miércoles, 20 de noviembre de 2024

ARREGLAR (6)

El Dom Perignon estaba frío pero estaba frío hasta ahí. Capaz para otro paladar estaba considerablemente frío, o incluso perfectamente frío. No para el paladar de Schepis, cuya sutileza a la hora de evaluar cualquier producto le disparaba infinidad de matices, de detalles inasibles para cualquier otro u otra. Una novia de la adolescencia, fatal estudiante de psicología, una vez le había dicho: “decí que sos bueno en la cama, porque sos una concentración de neurosis más agobiante que mi papá...” Bueno, sí, podía ser, o era. Igual, freudiana novia de juventud, la mención a tu padre... En fin, eso no se lo había dicho, pero neurosis o no neurosis, ahora él estaba en su yacuzzi degustando un extra brut (no lo suficientemente frío), y la mina,que, muy liberada etc, lo había etiquetado como un prodigio neurótico de primer orden, según podía pispear por las redes, estaba cuidando a su nieta en un departamento de Almagro de tres ambientes y lavadero integrado al balcón, soportando un vecino que escuchaba La Renga a todo volumen. El que ríe último... Encendió un Parissiens, oyó que le cayó un whatsupp y después de tomar un trago de champagne se estiró, levanto el celu y miró. Era un mensaje de Tino: “Chabón, creer o reventar pero no tengo idea de dónde salió ese mensaje. Es imposible de rastrear, por lo menos para mí. Te pido disculpas”. Mal síntoma. Tino era bueno, bueno en serio; si él no podía rastrear ese número era que quien se lo había mandado no era un boludo al azar... Cosa que de hecho ya sabía, porque el primer mensaje sobre Coronel Membrillo le había llegado unas cuantas horas antes de que se inciaran los avistamientos. La persona que le había escrito alertándolo sobre un pueblo de nombre ridículo que jamás había oído nombrar en su vida entonces podía ser dos cosas, ninguna de las dos tranquilizadora: A) un miembro de un experimento destinado a fingir la presencia de ovnis en el planeta Tierra. B) un miembro de un experimento que implicara la presencia de ovnis en el planeta Tierra. En cualquiera de los dos casos era intranquilizador. Schepis tenía sangre fría y además la absoluta convicción de que los ovnis hacía siglos, milenios más bien, visitaban su planeta, y también tenía la convicción de que a partir de cierto momento la inteligencia de EEUU decidió confundir la cosa y empezó a camouflar sus maniobras detrás de la supuesta existencia de naves alienígenas. Y una de las misiones, tal vez la central de su vida había sido investigar ese o esos fenómenos. Lo que nunca le había pasado hasta ese momento era que alguno de los implicados en ese o en esos fenómenos se comunicaran personalmente con él, lo que era además bastante incómodo, porque siempre había sabido que para hacer ese trabajo en serio había que tener cero exposición mediática o pública. “¿Una joda o una vendetta de Karina?”, se le pasó un segundo por la cabeza No, imposible, Karina sabía poco y nada y además ¿de dónde iba a sacar un hacker que le pudiera mandar un whatsupp imposible de rastrear por Tino? No, la cosa iba definitivamente en serio. Apuró el vaso de Dom Perignon y se sirvió una tercer copa, mientras notaba que le caía un nuevo wahtsupp, esta vez del Arconte, que decía, casi como si todos a su alrededor se hubieran complotado para tratar en ese momento el mismo tema: “¿te parece mandar a Pablo a Coronel Membrillo? Si me das el Ok le aviso y mañana temprano está allá.” Schepis no dudó medio segundo. No podía mandar a Pablo, que era bueno pero estaba demasiado verde. Tenía que ir él; todo era demasiado sospechoso. Apagó el cigarro, salió del jacuzzi, se secó apurado, remató la tercera copa de extra brut, se sirvió una cuarta y le mandó un audio al Arconte, explicándole la situación y sus sospechas. El arconte le contestó con un lacónico “no, tiene que ir Pablo”. Schepis suspiró, molesto, mientras que notaba que le caía un mensaje de Marisa. En cualquier otra circunstancia hubiera levantado el mensaje de Marisa al instante pero en ese momento estaba demasiado tenso. Le mandó un audio al Arconte, no muy largo (tres minutos quince) pero sí preciso y bien claro explicándole la situación. Desde que lo recibió el Arconte se puso a escucharlo (lo veía en línea y enseguida las ondas se de emisió y recepción azularon) mientras notaba que recibía un segundo mensaje de Marisa y por último una foto. Pero ni siquiera la foto logró distraer a Schepis del tema que lo ocupaba. El Arconte por toda respuesta le respondió: “en serio que no sé... si esto es así como decís... no sé... sos demasiado valioso para exponerte...” Schepis tomó aire, encendió un nuevo Parissiens, remató la cuarta copa de champagne y en un audio de dos minutos tres segundos mandó una explicación hiper convincente, partiendo de la respuesta del Arconte, de por qué debía ir él. El Arconte esta vez le contestó con un audio: “Schepis, hijo de puta, deberías ser abogado. Dale, vas vos pero te mando al Gringo para que te cubra las espaldas...” Schepis, satisfecho aunque al mismo tiempo inquieto, puso un pulgar alzado para indicar su conformidad y pretendía meterse en el chat con Marisa cuando le cayó un mensaje del perfil negro: un pulgar alzado parecía felicitarlo irónicamente por su decisión.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

DORMIR (6)

La luz del sol agobiaba. Schepis sacó sus gafas y se las puso. Estaba en el balcón de la casa de su amigo, que razonablemente dormía. La mañana era hermosa: el cielo, de un azul perfecto y solemne, parecía ser el del día de la Creación; el río brillaba iridiscente, encantador y tímido; el único fondo sonoro era el canto de los pájaros, suave, discreto, por momentos hipnótico. Pero qué padecimiento el insomnio. Insoportable. Y cada año era peor; en el 2014 llegó a pasarse tres días seguidos sin dormir por lo menos diez veces. Bueno, en este 2015 ya era la segunda vez que alcanzaba las cuarenta y ocho horas. Lo peor era la absoluta incomprensión del origen. Sí, a veces alguna cuestión puntual disparaba el laberinto de su cabeza, algún problema específico que como un torniquete presionaba sobre su cerebro y lo llevaba a una fiebre de vigilia intolerable, pero muchas veces no, todo estaba en perfecta calma, como esa mañana silenciosa de una tranquilidad azul y mineral. ¿Cómo se explicaba? ¿Qué disparaba ese mecanismo tan nocivo? Era verdad que Schepis, siguiendo el aforismo niezstcheano de “lo que no me mata...” había muchas veces logrado invertir la carga y convertir el insomnio en una posibilidad, en una maximización del tiempo de trabajo. Era verdad pero esa verdad no era verdad siempre, y por lo menos la mitad de las veces lo único que aparecía era el tedio, la frustración, el cansancio. Y en esa oportunidad estaba en esa sintonía. Había intentado escribir algo, investigar algo, leer algo: imposible. Schepis estaba por acercarse a la cocina para hacerse un té o un café, no tanto por tomarse un té o un café sino por llenar el vacío con un gesto, o con una serie de gestos, cuando escuchó que le cayó un whatsupp. Raro, eran las cinco y media de la mañana. Se asomó al celu y notó dos cosas: una, que el mensaje era una foto; dos, que el mensaje se lo había mandado Marisa, la encantadora muñequita adúltera que había conocido hacía un día y medio en aquel restaurant de Puerto Madero que no se acordaba cómo se llamaba, con la que todavía no se había encontrado pero que posiblemente se encontrara esa noche. Excitado, se zambullo casi sobre el whatsupp y encontró lo que suponía: una hermosa selfie de Marisa desnuda de la cintura para arriba exhbiendo sus maravillosos senos. La erección fue instantánea. Apurado se metió en el baño, se bajó los pantalones y sacó una foto a su miembro, plenamente erecto, que envió enseguida con un mensaje: “un adelanto de lo que te espera esta noche”. No esperó la respuesta de Marisa (veía que le estaba mandando un audio) y sin perder un segundo empezó a masturbarse a toda velocidad. Eyaculó en menos de un minuto y aliviado sintió que todo el cansancio acumulado de golpe se derrumbaba sobre él. Bostezó, se limpió el semen, se lavó las manos y decidió aprovechar el impulso y meterse ya mismo en la cama para dormir al menos dos o tres horas. Abría la puerta del cuarto de huéspedes cuando le cayó un nuevo whatsupp. Aunque no quería distraerse, por cortesía hacia Marisa, que le había regalado un orgasmo y de paso la posibilidad de dormir, decidió ver qué le decía. Pero no era un audio y tampoco era de Marisa (que de hecho, por lo que veía seguía grabando su audio). El mensaje era un texto del tipo (o mujer) que tenía un perfil todo negro y que le había escrito en el mismo momento en que conocía a su nueva amiga en el restaurant de Puerto Madero cuyo nombre no recordaba. El texto decía: “che, todavía no me respondiste si conocés o no Coronel Membrillo...”