miércoles, 18 de agosto de 2010

BURBUJEANDO

Todas las tardes de verano se sentaba al sol en el patio de baldosas rojas y negras, con un paquete de cigarrillos rubios, una cerveza también rubia, un vaso con detergente y un alambre que en la punta giraba sobre sí mismo y formaba un círculo. Cada vez que soplaba dentro del círculo del alambre veía cómo se abría ante él un paisaje nuevo. Algunos eran muy apacibles: grandes llanuras amarillentas o comarcas lunares, blancas y desoladas, que contemplaba tranquilo, mientras tomaba traguitos de cerveza y aspiraba el humo con delicia. En otros había más movimiento: remotos imperios submarinos donde tritones viejos y taciturnos se masturbaban solemnes sin dejar de rascarse sus barbas grávidas de líquenes y algas; bosques helados donde el frío y el hastío terminaban por volver locos a los leñadores, quienes sistemáticamente decapitaban a hachazos a sus hijos, sospechándolos árboles que se burlaban de ellos; o capitales ultramodernas donde yuppies psicotizados organizaban orgías muy sincronizadas de 16 a 16.30, en las que bañaban de cocaína y champagne a sus quince secretarias, para terminar ahorcándose con su corbata a las 16.29, incapaces de volver al trabajo. Un buen día un pez salió de una de las burbujas. Lo retuvo en sus manos y a la noche lo cocinó, acompañado con un vaso de vino blanco y un poco de pan. Al otro día salió un gato negro, que enseguida se trepó a un árbol y desapareció de su vista. El tercer día salió un oso, que saltó con gran agilidad por la medianera del patio, y que más tarde supo que había asesinado a varios vecinos antes de que la policía lo acribillara a pocas cuadras de su casa. Él sin embargo siguió haciendo burbujas y sacando seres y objetos diversos. De a poco además, comenzó a poder controlar y dirigir su poder de sustracción. A partir de ese momento empezó a sacar sobre todo mujeres, a las que encerraba en el sótano y después violaba por las noches, abandonándolas por la mañana en la calle, aturdidas y sin tener noción de dónde estaban. Una tarde, mientras esperaba sacar a una mujer parecida a Mónica Bellucci, se sorprendió cuando descendió del cielo una burbuja que él no había producido. De adentro surgió un individuo que tenía en una mano una botella de cerveza rubia, y en la otra un paquete de cigarrillos también rubios, un vaso con jabón y un alambre que en la punta giraba sobre sí mismo y formaba un círculo. Por supuesto, era igual a él mismo. Sólo se diferenciaba en que, además de sus herramientas habituales, traía además una edición del diario de ese día, que en la tapa contaba que la ciudad estaba conmovida por la desaparición de varias mujeres, y que la policía ya había identificado a un sospechoso. Él sonrió satisfecho y se puso a leer en detalle el artículo. Su doble entonces sopló sobre la punta de su alambre y lo encerró en una burbuja. Notó a través de la pátina de jabón que su captor le sonreía burlón, y preocupado, con el dedo pinchó la burbuja. Cuando ésta estalló se encontraba solo, en un patio de baldosas rojas y negras en donde el cielo en vez de azul era de un verde apagado y en el que adentro del cantero, en vez de la palmera altísima, aparecía un viejo pino rastrero. No pudo ver mucho más, porque después de escuchar cómo alguien tiraba la puerta abajo, un montón de policías lo rodearon, gritándole que se entregara.



ILUSTRACIÓN: SIR ALFREDO LUNA

3 comentarios:

el Lord dijo...

¡Excelente, don Necro! La forma en que Monica Bellucci aparece (ya sé, ya sé: aparecer, lo que se dice aparecer, no aparece) me recordó, ignoro por qué, los grabados de Escher. De allí en más, el relato se hizo vértigo.

Un abrazo.

Gustavo DiGiovanni dijo...

Comparto lo dicho por el Lord, relato (su estructura) e ilustración tienen conexión con los trabajos de Escher.
Hacía un tiempo que a los vampiros de lo fantástico no nos ofrecías un relato de este género.
Me despido con las comisuras manchadas de sangre.

La podredumbre dorada dijo...

Gracias muchachos! Pero no me engañan, así como Nietszche detrás de las cosas ideales sólo veía cosas humanas, demasiado humanas, yo, detrás de sus menciones a Escher, sólo descubro la baba que la mera mención de Monica Bellucci ha producido en ustedes. Abrazo para ambos!