lunes, 13 de enero de 2025
COGER (6)
El aire acondicionado, grato por demás durante el sexo, estaba tan fuerte que ponía en tensión los pezones casi fosforescentes de Marisa, que brillaban leves pero hipnóticos en la semi-oscuridad de la pieza. Schepis suspiró y se levantó con cuidado, para no despertarla. Hacía apenas una hora que estaba en Coronel Membrillo, o sea no iba a empezar a trabajar ya mismo, pero bueno, sí, de alguna manera tenía que empezar a trabajar. Fue a la cocinita, encendió la hornalla, puso el cacharro que encontró sobre la mesada con bastante agua. La siesta -o la bajada súbita de presión más bien- en el coche del Gringo lo había hecho recargar cierta energía pero hacía unos días que Schepis pensaba que manejaba un cansancio extra, no muy entendible. Era cierto, dormía mal muchas veces, el insomnio en su vida era una presencia relativamente cotidiana, pero eso desde hacía mucho y nunca había vivido cansado, siempre había tenido energía de sobra. ¿Qué le pasaba?
El agua hirvió, puso un saquito de café en una taza roja y volcó el contenido del cacharro, salpicándose apenas, corriendo la mano, dolorido y molesto. Ufff. Se acordó eso que decía Freud, que los romanos eran sabios cuando interpretaban como signo de mal aguero si un día en que tenían que tomar una decisión importante tropezaban al salir de la casa. Claro, si alguien tropieza quiere decir que, interiormente, duda. ¿Él dudaba? No sabía pero se acababa de salpicar con agua hirviendo estúpidamente. Un romano (o Freud) lo hubiera leído como un mal signo. Posiblemente esa cosa de saberse espiado, espiado, inducido y de nuevo espiado... por más que hubiera cambiado el celular, y que Tino le hubiera hecho toda una serie de maniobras... además, de nuevo, ¿porqué se lo hacían saber? La información es poder, por eso nadie da información gratuita, a menos... sí, a menos que el informante fuera tan poderoso que jugara con vos, como un científico metiendo una rata en un laberinto... Se había sentido usado otras veces, pero en esas ocasiones siempre se había dejado usar, porque al ser consciente el uso del otro era parte del juego propio, eventualmente le servía, como en una toma de judo se usa la fuerza ajena para hacer lo que uno quiere. Pero ahora no entendía nada del juego del otro, en realidad ni siquiera sabía quién era el otro y mucho menos qué quería.
En fin... encendió la laptop, abrió gmail, entró al correo del Arconte. Repasó los siete nombres con cierta desazón, como si hablar con siete personas, algo que hasta hacia dos dias le resultaba híper sencillo, fuese en realidad como construir la Esfinge de Guiza y ya no con los bloques gigantescos de hace cuatro mil años sino con rastis. Y pensar que él mismo se había metido en esta trampa, si el Arconte no quería que él se hiciera cargo, si le había insistido para que no fuera y le dejara el laburo a Pablo. Con pesar sacó su celular y tipeó el primer número -una mujer de nombre Miriam- cuando apareció Marisa en el marco de la puerta, desnuda por completo, con una sonrisa que mezclaba a la perfección inocencia Y perversidad. “Disculpame, pero no me duermo profundo por lo menos hasta después del segundo orgasmo...” Schepis dudó pero medio segundo. Treinta segundos después estaba penetrando a Marisa, tironeándola del pelo, apretándole los pezones como si en los pezones encontrara alguna sustancia vital para su supervivencia; diez minutos después Marisa se retorcía y le anunciaba casi sin aire que acababa; Schepis dio seis o siete empujones y acabó también. Mientras Schepis se sacaba el preservativo y manoteaba el paquete de Parisiennes, Marisa tomó un trago largo del vaso con agua que tenía en la mesa de luz y dijo que iba al baño. Schepis asintió, ya aplacado sexualmente, o sea empezando a sentirse culposo por no activar. No, no había sido buena idea mezclar placer con trabajo; Marisa era una ninfómana y lo iba a tener de esclavo sexual, cosa que hubiera aceptado encantado en otra circunstancia pero que en este contexto... De pronto, no supo de dónde, se le presentó una intuición casi dolorosa. ¿Qué sabía de Marisa? Nada, por supuesto. ¿Sería mera casualidad que el tipo misterioso que le escribía y ella hubieran aparecido en su vida de la nada exactamente al mismo tiempo? Con celeridad agarró el celular de Marisa y lo desbloqueó al instante (Schepis tenía una memoria fotográfica y había descifrado el código de bloqueo de Marisa en realidad para hacerle un chiste). Entró en whatsupp mientras oía que Marisa apretaba el botón del inodoro y, pasmado por completo, pudo observar que el anteúltimo mensaje que ella había recibido se lo había enviado el tipo misterioso.
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