viernes, 19 de julio de 2024
ZAFAR (5)
El calor era insoportable. El Nico fumaba con reticencia, molesto, y cada tanto miraba el celular, desde donde sonaba un reggeaton bajto y pegajoso. “Este puto no va a venir...” finalmente dijo desganado, casi como si la frase se le deslizara desde la comisura de la boca. El Laucha lo miró molesto: “este puto va a venir porque si no es fiambre, lo sabe de memoria...” El Nico asintió, descreído pero al mismo tiempo comprendiendo la lógica -irrefutable- del Laucha. Y sí, tenía que venir pero no venía hacia casi cuarenta minutos. Nadie espera cuarenta minutos a nadie, por lo menos en el ambiente en el que estaban. “Loco, nos está faltando el respeto, huacho. ¿Qué onda con este gil...?” La cara de desagrado del Laucha silenció al Nico de una. El Nico bajaba la vista, resignado, aunque sin deponer del todo la molestia, cuando de golpe se escuchó un frenazo y gritos, todos confusos, todos prepotentes, todos de cobanis. El Laucha pensó “uf, lo de siempre. Hijo de puta, nos cagó”. Cualquier otro que no fuera él hubiera sacaba la cuarenta y cinco y empezado a los corchazos sin mirar demasiado pero El Laucha no era cualquier otro. El Nico arrancó la escopeta y sacudió dos disparos seguidos, El Laucha no vio bien hacia dónde. Lo típico, lo que El Laucha hubiera hecho a los quince años. Qué manera de no entender, carajo. Qué manera etc...
Estaban en una obra en construcción. Eso implicaba varias cosas, la primera y más complicada, múltiples accesos. Y si Titi los había acostado, la yuta ya conocería de memoria el terreno. Entonces, lo obvio, los iban a estar esperando en las salidas, para amasijarlos como si jugaran al tiro al blanco. ¿Entonces? No correr, no desesperarse, no adelantar la jugada. Nico daba un tercer escopetazo y un grito desesperado de alguien daba a entender que había acertado en alguna zona sensible de su cuerpo pero qué; ¿se podía cargar Nico a diez, doce, quince cobanis? Morir con las botas puestas estaba bien, pero si se podía evitar mejor. El Laucha vio a un cobani a ocho, diez metros avanzar acuclillado, y tenía el tiro limpio como para volarle la cabeza como si fuera un melón pero dudó y prefirió dejarlo pasar, porque iba a delatar su posición. Ahora ¿dónde carajo meterse? Ok, no tenía que exponerse al tiro al blanco pero igual iba a tener que salir por algún lado y la cosa era ¿por dónde? Sí, correr a los tiros hacia la salida era hacerse fusilar pero ¿dónde se podía meter? Rozó su cadenita con el crucifijo para que el Barbudo le tirara una punta, como el Barbudo tantas veces lo había hecho. Y de golpe el milagro: mientras escuchaba una serie de puteadas y un cuarto escopetazo de Nico y como respuesta una balacera -y otra serie de puteadas- de los yutas que le confirmaba que a Nico, salvo que se tratara de Robocop, ya lo habían hecho cagar, descubrió una suerte de canaleta donde ningún ser humano entraría, salvo él, por algo le decían El Laucha. Se calzó la cuarenta y cinco en las pelotas, tomó aire y se metió en la canaleta, a híper presión, super incómodo, pero aguantando como un campeón con la sensación de que ja, bueno, sí, capaz otra vez iba a zafar.
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