jueves, 2 de mayo de 2024
DORMIR (4)
Pedro estaba parado en la esquina de Boyacá y J. B. Justo. Fumaba pensativo mirando hacia el sur, vagamente anhelante. De fondo se oía un tango raro, deforme, medio enfermizo, que llegaba de una librería. El cielo estaba gris y parecía que se iba a largar a llover de un momento a otro. Pedro dio una última seca al cigarrillo y tiró la colilla al piso. Unas gotas empezaron a caer pero Pedro no se protegió y sacó y encendió un cigarrillo nuevo. Un taxi paró muy cerca de Pedro y salpicó apenas su pantalón. Pedro no prestó atención al taxi. Seguía mirando al sur, como si esperara algo. La puerta del taxi se abrió y Helena bajó apurada, molesta con la llovizna, y se acercó a Pedro. “Mi amor, te estás mojando”, le dijo, medio empujándolo para que Pedro se cobijara debajo de un balcón. Pedro estaba con un nivel de abstracción decididamente anormal y se dejó arrastrar, sin oponer resistencia, sin colaborar. Helena lo miró extrañada: “¿Pedro, te sentís bien?” preguntó, algo preocupada. Pedro la miró serio: “No... No me siento bien... Se viene el maremoto...” anunció, sombrío. Helena se rio, apenas. “¿El maremoto?”... preguntó, y le guiñó un ojo. En ese instante un universo de agua se desplomó sobre ellos. Una ola gigantesca que tapó a Pedro y a Helena, sepultó Boyacá y J.B.Justo, anegó Caballito y Paternal y Flores, sumergió Buenos Aires, inundó la Argentina y ahogó -en un segundo- todo el planeta Tierra.
“Noe”, dijo alguien. “Noé...”
Pero Arthur abrió los ojos y no estaba Noé; por suerte, en realidad. Todavía nervioso, tomó aire, manoteó el vaso de agua que tenía en la mesa de luz y suspiró, momentáneamente aliviado. Después miró el celular: las cinco y cuarto. La puta madre... Cada vez le resultaba más difícil dormir. Y cuando al final se dormía no pasaban más de dos horas y se le aparecían unas pesadillas nunca del todo claras, pero en el fondo abominablemente simbólicas, que lo despertaban y de nuevo, de ahí hasta que apareciera el conchudo sol y quedar zombie todo el día, para llegar a la noche y así... ¿Cuánto tiempo llevaba en ésa? Varios meses, capaz un año. Desde que... Bueno, sí. ¿Pero qué culpa tenía él? Uf, otra vez.
Arthur se levantó porque sabía que si intentaba volver a dormirse se iba a quedar dos horas girando en el cama cada vez más molesto, cada vez con más calor. Prendió la luz de la cocina, puso a calentar agua. El agua empezaba a hervir y sacaba un saquito de té taragui de su caja de infusiones cuando alguien dijo “traidor...”, bajo pero claro, bien claro.
Traidor.
Arthur sintió que el corazón le explotaba. No como en el cine la noche anterior, por una presión abrumadora y dolorosa, sino por una aceleración desmedida, como si viniera manejando a ochenta y de un segundo al otro pusiera el coche a doscientos. Como un nene encendió las luces y revisó la cocina primero, después toda la casa. Por supuesto no había nadie, ni había nada. Agotado, desmoralizado, se tomó el té despacio, mientras miraba cómo el sol del lunes asomaba indiferente por la ventana de la cocina, pensando además en la maldición de que el plomero, si cumplía su palabra, le caería dentro de unas tres horas.
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