domingo, 4 de agosto de 2024

DORMIR (5)

La almohada estaba caliente, molestamente caliente. El Laucha la manoteó como pudo y la hizo girar rápido, pesado, cansino; al sentir la tregua de frescura se volvió a dormir enseguida, o más que a dormir a desmayarse. Había pasado más de diez horas metido en una canaleta mínima, aguantando el calor, encima escuchando a los cobanis y sus historias. Insoportable, pero como siempre decía El Lito, todo el que estuvo en la tumba aguanta lo que sea con tal de no volver, así que El Laucha la había pasado mal pero tranquilo, sabiendo que todo el calor, toda la incomodidad, todo el dolor que estaba sintiendo metido en ese hueco no era nada comparado con el hecho de volver a caer en naca. Por un momento abrió los ojos y pensó en tomar un poco de agua pero no le dio el cuerpo y se dejó volver a arrastrar al sueño, sin antes monitorear alrededor y recordar que estaba en la casa de Patricio, el hermano del Lito, en la pieza de la piba muerta. Eso lo incomodó un poco y se llevó la mano al crucifijo, “Barbudo, por favor, dejame dormir...” La plegaria no funcionó: la idea de que estaba durmiendo en la pieza de la ahijada del Lito, que se había muerto a los tres o cuatro años lo empezó a traer a la vigilia con cierta inquietud. Se volvió a tocar el crucifijo “Barbudo, por favor, necesito dormir...”, pero no, El Barbudo con el favor del día anterior ya se había portado, parecía. La concha de la lora, ¿porqué Patricio le había dado esa zapie? Bueno, claro, porque otra no había. Un horror, la pieza estaba lleno de los juguetes y los recuerdos de la nena muerta, ¿porqué carajo no habían vaciado todo? De fondo, encima, empezó a distinguir los gemidos de La Amelia, la mujer de Patricio, hijos de puta, no vaciaban la pieza de la nena pero de coger no se privaban. “Odio a los muertos” se le disparó el pensamiento. Uf, eso le había dicho El Punga, un par de días antes de cortarse las venas. “Odio a los muertos”. El Laucha se incorporó, ya desvelado, ya paranoico. La luz del sol, por suerte, empezaba a insinuarse en la pieza. La Amelia gemía cada vez más alto y profundo, parecía que estaba por acabar. Pese a la paranoia la pija se le puso como una piedra, la jermu de Patricio no era muy linda pero un polvo era un polvo. Se empezó a pajear imaginándose que Patricio y él se la cogían, Patricio se hacía chupar la pija y él se la metía por el culo. Se calentó tanto que acabó a los treinta segundos, ahogó un suspiró profundo, que coincidía con el que desde el cuarto de al lado emitía La Amelia e instantes después, olvidado del culo de La Amelia, de la hija muerta de Patricio y La Amelia, de los muertos en general y de todo el puto mundo, El laucha volvió a dormirse. Nunca supo qué pasó pero cuando abrió los ojos era de noche. ¿Había seguido de largo desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche? Podía ser, venía cansado mal y la historia de la canaleta mucho no había ayudado. En la casa no se escuchaba nada, y extrañamente no se escuchaba nada en el resto del barrio. El Laucha, pese a haberse dormido todo, seguía cansado; pensó en revisar el celular y seguir torrando, Patricio le debía demasiados favores como para hacerse el estrecho. Abrió el celu desganado, tenía mensajes de todo el mundo, ninguno muy importante. Iba a cerrar el celular y a meterse de nuevo abajo de las sábanas cuando le cayó un mensaje desconocido, que abrió por inercia. Decía: “Mickey, quiero hablar con vos...”. El Laucha quedó descolocado. Solo había una persona que le decía Mickey, el viejo Podesta. Pero estaba muerto hacía cuántos años: ¿cuatro, cinco, seis? Lo primero que se le vino a la cabeza fue la frase de El Punga “odio los muertos”. Después, mecánicamente, preguntó: “¿quién sos?” La respuesta le llegó treinta segundos despues: “Mickey, mañana, en el bar Asturias, a las nueve de la mañana. Sin forradas”. El Laucha quedó pensativo. La respuesta era del viejo, no tenía duda ¿Entonces Podestá estaba vivo? “Odio los muertos”, pensó, se destapó, y por completo desconcertado, apoyó los pies en el piso.

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