miércoles, 6 de noviembre de 2024

DORMIR (6)

La luz del sol agobiaba. Schepis sacó sus gafas y se las puso. Estaba en el balcón de la casa de su amigo, que razonablemente dormía. La mañana era hermosa: el cielo, de un azul perfecto y solemne, parecía ser el del día de la Creación; el río brillaba iridiscente, encantador y tímido; el único fondo sonoro era el canto de los pájaros, suave, discreto, por momentos hipnótico. Pero qué padecimiento el insomnio. Insoportable. Y cada año era peor; en el 2014 llegó a pasarse tres días seguidos sin dormir por lo menos diez veces. Bueno, en este 2015 ya era la segunda vez que alcanzaba las cuarenta y ocho horas. Lo peor era la absoluta incomprensión del origen. Sí, a veces alguna cuestión puntual disparaba el laberinto de su cabeza, algún problema específico que como un torniquete presionaba sobre su cerebro y lo llevaba a una fiebre de vigilia intolerable, pero muchas veces no, todo estaba en perfecta calma, como esa mañana silenciosa de una tranquilidad azul y mineral. ¿Cómo se explicaba? ¿Qué disparaba ese mecanismo tan nocivo? Era verdad que Schepis, siguiendo el aforismo niezstcheano de “lo que no me mata...” había muchas veces logrado invertir la carga y convertir el insomnio en una posibilidad, en una maximización del tiempo de trabajo. Era verdad pero esa verdad no era verdad siempre, y por lo menos la mitad de las veces lo único que aparecía era el tedio, la frustración, el cansancio. Y en esa oportunidad estaba en esa sintonía. Había intentado escribir algo, investigar algo, leer algo: imposible. Schepis estaba por acercarse a la cocina para hacerse un té o un café, no tanto por tomarse un té o un café sino por llenar el vacío con un gesto, o con una serie de gestos, cuando escuchó que le cayó un whatsupp. Raro, eran las cinco y media de la mañana. Se asomó al celu y notó dos cosas: una, que el mensaje era una foto; dos, que el mensaje se lo había mandado Marisa, la encantadora muñequita adúltera que había conocido hacía un día y medio en aquel restaurant de Puerto Madero que no se acordaba cómo se llamaba, con la que todavía no se había encontrado pero que posiblemente se encontrara esa noche. Excitado, se zambullo casi sobre el whatsupp y encontró lo que suponía: una hermosa selfie de Marisa desnuda de la cintura para arriba exhbiendo sus maravillosos senos. La erección fue instantánea. Apurado se metió en el baño, se bajó los pantalones y sacó una foto a su miembro, plenamente erecto, que envió enseguida con un mensaje: “un adelanto de lo que te espera esta noche”. No esperó la respuesta de Marisa (veía que le estaba mandando un audio) y sin perder un segundo empezó a masturbarse a toda velocidad. Eyaculó en menos de un minuto y aliviado sintió que todo el cansancio acumulado de golpe se derrumbaba sobre él. Bostezó, se limpió el semen, se lavó las manos y decidió aprovechar el impulso y meterse ya mismo en la cama para dormir al menos dos o tres horas. Abría la puerta del cuarto de huéspedes cuando le cayó un nuevo whatsupp. Aunque no quería distraerse, por cortesía hacia Marisa, que le había regalado un orgasmo y de paso la posibilidad de dormir, decidió ver qué le decía. Pero no era un audio y tampoco era de Marisa (que de hecho, por lo que veía seguía grabando su audio). El mensaje era un texto del tipo (o mujer) que tenía un perfil todo negro y que le había escrito en el mismo momento en que conocía a su nueva amiga en el restaurant de Puerto Madero cuyo nombre no recordaba. El texto decía: “che, todavía no me respondiste si conocés o no Coronel Membrillo...”

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