jueves, 22 de julio de 2010

LA LENGUA POPULAR

Para Cacho, in memoriam

“Éste es el que les pega a los borrachos…” El comentario me molestó porque la verdad era que yo casi todos los días estaba borracho, y con relativa frecuencia me peleaba con alguien, estuviera ese alguien borracho o no. De hecho, más de una vez, después de caer bajo los golpes de algún contrincante ocasional, ya desde el piso, como corolario melancólico e inútil a veces, a veces como reproche no demasiado entusiasta, había escuchado la sentencia inevitable caer desganada de los labios de algún testigo “A los borrachos no se les pega...” Sin embargo yo jamás había esgrimido esa sentencia como un argumento, y ahora encima tenía que soportar que me la enrostraran justamente a mí, quien teniendo tantas veces derecho a pronunciarla y a ampararme bajo su cobijo ancestral nunca me había preocupado por hacerlo. Sentí que debía emborracharme con urgencia, para pedirle explicaciones al autor del comentario y anularlo por partida doble: en el terreno físico, dándole una paliza más que merecida. En el terreno ético, empujándolo a tener que violar la moral de la frase con la que había querido condenarme. Mientras me alejaba del grupo en el que estaba el censor de los comportamientos ajenos me confirmé en lo que sé desde los quince años: no se puede pisar un bar sin portar un estado de intoxicación etílica relativamente avanzado. Sin tiempo que perder, me acerqué a la barra y me tomé dos tequilas y dos chops de cerveza en limpios catorce minutos. Después me pedí un wiskhy doble con hielo que saboreé en tranquilos once minutos y como remate un nuevo tequila y una nueva cerveza (inasibles tres minutos) Resultado: en menos de media hora estaba alcoholizado en un grado más que razonable, tal vez hasta excesivo, como para pedir explicaciones al bocón que me había injuriado con tanta y tan alevosa falsedad. Ya encaraba hacia la puerta pero a último momento decidí llevarme un chop de cerveza conmigo, por un lado porque se me había calentado el pico y por otro para reforzar con un símbolo incontestable mi condición de individuo oficialmente ebrio. Después partí hacia la entrada del bar pero el bocón y su grupete ya se habían ido. Salí a la calle y revoleé la mirada para todos lados: ni rastros del tumberito de turno y su corte de rollingas devotas. Tomé un traguito de cerveza y me quedé mirando cómo la gente circulaba por la vereda con la euforia implícita de un viernes de fin de semana largo. Un tipo de anteojos sentado en un Chevrolet destartalado parecía vigilar la entrada del bar y un gato perezoso que merodeaba en torno a un cuenco de plástico de un rojo descolorido (probablemente con leche) parecía vigilar al tipo de anteojos. Pensé que de última no estaba de más un noche sin quilombo. Por supuesto me equivocaba, aunque hace bastante tiempo que estoy acostumbrado a los vaticinios desafortunados.

8 comentarios:

Estrella dijo...

Mejor que se haya ido el tumberito, qué querés que te diga. Borrachito y feliz, mejor que borrachito y trompeado.

La podredumbre dorada dijo...

Estrella, mi personaje te lo agradece pero... ¡qué diría Juan Dalhman!

Arqueck dijo...

Si venden chops (con múltiple p) ya es un bar denigrante. Necro, usted sabe que a los borrachos y a los chetos no se les pega salvo que se la busquen (aquí teclean, aqui, mientras el rasgueo oculta terceras intenciones clasistas). Está con público fácil, la podredumbre con golden shower tiene sus cosas, lo sabemos, pero el bañado en oro lo pido sin limón y sin sal, señor (a ver cuándo nos reconoce el tiempo en alguna barra). Lo único que vengo a decir (¿In memoriam?) es que el hecho de que Juan Roman Riquelme comparta un canon con Aira y Sarlo habla a las claras de la época en la que vivimos.

Abrazos en la pierna izquierda.

Arqueck dijo...

yo soy de tu equipo, eh, si se puede

La podredumbre dorada dijo...

Arqueck querido: bares denigrantes (y/o patéticos, y/o ridículos) son los únicos que he frecuentado. La podredumbre puede dorarse a gusto; los aderezos corren por cuenta de los parroquianos, así que servítela como más te guste. En relación con el canon que te preocupa, sospecho que lo sacaste de la Lectora provisoria. Igual tampoco habría que despreciarlo porque sí. En todo caso, yo sacaría a Sarlo, (¿pero quién no, pobre Beatriz, niña-mujer glaceada en Viv(d)a?) Supongo que preferirás un power canon Lamborghini-Maradona-¿Panesi?¿Ludmer? Yo creo que tampoco hay que preocuparse mucho por el canon, un concepto católico destinado para católicos que creen en la supervivencia de las almas (así terminen morando en wikipedia. Walhallas más incómodos los hay, por cierto)
PD: por supuesto que podés integrar mi equipo. Somos tres y medio, con vos cuatro y medio, pongamos cinco. Abrazo!

Estrella dijo...

No sé que diría... a ver, pienso...
Que entre la nada y la pena se queda con la pena? Que entre la nada y la farra se queda con la farra? Ay, no lo sé. Pienso y quizás, vuelvo.

La podredumbre dorada dijo...

Estrella, a lo que voy es que la razonabilidad anula el interés narrativo (salvo en el caso de una parodia, en la que funcione por contraste) El héroe está estructuralmente condenado a muerte, aunque muchas veces esa condena no se ejecute. Sancho era un capo sin duda, pero si le sacamos al Quijote al lado sólo tenemos un labriego más bien aburrido y bastante codicioso. Literatura y humanismo, necesariamante, divergen. Igual, ya te dije que mi personaje te lo agradece y hasta brinda en tu nombre. Saludos!

La podredumbre dorada dijo...

Ojo, hablo de razonabilidad a nivel argumental. Un personaje puede ser un perfecto cobarde, pero si no lo ponemos en alguna situación más o menos irrazonable, ¿qué hacemos?