domingo, 18 de febrero de 2024

COGER (3)

Guada acabó con un gemido hondo, lento y parsimonioso. Miriam sacó la cabeza de su entrepierna, se le tiró encima y la lengueteó toda, ya juguetona, sin calentura real. “Uf, qué manera de garchar, mamita. ¿En serio no te solés encamar con nosotras? Qué desperdicio...” Guada se rió y manoteó el vaso de birra. Tomó un trago largo, que le devolvió el alma al cuerpo, como decía su tía Norma. Tres acabadas en dos horas. Y sí; tenía que hacer memoria. “La verdad. Creo que la última vez que estuve con una chica debe hacer, no sé, capaz quince años...”. Miriam la miró con desconcierto: “¿quince años? ¿Pero cuántos años tenés?...” Guada sintió un despunte de orgullo. “¿Yo? En junio cumplo cuarenta” anunció con satisfacción lacónica. Miriam la miró desconcertada del todo. “¿Cuarenta? ¿En serio? Te juro que te hubiera dado treinta, y exagerando...”. Guada sonrió, satisfecha pero al mismo tiempo molesta. Sabía qué se venía: iba a tener que preguntar la edad de Miriam y Miriam, que era hermosa, muy hermosa, pero que estaba curtida como si tuviera cincuenta, iba a tener muchos menos años que ella. Ah, sí, bienvenido clasismo. Por las dudas fingió atragantarse y medio se incorporó, sin dejar de toser. “¿Estás bien, mamita?”. Guada amagó recuperar el aliento: “sí, sí, toy perfecta. Es que hace mucho que no tenía tres orgasmos en dos horas, ja...” El olor a podrido ingresando de prepo en sus fosas nasales le generó un principio de arcada. Ella pretendía esquivar al clasismo y el clasismo se le metía de prepo en la escena. Miriam la miró entre triste e indignada. “Puta madre; no sé qué carajo de bicho muerto tengo acá metido. Disculpá mamita, cuando vuelvas te juro que voy a dar vuelta todo y esto va a oler como si fuera tu casa...” Guada, conmovida por la referencia a su casa, le dio un besazo en la boca: “olvidate hermosa. No me importa nada. ¿Tenés otra birra? La tomamos y arranco, tengo que laburar...” Miriam se paró, fue hasta la heladera y sacó una Quilmes con cierta decepción, que Guada notó: “¿Qué te pasa...” Miriam suspiró, desganada, mientras servía los dos vasos de birra. “Nada, pensé que capaz te quedabas a cenar. Le iba a pedir a mi vieja que se quedara con Franco...” Guada asintió y miró el celular: “mirá, me encantaría pero en una hora tengo una entrevista, y un rato después otra más. Pero pará, se me ocurre... bueno, como de hecho hicimos de todo menos la entrevista, ¿te querés venir al hotel tipo diez y media, once? Nos tomamos unas birras, hablamos del ovni, y después vemos si seguimos acumulando orgasmos...” La sonrisa expansiva y el asentimiento entusiasmado de Miriam la conmovió de nuevo y casi la hizo olvidarse del olor a podrido, que previamente iba y venía pero ahora parecía haberse reinstalado. Mientras tomaba la birra apurada y empezaba a vestirse Guada decidió retomar el tema del Laucha, que, por supuesto, vistas las circunstancias, había quedado relegado: “¿Te puedo hacer una pregunta? Dijiste que El Laucha tenía que haber arreglado. ¿Arreglado con quién?”. Miriam encendió un cigarrillo, pensativa: “No sé. Fue algo que me dijo el día anterior su primo. Tramoyas del Laucha, qué sé yo... Igual ya no importa, nadie lo boleteó, El Laucha se suicidó. La policía me mostró la nota que dejó...” Guada terminó de calzarse las zapatillas y levantó la vista: “Bueno, pero puede ser una nota, no sé... falsificada, ¿no?”. Miriam la miró, súbitamente reflexiva, meneando la cabeza despacio. “No. Esa nota solo la pudo escribir El Laucha...” Guada, ya parada, remataba la birra y observaba a Miriam con cierta intriga. “¿Pero cómo estás tan segura?” Miriam la miró a los ojos con cierto temor controlado. “Porque eran ideas del Laucha de siempre. Es... Mirá, ¿alguna vez oíste hablar del Negro?...” Guada iba a hacer un chiste, alguna variante de “¿qué negro, Olmedo?” pero se dio cuenta de que el humor sobraba, la tensión creciente de Miriam eliminaba cualquier posibilidad de burla, así fuera amistosa. En ese momento le entró una llamada de un número desconocido. Guada iba a no atender pero por su eterna paranoia laboral (“a ver si es X y yo no...) contestó. Al principio no oyó nada pero después creyó distinguir una especie de risita insidiosa, ligeramente psicótica, que iba creciendo de volumen. Estaba por putear y cortar cuando creyó reconocer esa risa medio enfermiza. ¿No era la risa del imbécil de Juan Bigotudo? “¿Juan, sos vos?. ¿Qué carajo te pasa, chabón?” alcanzó a preguntar. Se hizo un silenco de uno o dos segundos y la llamada se cortó.

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