Lo anticipamos como hipótesis, arriesgada si se quiere (y más en este país de mundialeros enajenados) pero qué sería de la dignidad del hombre sin las hipótesis arriesgadas: las tres victorias consecutivas de la selección nacional "olían a azufre", como diría una vieja santurrona.
Y la cuarta victoria frente a México, de neto corte satánico, no hace más que confirmarlo. No sorprende, por supuesto, no sorprende en absoluto, para empezar en un plantel que queriendo rescatar la mística del 86-90 prescinde de la presencia del paladín de la ortodoxia católica Miguel Galíndez.
No sorprende en absoluto en un plantel que ha visto cómo el Kun Aguero ha pasado de los brazos de Yanina Maradona a los de la Diosa Kali sin inmutarse.
No sorprende en absoluto en un plantel que se ha divertido a carcajada limpia con las reacciones dignas de "El exorcista" que tiene Lionel Messi cuando se le arrebata el control de la playstation.
No sorprende en absoluto en un plantel que ha aprobado a Mancuso cuando cuenta que si no fuera por su padre, quien a patadas lo obligó a irse a probar a Vélez, a él le hubiera gustaría ser bajista de Heavy Metal, y que por eso cada tanto se maquilla y sale a la calle a pintar con aerosol la consigna "la única iglesia que ilumina es la iglesia que arde".
No, no sorprende, pero tampoco nadie pudo pensar que se hubiera ido tan lejos. Hoy una mujer, angustiada por el eco mundial de la valiente denuncia de La podredumbre dorada, se apersonó al mismísimo Vaticano.
Una mujer confundida, una mujer asustada, una mujer despechada.
Uma mujer ansiosa por escupir al mundo su verdad. Y sí, muchachos, La podredumbre dorada les cantó la justa. El Diego ha vendido su alma al Príncipe de las Tinieblas (repetimos la imagen porque no tenemos otra)
Sí, el Diego le vendió su alma al Diablo a cambio de la Copa del Mundo. Y al parecer, según la versión de la "arrepentida" el que hizo de intermediario y generó las condiciones precisas para realizar el pacto fue nada más y nada menos que
Juan Sebastián Verón, "La Brujita" (¡más que significativo apodo!) Según confesó la mujer, ella cree recordar que todo empezó con el 6 a 1 con Bolivia (aunque también podría ser el 3 a 1 con Brasil. Según declara, ella estaba "demasiado pasada de rosca" para tener precisión en los detalles) Al parecer, La Brujita, viéndoselas negras, decidió covencer al Diez de tomar un camino alternativo.
"Mirá Diego" dice la mujer que le habría dicho Verón, "yo tengo llegada a Satán. Sería cuestión de arreglar algo conveniente para las dos partes. Vos ponés el alma, Satán pone la copa..." Al parecer Diego, con la soga al cuello, no dudó y cerró todo con una frase digna de figurar en los anales del pensamiento materialista, de Demócrito a Badiou, "Mirá, macho, yo la verdad, el alma no la estoy usando para nada. Dale, sacate la celeste y blanca, ponete alguna túnica y armamos la movida ahí, que no hay nadie..."
La ceremonia fue discreta aunque emotiva. Diego sólo se mostró molesto por la escasez de enanos. La pobre arrepentida dice que ella puso todo de sí, a tal punto que La Brujita prometió dedicarle "todos los goles que metiera en el mundial" Un rato después, el alma de Diegol ya estaba entregada al Averno.
(Como detalle anecdótico Verón había contratado al cómico José Luis Gioia, quien tuvo varias intervenciones memorables y quien habría muerto de sobredosis durante la ceremonia - por lo menos dos veces - pero que el Demonio no dudó en resucitar - una vez)
Al parecer, no hay mucho más para contar, salvo que La Brujita no metió un puto gol hasta ahora, y por lo tanto la pobre Magdalena hastiada de la pompa luciferina y ansiosa de retomar la pureza evangélica ha decidido confesar las sacrílegas indecencias de las que ha sido testigo. Como pruebas ha presentado al Vaticano varios elementos que sustrajo, con riesgo de vida, a la habitación del director del seleccionado nacional.
Una estrella diabólica con los colores de Boca.
Una foto dedicada por Verón "Para vos, máquina diabólica, que vas a ser seguro el técnico campeón del 2010".
Un retrato blasfemo con la aclaración abajo "Cena el 11 de julio. No olvidar que después toca Mancu con su banda"
Y finalmente una nueva edición de "Yo soy el Diego", algunos de cuyos capítulos, si se leen para atrás, al parecer tienen diversos mensajes subliminales, la mayoría de los cuales inducen a adorar a Lucifer, o a veces también, a Julio Grondona.
Por supuesto de que, más allá de quien se lleva la Copa del Mundo, La podredumbre dorada está feliz de que una apóstata reingrese al seno de la Santa Madre Iglesia. Nos dicen que por suerte la "arrepentida" ya ha tomado los hábitos
y que Su Santidad en persona ha saludado su retorno.
En fin. ¿Qué es una copa, así esté en manos de la selección argentina, comparada a una oveja descarriada que vuelve al evangélico redil?
lunes, 28 de junio de 2010
domingo, 27 de junio de 2010
WALPURGIS SUDAFRICANO
Después de mucho meditar en torno a las tres presentaciones exitosas de la selección nacional (comandadas por un individuo que alguna vez fue sospechado de poseer esencia divina, para más tarde ser arrojado de su morada celeste y terminar merodeando por purgatorios e infiernos diversos, siempre a la búsqueda de una escalera al cielo que le permitiera recuperar corona, tiara y cimitarra futbolística, sin lograrlo jamás, entre sonoros raquetazos de merca, pijazos apuntados a culos de ambos sexos - anque aguantaditas en el propio - juicios por paternidad, juicios por alimentos, ingestas de ubre con champagne y reducciones de estómago infructuosas) he llegado a una conclusión que considero irrefutable: DIEGO ARMANDO MARADONA HA VENDIDO SU ALMA AL DIABLO A CAMBIO DE LA COPA DEL MUNDO.
Por lo tanto, mal podría luchar la Podredumbre Dorada con arengas más o menos profanas para evitar lo que de pronto aparece como una posibilidad temible pero cada vez más cercana. Señores, señoras, es hora de recurrir al ámbito de lo sagrado.
Acuérdate, oh misericordiosísima Virgen de Guadalupe, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro ha sido abandonado por tí. Animado con esta confianza a tí acudo, Oh Virgen Madre! y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches Oh Madre de Dios! mis humildes súplicas, antes bien inclina a ellas tus oídos y dignate atenderlas favorablemente. ¡Por favor, elimina al seleccionado Argentino de la Copa del mundo! Amén.
LA PODREDUMBRE DORADA
Sponsor oficial de todo equipo que juegue contra la selección argentina
Por lo tanto, mal podría luchar la Podredumbre Dorada con arengas más o menos profanas para evitar lo que de pronto aparece como una posibilidad temible pero cada vez más cercana. Señores, señoras, es hora de recurrir al ámbito de lo sagrado.
Acuérdate, oh misericordiosísima Virgen de Guadalupe, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro ha sido abandonado por tí. Animado con esta confianza a tí acudo, Oh Virgen Madre! y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches Oh Madre de Dios! mis humildes súplicas, antes bien inclina a ellas tus oídos y dignate atenderlas favorablemente. ¡Por favor, elimina al seleccionado Argentino de la Copa del mundo! Amén.
LA PODREDUMBRE DORADA
Sponsor oficial de todo equipo que juegue contra la selección argentina
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Teología para todos,
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martes, 22 de junio de 2010
UN SENTIMIENTO
No creo que la formación de Grecia esté compuesta por este tipo de personajes, y con Argentina recontra-clasificada es casi imposible soñar siquiera sea con un empate, pero hay razones del corazón que la razón no entiende. Por eso, ¡aguante la Hélade, loco!
LA PODREDUMBRE DORADA
Sponsor oficial de todo equipo que juegue contra la selección argentina.
miércoles, 16 de junio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
LAISECA DISFRAZADO DE ENFERMERA SE ENFIESTA CON DOS TÍTERES
jueves, 10 de junio de 2010
martes, 8 de junio de 2010
EL DUELO PERFECTO
Sobre Hombre de la esquina rosada de J.L.Borges
“(...) dos compadritos envainados en seria ropa negra bailan sobre zapatos de mujer un baile gravísimo, que es el de los cuchillos parejos, hasta que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre (..) Resignado, el otro se acomoda el chambergo y consagra su vejez a la narración de ese duelo tan limpio”. Así empieza, sin justificación ninguna salvo la de lograr una breve simetría (o asimetría) poética en la manera de concebir el homicidio, uno de los relatos de Historia universal de la infamia. El breve fragmento introductorio para El proveedor de iniquidades Monk Eastman parece robado al que debería adornar (y no adorna) el centro del relato Hombre de la esquina rosada, narrando un duelo que nunca tendremos oportunidad de conocer: el del narrador con Francisco Real. En ese sentido la elipsis probablemente sea el recurso más importante del cuento, sobre todo teniendo en cuenta el desplazamiento genérico que logra, llevando el relato del terreno de cierta narrativa que refería aventuras de gauchos alzados, compadritos y otros miembros de la “secta del coraje y el cuchillo”, al del pulcro policial de origen británico. Hay, además, varios datos poco claros en la no tan sencilla historia de Rosendo Juárez alias el Pegador, Francisco Real alias el Corralero y el ignoto narrador. Para empezar la mera enumeración de los personajes (sin contar a la Lujanera) introduce un problema (más bien un desequilibrio) en la estructura del duelo criollo. En vez de una situación de espejo tenemos un triángulo, o sea una situación anómala en un tipo de enfrentamiento que implicaba, como dice Sarlo, “valores bárbaros”, pero que eran “el único fundamento de comunidad en regiones donde el estado no organiza las relaciones jurídicas entre los sujetos”, o sea que tenía reglas absolutamente precisas. Esa variante ya indica un desvío frente al modelo criollo ortodoxo, que la elipsis central, como decíamos, termina de desplazar. O sea que la síntesis de géneros que logra la elipsis, tal vez literariamente un origen (o sea una búsqueda formal de Borges) de cualquier modo debe implicar una causa argumental. Quiero decir con esto que el anti-psicologismo de Borges no implica la gratuidad en el comportamiento de los personajes sino un desinterés en “reflejar” una psicología real, pero sí importa dar una verosimilitud textual de acuerdo al tipo de relato que se trabaja.
Por eso no podemos pensar que solamente el querer cruzar dos géneros justifica la elipsis del duelo, o en todo caso si ese es el resultado al que quiere llegar Borges, se debería generar una explicación dentro del texto que permitiera el cruce. Efectivamente, ¿por qué el narrador no cuenta el duelo? La construcción del texto lo hace suficientemente locuaz, detallista y sobre todo conciente (e interesado) en su propia importancia para que la elipsis implique una muestra de “humildad”.
Es extraño que el narrador, que en la medida en que mató a Francisco Real debería consagrarse como el nuevo “mandamás” de la zona, no se haga cargo del hecho. Cuando llega la policía, ninguno de los asistentes muestra demasiados escrúpulos en deshacerse del cadáver, por lo que no se trataría de una problemática legal. Pero además, suponiendo que no hubiera narración del duelo por el problema legal que pudiera generar, el duelo está elidido dos veces, no sólo en el tiempo del enunciado sino además en el tiempo de la enunciación, en el momento en que el narrador cuenta la historia a “Borges” (como autor del cuento) ¿Por qué éste, años después, vuelve a omitirlo, y no “consagra su vejez a la narración de ese duelo tan limpio”? Borges pone en práctica una técnica que repite en otras ocasiones y que de alguna manera explica al pasar en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: “la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores – a muy pocos lectores – la adivinación de una realidad atroz o banal”. Efectivamente, lo que el narrador pareciera no poder decir es que Francisco Real fue muerto a traición, y es esa deslealtad la que en el centro del relato genera el vacío de la elipsis (de hecho, en Historia de Rosendo Juárez, desmitificación que invierte prolijamente los tópicos de Hombre de la esquina rosada, Juárez dice que el Corralero fue muerto a traición. Por supuesto, éste también es un relato en primera persona, una nueva posible trampa, un nuevo juego borgeano de distancia, casi de burla respecto a su cuento juvenil, pero indica una dirección que puede seguirse sin salir del mismo texto de 1935) ¿Cuáles son las marcas que avalan esa hipótesis? Primero, una general, ya mencionada: la coherencia interna. Si no existiera una razón intratextual para no narrar el duelo la elipsis sería un mero escamoteo tramposo (y torpe) del autor, con el que éste hace desaparecer lo que no le conviene pero sin construir una razón válida para justificar el escamoteo. Pero además hay otras referencias: el narrador dice que la Lujanera fue a dormir a su rancho “porque sí”, cuando eso no sería cierto de haber él vencido en buena ley al Corralero (la Lujanera no se fue con el Corralero porque sí, sino porque éste demostró ser más “hombre” que Rosendo Juárez) ¿Y por qué la Lujanera llora primero la muerte del Corralero y después espera al narrador en su pieza? La construcción de ambos personajes muestra que tanto al narrador como a la Lujanera les importa (y les duele) más la humillación pública que las reglas del honor. Como el mismo narrador dice “en cuanto lo supe muerto y sin habla, le perdí el odio”. En cuanto lo supo muerto (¡y “sin habla!”) no en cuanto lo supo derrotado. Por otro lado, antes de que el Corralero (ya agonizante) vuelva al salón de Julia, el narrador dice “Yo esperaba algo, pero no lo que sucedió”. ¿Qué esperaba de diferente el narrador, si era el único, además de la Lujanera, que sabía lo que había pasado? ¿Tal vez el narrador creyó que el Corralero ya estaba muerto con esa puñalada que le había dado para la que “no le había temblado el pulso”? Finalmente la explicación que da la Lujanera (“en eso cae un desconocido y lo llama como desesperado a pelear y le infiere esa puñalada”) es poco clara y parece sugerir que el narrador no dio posibilidad al Corralero de prepararse para enfrentarlo. El duelo criollo, aun en el terreno de lo no dicho, sigue ausente.
Hombre de la esquina rosada es un relato que se ubicaría en la serie de textos borgeanos que Piglia sostiene que están “afirmados en la voz, (...) en el culto al coraje, en el no saber, y que tiene al duelo (es decir en Borges, la relación entre el nombre y la muerte) como estructura fundamental.” Si para Borges el duelo es “la relación entre el nombre y la muerte” es curioso el hecho de que entre todos los personajes el narrador sea el único que no lo posee, que ni es nombrado por otros ni se nombra a sí mismo (como por ejemplo hace Francisco Real) y que de hecho sólo puede referir su historia en relación con la historia de Real (“A mí, tan luego, hablarme del finado Francisco Real”) ¿Es casual entonces que el narrador no tenga nombre y que no se narre el duelo? Creo que no. Creo que cuando Borges escribe Hombre de la esquina rosada considera que el tiempo de los compadritos ha terminado, o sobrevive como los almacenes de paredes rosadas y los patios con aljibe: como residuo melancólico, fantasmal y anacrónico.
La reescritura de Hombres pelearon, historia en la que el combate entre dos guapos se estetiza como mito urbano del Buenos Aires de principio del siglo XX, ya no alcanza en Hombre de la esquina rosada, que tiene que esconder el duelo, porque Borges puede imaginar sólo a un guapo, que muere a traición. Hombre de la esquina rosada entonces certifica que el código de honor de compadritos y cuchilleros ya no se cumple a rajatabla, y que es preciso que intervenga la literatura (en este caso en forma de policial) para poder seguir narrando.
“(...) dos compadritos envainados en seria ropa negra bailan sobre zapatos de mujer un baile gravísimo, que es el de los cuchillos parejos, hasta que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre (..) Resignado, el otro se acomoda el chambergo y consagra su vejez a la narración de ese duelo tan limpio”. Así empieza, sin justificación ninguna salvo la de lograr una breve simetría (o asimetría) poética en la manera de concebir el homicidio, uno de los relatos de Historia universal de la infamia. El breve fragmento introductorio para El proveedor de iniquidades Monk Eastman parece robado al que debería adornar (y no adorna) el centro del relato Hombre de la esquina rosada, narrando un duelo que nunca tendremos oportunidad de conocer: el del narrador con Francisco Real. En ese sentido la elipsis probablemente sea el recurso más importante del cuento, sobre todo teniendo en cuenta el desplazamiento genérico que logra, llevando el relato del terreno de cierta narrativa que refería aventuras de gauchos alzados, compadritos y otros miembros de la “secta del coraje y el cuchillo”, al del pulcro policial de origen británico. Hay, además, varios datos poco claros en la no tan sencilla historia de Rosendo Juárez alias el Pegador, Francisco Real alias el Corralero y el ignoto narrador. Para empezar la mera enumeración de los personajes (sin contar a la Lujanera) introduce un problema (más bien un desequilibrio) en la estructura del duelo criollo. En vez de una situación de espejo tenemos un triángulo, o sea una situación anómala en un tipo de enfrentamiento que implicaba, como dice Sarlo, “valores bárbaros”, pero que eran “el único fundamento de comunidad en regiones donde el estado no organiza las relaciones jurídicas entre los sujetos”, o sea que tenía reglas absolutamente precisas. Esa variante ya indica un desvío frente al modelo criollo ortodoxo, que la elipsis central, como decíamos, termina de desplazar. O sea que la síntesis de géneros que logra la elipsis, tal vez literariamente un origen (o sea una búsqueda formal de Borges) de cualquier modo debe implicar una causa argumental. Quiero decir con esto que el anti-psicologismo de Borges no implica la gratuidad en el comportamiento de los personajes sino un desinterés en “reflejar” una psicología real, pero sí importa dar una verosimilitud textual de acuerdo al tipo de relato que se trabaja.
Por eso no podemos pensar que solamente el querer cruzar dos géneros justifica la elipsis del duelo, o en todo caso si ese es el resultado al que quiere llegar Borges, se debería generar una explicación dentro del texto que permitiera el cruce. Efectivamente, ¿por qué el narrador no cuenta el duelo? La construcción del texto lo hace suficientemente locuaz, detallista y sobre todo conciente (e interesado) en su propia importancia para que la elipsis implique una muestra de “humildad”.
Es extraño que el narrador, que en la medida en que mató a Francisco Real debería consagrarse como el nuevo “mandamás” de la zona, no se haga cargo del hecho. Cuando llega la policía, ninguno de los asistentes muestra demasiados escrúpulos en deshacerse del cadáver, por lo que no se trataría de una problemática legal. Pero además, suponiendo que no hubiera narración del duelo por el problema legal que pudiera generar, el duelo está elidido dos veces, no sólo en el tiempo del enunciado sino además en el tiempo de la enunciación, en el momento en que el narrador cuenta la historia a “Borges” (como autor del cuento) ¿Por qué éste, años después, vuelve a omitirlo, y no “consagra su vejez a la narración de ese duelo tan limpio”? Borges pone en práctica una técnica que repite en otras ocasiones y que de alguna manera explica al pasar en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: “la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores – a muy pocos lectores – la adivinación de una realidad atroz o banal”. Efectivamente, lo que el narrador pareciera no poder decir es que Francisco Real fue muerto a traición, y es esa deslealtad la que en el centro del relato genera el vacío de la elipsis (de hecho, en Historia de Rosendo Juárez, desmitificación que invierte prolijamente los tópicos de Hombre de la esquina rosada, Juárez dice que el Corralero fue muerto a traición. Por supuesto, éste también es un relato en primera persona, una nueva posible trampa, un nuevo juego borgeano de distancia, casi de burla respecto a su cuento juvenil, pero indica una dirección que puede seguirse sin salir del mismo texto de 1935) ¿Cuáles son las marcas que avalan esa hipótesis? Primero, una general, ya mencionada: la coherencia interna. Si no existiera una razón intratextual para no narrar el duelo la elipsis sería un mero escamoteo tramposo (y torpe) del autor, con el que éste hace desaparecer lo que no le conviene pero sin construir una razón válida para justificar el escamoteo. Pero además hay otras referencias: el narrador dice que la Lujanera fue a dormir a su rancho “porque sí”, cuando eso no sería cierto de haber él vencido en buena ley al Corralero (la Lujanera no se fue con el Corralero porque sí, sino porque éste demostró ser más “hombre” que Rosendo Juárez) ¿Y por qué la Lujanera llora primero la muerte del Corralero y después espera al narrador en su pieza? La construcción de ambos personajes muestra que tanto al narrador como a la Lujanera les importa (y les duele) más la humillación pública que las reglas del honor. Como el mismo narrador dice “en cuanto lo supe muerto y sin habla, le perdí el odio”. En cuanto lo supo muerto (¡y “sin habla!”) no en cuanto lo supo derrotado. Por otro lado, antes de que el Corralero (ya agonizante) vuelva al salón de Julia, el narrador dice “Yo esperaba algo, pero no lo que sucedió”. ¿Qué esperaba de diferente el narrador, si era el único, además de la Lujanera, que sabía lo que había pasado? ¿Tal vez el narrador creyó que el Corralero ya estaba muerto con esa puñalada que le había dado para la que “no le había temblado el pulso”? Finalmente la explicación que da la Lujanera (“en eso cae un desconocido y lo llama como desesperado a pelear y le infiere esa puñalada”) es poco clara y parece sugerir que el narrador no dio posibilidad al Corralero de prepararse para enfrentarlo. El duelo criollo, aun en el terreno de lo no dicho, sigue ausente.
Hombre de la esquina rosada es un relato que se ubicaría en la serie de textos borgeanos que Piglia sostiene que están “afirmados en la voz, (...) en el culto al coraje, en el no saber, y que tiene al duelo (es decir en Borges, la relación entre el nombre y la muerte) como estructura fundamental.” Si para Borges el duelo es “la relación entre el nombre y la muerte” es curioso el hecho de que entre todos los personajes el narrador sea el único que no lo posee, que ni es nombrado por otros ni se nombra a sí mismo (como por ejemplo hace Francisco Real) y que de hecho sólo puede referir su historia en relación con la historia de Real (“A mí, tan luego, hablarme del finado Francisco Real”) ¿Es casual entonces que el narrador no tenga nombre y que no se narre el duelo? Creo que no. Creo que cuando Borges escribe Hombre de la esquina rosada considera que el tiempo de los compadritos ha terminado, o sobrevive como los almacenes de paredes rosadas y los patios con aljibe: como residuo melancólico, fantasmal y anacrónico.
La reescritura de Hombres pelearon, historia en la que el combate entre dos guapos se estetiza como mito urbano del Buenos Aires de principio del siglo XX, ya no alcanza en Hombre de la esquina rosada, que tiene que esconder el duelo, porque Borges puede imaginar sólo a un guapo, que muere a traición. Hombre de la esquina rosada entonces certifica que el código de honor de compadritos y cuchilleros ya no se cumple a rajatabla, y que es preciso que intervenga la literatura (en este caso en forma de policial) para poder seguir narrando.
lunes, 7 de junio de 2010
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