lunes, 4 de diciembre de 2023

ZAFAR (3)

“Ovnis...”, tiró el anteojudo pensativo y dejó la frase colgada en el aire, con gesto de comprensión universal. A esa altura Guada ya sabía que su anfitrión era medio siome, por lo que la puesta en escena no le extrañó. El anteojudo tomó un trago de vino mínimo, inercial y quedó a la expectativa. Guada también tomó un trago de vino inercial, ya caliente, un asco. En realidad se moría de sueño y quería zafar cuanto antes: la comida rica, el anteojudo un mamerto y hacía demasiado calor. ¿Porqué había aceptado cenar con alguien que había sospechado era lo que ahora confirmaba? Qué molesta podía ser la cortesía. “Objetos voladores no identificados... ¿en sentido estrico? Podría ser cualquier cosa: un globo de helio, un pedazo de satélite... bueno. Cualquier cosa. ¿Y vos crees en la posibilidad de que en realidad se trate de una civilización extraterrestre visitando... cómo me diijste que se llamaba el pueblo?” Guada bostezó, descarada. Si el mamerto se iba a burlar de ella le iba a pasar la factura del aburrimiento que le generaba su charla. “Coronel Membrillo. Y la verdad no tengo idea de qué sea o que pueda ser. Es laburo. Me mandan; voy...”. El anteojudo no acusó el golpe, ya fuera de lo sucinto de la respuesta, ya del bostezo, ya de las dos cosas; o si lo acusó decidió insistir: “¿pero entonces... ¿no tenés interés real en el tema? ¿No te motiva lo que hacés...?” Hijo de puta, si no hubiera tenido puesto los anteojos era para trompearlo. Razonó lo ridículo del concepto, heredado de su viejo: a un tipo con anteojos no se le pega. En realidad, ¿por qué no? Bueno, claramente no le iba a pegar. “El interés va y viene, como en cualquier rubro. ¿Sabés qué? Creo que voy a ir arrancando? Estuvo todo bárbaro, pero estoy cansada y mañana arrancó temprano...” La decepción del anteojudo (“pobre, tiene nombre, se llama Juan”) fue notoria. Evidentemente no se había percatado del terrible embole que Guada se estaba comiendo. “¿En serio? Qué pena. ¿No querés que pidamos un postre... o no sé, tomarnos un helado en la esquina...?” El anteojudo (“bueno, Juan”) parecía desconcertado, sinceramente desconcertado. Eso la hizo vacilar un segundo. ¿Un helado? ¿A quién se le podía negar? Sin embargo Juan (“bueno, el anteojudo”) tuvo un desliz. Una sonrisa extraña, dislocada, ligeramente enfermiza: “OK. El helado ya fue. ¿Pero no te parece tomarte una medida de Jack Daniels? Me dijiste que te encantaba el bourbon..” Un bourbon. En otras circunstancias se habría quedado sin dudar Pero había algo que definitivamente no le cerraba del anteojudo. Cierto apuro neurótico, cierta desesperación tensa y como abreviada. No, definitivamente lo mejor era irse ya: “te super agradezco. En serio, mañana tengo un día complicado...” Juan aceptó con dolor weird, con una molestia, bueno, molesta. “Bueno. Te bajo a abrir...” Guada se levantó, manoteó la cartera, esperó que Juan Anteojudo le abriera la puerta. Tres minutos después subía a un taxi. Listo, había zafado. Cuando llegó a su casa meó, se lavó los dientes, se destapó una botella de Corona y se sentó a tomarla en el balcón, donde corría un airecito reparador. Tardó unos quince minutos en liquidar la botella y estaba por levantarse e irse a acostar cuando notó algo que la dejó estupefacta. Juan anteojudo, o alquien muy parecido a Juan anteojudo, la observaba desde la vereda de enfrenta y al notar que ella ponía la mirada sobre él se camuflaba detrás de un árbol.

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