lunes, 17 de junio de 2024

REPLEGAR (4)

Helena se había ido hacía media hora y Arthur seguía en la misma posición en que la despidió, mirando la puerta fija y al mismo tiempo distradídamente. No se había movido medio centímetro, ni siquiera para hacer lo obvio, servirse un whisky o un vodka, algo que ayudara a empezar a diluir la decisión anunciada hacía un rato. Estaba en una suerte de limbo extraño, blando, contemplativo, por ahora indoloro. ¿Duraría? No volvería su cabeza -¿era su cabeza?- a llamarlo... no quería ni recordar el término, por miedo a convocarlo de nuevo. ¿Y si no servía de nada?... ¿Y si?... De una casa cercana llegaba un tema de King Crimson, del primer disco, o del segundo, el segundo que en realidad era más o menos el primer disco pulido, mejorado. ¿Cuánto hacía que no lo escuchaba? ¿Treinta años? Ya ni se acordaba cómo se llamaba el tema, pero la cabeza se le anegó de imágenes: El loco Fabián, con quince años, poniendo “In the wake or Poseidon” y encendiendo un porro, anunciando que la vida de todos iba a cambiar para siempre; su novia de entonces, Gracielita, dada vuelta de escabio y sin embargo cantando con fonética abrumadoramente exacta 21st century schizoid man; la cara desconcertada, mezcla de incomprensión y agravio, de su viejo, tanguero de ley, cuando entró a su cuarto vaso de ginebra con soda y hielo en mano, y él tirado en la cama escuchaba Moonchild; algunos años después, Pedro, también vaso de ginebra en mano (con hielo pero sin soda), explicando cómo lo hubieran metido en un manicomio si alguien en Termas Blancas lo hubiese encontrado escuchando algo así... Claro, es que era eso. Era eso. Le habían pasado demasiadas cosas. Demasiadas. Capaz su cabeza era como una CPU, que llegaba un momento que si no se la vaciaba o limpiaba colapsaba. ¿Pero cómo sería vaciarla? Arthur se levantó y -finalmente- se sirvió un vodka. “Todos nos estamos volviendo locos todo el tiempo”, pensó. “La ventaja de la mayoría es que no se da cuenta. Y yo ahora me estoy dando cuenta...” Se acordó de una cosa que le había dicho Pedro después de haber superado su primera crisis: “Arthur, volverse loco es que no seas vos el que habla sino que el lenguaje empiece a hablar por vos...” En su momento Arthur había captado la idea, que le había resultado sugestiva y a la que había conectado previsiblemente con Heidegger, Derridá y blah, blah, blah. Ahora sin embargo entendía todo lo doloroso que llevaba implícito: que el lenguaje te hable era estar poseído. Y sí, el ser humano estaba poseído, todos, todo el tiempo. El tema es que nunca había tomado conciencia real de lo que implicaba esa posesión. O había tenido una conciencia meramente teórica. Ahora tenía en claro todo el dramatismo que esa posesión llevaba consigo. Su cabeza pensaba por él. Y lo llamaba... En fin... Ahora no lo llamaba nada porque había ido para atrás. ¿Aseguraría el repliegue con Helena su estabilidad mental? Y entonces pasó. La voz, de nuevo: “ cagón...” Arthur se llevó las manos a la cara como un mal actor que tuviera que interpretar una escena patética. Cristo. Era imposible. ¿Qué podía hacer? Se tomó en fondo blanco el vaso de vodka y le dio una patada a una silla, que voló desparramando el diario del día anterior, que había quedado apoyado en la misma. La silla golpeó contra la pared y en la mano le quedó una hoja del diario, donde leyó, desconcertado, que el dueño de un hotel en el pueblo bonaerense de Termas Blancas decía que su mujer desaparecida había sido abducida por un ovni.

domingo, 2 de junio de 2024

COGER (4)

Helena, en corpiño y bombacha, le acercó el café con dulzura pero Arthur agarró la taza desganado, molesto. Todo se amontonaba, todo estaba mal. Encima lunes. Cristo. Era ateo pero no le salía otra cosa que decir eso : Cristo. Igual no lo dijo. Se acordó de su viejo, que era un laburante de la madera que jamás pisó iglesia ninguna pero que cada vez que se sacaba gruñía: por los claaaavos de Crrrristoooo... Bueno, él había eliminado a los clavos. Para los giles que pensaban que no había progreso. Helena le sonrió con esa elegancia maravillosa que tenía (hija de puta, ¿quién la había entrenado?) y le dio un beso apenas en la boca. “Ya está, ya te pediste el día. Olvidate de todo. Hasta de coger...” Arthur suspiró y tomo un trago del café. Se quemó un poco pero no le importó. Dio un segundo trago y pensó en Nisman. ¿Qué carajo habría pasado? Tenía que ser una cama, ¿cómo vas a matar a quién te denuncia? “En fin”, razonó, “uno que está peor que yo...” Helena se sentó al lado de él y lo miró a los ojos: “me podés decir qué le esta pasando a esa cabecita?...” Arthur tomó un tercer trago de café. “No sé. Bueno, o sí sé. Me estoy volviendo loco” anunció con una sonrisa tranquila, que desestimaba a primera vista la literalidad de la afirmación. “Ajá. ¿Y puedo preguntar por qué?” inquirió Helena en tono a medias preocupado, a medias jocoso. Arthur quedó atontado, invalidado en cierta forma por la simpleza de la pregunta. ¿Porqué se estaba volviendo loco? Si lo planteaba así no tenía mucho sentido. Estaba bien de guita, era un tipo reconocido, salía con una mina que era... sí, era y también era... pero bueno, ¿era solo eso? No podía ser. No podía ser. El podía pensar en términos racionales. Sí, había sido la pareja de Pedro, pero ¿qué?... ¿qué? No podía ser. No podía ser pero al parecer era. ¿En serio, solo por eso estaba tan fuera de eje? Si él no tenía ninguna culpa, si Pedro... “Bueno, además estaba lo de Nisman”, pensó con una leve fulguración de humor. “Esta país se va al carajo y yo me voy al carajo con él. Mi identificación con Argentina es total...” Helena lo miró comprensiva y como si le leyera la cabeza dijo: “Dale. ¿En serio porque Pedro y yo...”. Arthur hizo una seña de agobio para cortar el tema y se refugiaba en el café,cuando sintió una ereccción sorpresiva. Miró a Helena. Qué hermosa era Helena. Qué hermosa. Y él, qué idiota, ¿en qué estaba pensando?, Pedro hubiera sido el primero en bancarlo, así como él hubiese bancado a Pedro de darse las cosas al revés. Nada en sus auto-recriminaciones tenía ningún sentido. Dio un trago al café, lo apoyó en la mesa de luz y se recostó levantando la sábana, exhibiendo orgulloso su erección. “Ah, bueno...” dijo Helena, cómplice, y lo empezó a masajear, despacio. Se dieron unos besos apurados y unos segundos después Helena se metía su pija en la boca. Arthur le empezó a toquetear las tetas y a frotarle los pezones, como a ella le gustaba, y casi enseguida Helena se sacaba la bombacha y se montaba sobre él. Ya estaba adentro de Helena, gozando relajado y sintiendo que todos los putos fantasmas se desvanecían de una puta vez, cuando escuchó una voz en su cabeza: “traidor...” No era la voz de Pedro, era una voz neutra, tal vez su propia voz (¡¡¿en serio?!!), pero no era que lo pensaba él, el tema es que la escuchaba, sería su voz pero no era su voz, o no era su cabeza digiriéndola:“Traidor...” La pija se le comprimió en medio segundo. Helena intentó seguir pero más o menos rápido se dio cuenta de que la magia se había evaporado y que no tenía sentido. Sin atisbo de molestia, le dio un beso en la boca y se recostó a su lado.