualquier cosa. ¿Y vos crees en la posibilidad de que en realidad se trate de una civilización extraterrestre visitando... cómo me diijste que se llamaba el pueblo?” Guada bostezó, descarada. Si el mamerto se iba a burlar de ella le iba a pasar la factura del aburrimiento que le generaba su charla. “Coronel Membrillo. Y la verdad no tengo idea de qué sea o que pueda ser. Es laburo. Me mandan; voy...”. El anteojudo no acusó el golpe, ya fuera de lo sucinto de la respuesta, ya del bostezo, ya de las dos cosas; o si lo acusó decidió insistir: “¿pero entonces... ¿no tenés interés real en el tema? ¿No te motiva lo que hacés...?” Hijo de puta, si no hubiera tenido puesto los anteojos era para trompearlo. Razonó lo ridículo del concepto, heredado de su viejo: a un tipo con anteojos no se le pega. En realidad, ¿por qué no? Bueno, claramente no le iba a pegar. “El interés va y viene, como en cualquier rubro. ¿Sabés qué? Creo que voy a ir arrancando? Estuvo todo bárbaro, pero estoy cansada y mañana arrancó temprano...” La decepción del anteojudo (“pobre, tiene nombre, se llama Juan”) fue notoria. Evidentemente no se había percatado del terrible embole que Guada se estaba comiendo. “¿En serio? Qué pena. ¿No querés que pidamos un postre... o no sé, tomarnos un helado en la esquina...?” El anteojudo (“bueno, Juan”) parecía desconcertado, sinceramente desconcertado. Eso la hizo vacilar un segundo. ¿Un helado? ¿A quién se le podía negar? Sin embargo Juan (“bueno, el anteojudo”) tuvo un desliz. Una sonrisa extraña, dislocada, ligeramente enfermiza: “OK. El helado ya fue. ¿Pero no te parece tomarte una medida de Jack Daniels? Me dijiste que te encantaba el bourbon..” Un bourbon. En otras circunstancias se habría quedado sin dudar Pero había algo que definitivamente no le cerraba del anteojudo. Cierto apuro neurótico, cierta desesperación tensa y como abreviada. No, definitivamente lo mejor era irse ya: “te super agradezco. En serio, mañana tengo un día complicado...” Juan aceptó con dolor weird, con una molestia, bueno, molesta. “Bueno. Te bajo a abrir...” Guada se levantó, manoteó la cartera, esperó que Juan Anteojudo le abriera la puerta. Tres minutos después subía a un taxi. Listo, había zafado. Cuando llegó a su casa meó, se lavó los dientes, se destapó una botella de Corona y se sentó a tomarla en el balcón, donde corría un airecito reparador. Tardó unos quince minutos en liquidar la botella y estaba por levantarse e irse a acostar cuando notó algo que la dejó estupefacta. Juan anteojudo, o alquien muy parecido a Juan anteojudo, la observaba desde la vereda de enfrenta y al notar que ella ponía la mirada sobre él se camuflaba detrás de un árbol.