sábado, 9 de marzo de 2024

REPLEGAR (3)

Guada entró a la habitación del hotel y apoyó la lata de Coca que venía tomando en la mesita de luz mínima, casi irreal. Todo era en miniatura en el hotel, pero la mesa de luz, bueno, sobrepasaba sus más mínimas expectativas. Se sacó la ropa, la dejó tirada a un costado de la cama y se metió en la ducha por segunda vez en el día. Retrospectivamente le dio un poco de verguenza haber hecho las dos entrevistas con ese olor a garche encima, pero bueno, gajes del oficio, nadie pareció haberse sentido incómodo. Se bañó relajada, se toqueteó un poco pensando que en un rato la que la iba a estar toqueteando sería Miriam, se entusiasmó pensando en que además de coger iba a poder seguir profundizando en la muerte de El laucha, que a esa altura le interesaba más que todo el rollo de los ovnis; se secó, tiró la toalla a un costado, se puso solo la bombacha y se tiró en la cama. Tomo un trago de Coca, observó por la ventana la noche calurosa y espesa, revisó el celu. Un mensaje de su ex, que le pedía por favor hablar, un mensaje de su primo, que le sugería no sabía qué libro sobre crónicas periodísticas, y un audio de Nadia, que reprodujo y que le decía: “qué hacés hermosa, ¿todo bien? ¿Estás viendo A dos voces? ¿Estás escuchando el bolazo de este tipo contra La jefa? Vamos a tener que ir para atrás, me parece. Me parece que tenemos que replegarnos. LLamame o mensajeame ni bien puedas...” Guada se quedó pensativa. No podía ver A dos voces porque estaba en un hotel de mala muerta de la provincia de Buenos Aires que no tenía tele. ¿De qué hablaría Nadia, quién sería “este tipo”? Podía ser cualquier cosa, “tipos” (y “tipas”) sobraban; viniendo de esos hijos de puta... En ese momento tuvo la primera sensación de mareo, de confusión. Le pareció, literalmente, que todos los sistemas de su cuerpo iban a menos y que ella quedaba como flotando. Intentó levantarse y se derrumbó sobre la cama al instante. Era como si todos los músculos de su cuerpo hubieran decidido rebelarse y dejarla sin un ápice de fuerza. Y en ese momento pasó lo increíble. Juan Anteojudo abrió la puerta del cuarto, sonriendo de oreja a oreja. Guada hubiera querido gritar, insultar, cagar a trompadas a Juan Anteojudo pero no tenía reacción. Ninguna. Cero. Nada. “Disculpame Guada. Hace rato que quería estar con vos. De cualquier forma. Te juro que me obsesionás. Gracias por recibirme, aunque sea, bueno, un poco dada vuelta...” dijo en un tono repulsivo que mezclaba una libinidosidad interminable con cierto aire definitivamente esquizo, el que Guada le había adivinado al final de la primera cita. ¿Cómo carajo la había drogado? Mientras veía al pajero asqueroso de Juan Anteojudo que empezaba a acariciarle la cara despacio, con lentitud morbosa, Guada razonó que el hijo de puta le había metido alguna falopa muy potente en la lata de Coca mientras se bañaba. ¿Y cómo había entrado al hotel? Mientras Juan Anteojudo le empezaba a chupar los pezones despacio, como jugando, llegó a la conclusión de que posiblemente hubiera alquilado una pieza. “Qué lindo la vamos a pasar esta noche, Guada... qué lindo la vamos a pasar...” anunció Juan Anteojudo con un susurro, y se empezó a desabrochar el pantalón.

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