lunes, 10 de febrero de 2025
REPLEGAR (6)
Sí, por momentos sentía que le faltaba el oxígeno, por más que dentro de Aeroparque el aire acondicionado estuviera fuerte. Schepis respiró hondo y trató de calmarse. ¿Cómo carajo -ufff, si puteaba...-, sí, ¿cómo carajo había llegado ahí? Sí, bueno... de nuevo, por una mujer. Pero no, en realidad no podía ser. Algo, alguien había metido la cola. ¿El diablo? Podía o podía no ser. ¿El Diablo, los mismos alienígenas, algún servicio? ¿pero un servicio de dónde? De lo que estaba seguro es que había lago o alguien detrás. Porque toda su vida había sido mujeriego; toda su vida. Y al mismo tiempo siempre había sido el summun de la eficiencia. ¿Qué le pasaba? Vio que el mozo se acercaba y le pidió un whisky doble. Después miró el celular, faltaba poco más de media hora para el embarque. No quiso repasar los mensajes donde El Arconte lo insultaba de arriba abajo porque le resultaban demasiado deprimentes. Lo insultaba con elegancia, era cierto, y además lo echaba, con elegancia también. Dieciocho años de constancia y de esfuerzo sostenido para terminar así. ¿Y por qué? Basta, se auto-cortó Schepis y vio que por suerte el mozo le dejaba el whisky doble. Tomó un trago apurado, tomó otro, se empezó a calmar, pero apenas. No podía haber perdido todo por sexo, era infame, era infame y además ridículo, pero era infame y ridículamente cierto. Lo había perdido todo, todo su trabajo de años, la plataforma que le permitía moverse por todo el mundo, todo por... de nuevo, no valía la pena seguir. Tomó un tercer trago de whisky y levantó la vista. En la televisión un tipo elegante, un político clásico que no conocía decía que presentaba una denuncia por traición a la patria contra la yegua. Bueno, decía aunque claro, él no lo escuchaba, la televisión estaba inaudible y se enteraba por los zócalos de TN. ¿Quién sería? Ah, un fiscal, no era político, pero lo parecía, ni hablar, tenía la misma ambición, se notaba solo por la manera de vestirse. Bueno, pensó, yo me visto parecido, con la diferencia de que yo acabo de perder todo y este tipo, si aparece ahora en A dos voces, seguro catapulta al infinito. Schepis envidió a ese muñeco elegante, que tenía una sonrisa fina e incómoda, infinitamente auto-satisfactoria, y unos ojitos ladinos y traicioneros, made in familia judicial. ¿Será verdad la que está armando? La yegua es capaz de cualquier cosa, pero ¿de qué estará hablando? Ah, Irán. Ah, el memoradum. Ah, claro. Se empezaba a entusiasmar cuando le cayó un whatsupp de Marisa, que lo sacó de su paréntesis efímero en relación al descalabro en el que se debatía.
Pensó en lo que le había dicho El Arconte: cortá todo contacto. Le costó, poque quería saber qué pasaba pero... ojo, si el Arconte lo había echado era lo mismo; pero lo respetaba, y sí, tenía que cortar todo contacto, porque eran las reglas, las reglas de siempre, y era lo obvio, pedazo de idiota, te dejás infilitrar y... Y además por supuesto, hablar con Marisa no le iba a aclarar nada, al contrario, lo iba a confundir más, ¿qué le iba a decir, que se enamoró de él cuando lo vio tomar café en Puerto Madero? El agobio horrible e incordioso que sentía se distendió apenas cuando pensó en Bariloche. Se acordó de la última vez que había llegado, a la mañana, casi de madrugada, y a la pureza interminable del azul del cielo. Era una sensación parecida a esa sobre la que hablaba El Arconte... el azul interminable. Que seguro se le iba a arruinar porque se iba a cruzar con... Ufff, basta, pensó Schepis, y se levantó después de un cuarto trago de whisky con el que remató el trago, para ir al baño, dudando en si pedir otro whisky o no, y entonces ahí la vio.
Marisa, le sonreía con cierta preocupación y le decía que por favor tenía que hablar con él.
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