jueves, 28 de septiembre de 2023
COGER
Alayo bostezó, medio abombado por el orgasmo apurado, conflictuado, de hacía veinte segundos; después manoteó el paquete de Particulares. Sacó el cigarro inevitable, se lo puso en la boca; no encontró fuego, por lo menos en las inmediaciones. Pamela se despatarraba, lánguida, distante. Alayo dudaba entre lo importante -conseguir fuego- y lo importante secundario -captar en alguna expresión de Pamela lo que sabía de sobra, que en el fondo él no la calentaba. ¿Pero entonces? Sí, seguro que sí, antes o después: un favor. Y seguro para su hermanito... Hija de puta. Qué maldición el que lo calentara tanto. Ah, bueno, en el bolsillo delantero del pantalón estaba la tuquera del Chueco. Listo pero "ay, mi torito, seguís juntándote con esos faloperos de mierda...". Era cierto, el olor a porro se sentiría a medio kilómetro; un asco, en serio. "Perdoname, diosa. Pero ya sabés. Negocios son negocios...". Siempre la misma frase; tenía que habérsela tatuado ya. "Tenés que cambiar el chip, torito. No podés seguir mezclándote con todo ese lumpenaje, estás para mucho más; vos estás para otras cosas...".
Alayo dio una pitada larga al cigarro y sonrió para sí. Si supieras, diosa. Si supieras la cantidad de guita que levanto en un mes por mezclarme con el lumpenaje y que vos, siendo una profesional brillante, no juntarías ni en cinco años. Si supieras que gasto en una noche en una mesa de juego lo que vos y tus papás cagados en guita que viven en Miami se gastan cada vez que se van a pelotudear a Europa. Pero como para seguir cogiéndote tengo que disimular; "sí, ya sé, diosa. Pero bueno, las cosas son así, hay que mezclase en la mierda, es mi laburo. Están los rochos, el lumpenaje, como decís vos, de un lado; y están ustedes del otro. Yo y los míos estamos en el medio. Y decí que estamos en el medio, diosa, porque si el lumpenaje te agarra..."; se le había parado la pija de nuevo y medio que se le tiraba encima. Pamela lo frenó en seco: "pará, pará, no jodás, acabamos de coger recién, jeropa. ¿Tenés algo para tomar?". Alayo, resignado y con una erección que en términos institucionales ya era una bandera a media asta, se levantó pesadamente de la cama... "Hija de puta, ya pusiste la cuenta regresiva para pedirme el favor, turra. te conozco." Eso hubiera querido decirle. En cambio preguntó si estaba, siendo mediodía, para un Johny negro. La respuesta era obvia: "Dale". Bue, por lo menos se la había cogido.
Sirvió dos johnies negros en los mismos vasos donde habían terminado el vino que ella trajo para el almuerzo. No le puso ni hielos porque cada vez se sentía más zarpado: "¿en cuánto el favor?", pensaba. "¿En cuánto?". Brindaron, taimados, cada uno sabiendo la jugada del otro que se venía, un clásico ajedrez sexual-etílico que ganaría... No, ganaría siempre ella, se sinceró Alayó. "Hija de puta, me tiene de hijo. Bueno, vamos a ver...". Charlaron un rato largo, una hora mínimo, capaz una hora y media, de esto y aquello, de Moreno y el Indec, de la yegua, de la denuncia sorpresiva de Nisman, de Netflix, de las reuniones con ex compañeros del primario y/o secundario que habilitaba Facebook. Alayo ya estaba medio en pedo de nuevo después de servir la cuarta medida de Johny (con la que se terminaba la botella). La pija le explotaba y decidió jugarse el todo por el todo: "¿tu hermano bien?. Pamela sonrió apenas, con las tetas que rebotaban gloriosamente la luz de una tarde incipiente que empezaba a esbozarse en el cielo: "y... bueno. El pelotudo se metió de nuevo en un quilombo...".
Listo. Por ahí iba la cosa. Alayo se atragantó con lo que quedaba de whisky y aunque un último resto de lucidez le decía que no hablara, por Dios, que no hablara, bueno, habló: "ahh, dale, hija de puta. Para eso venís ¿no?, Para calentarme y que le resuelva los problemas al pelotudo de tu hermano...". La cara de la farsante de Pamela daba para un curso de actuación: "Augusto, ¿sos tarado? de qué hablás, por Dios... Estás borracho, qué carajo tiene que ver mi hermano, hijo de puta...!!!" El epílogo fue obvio, aún cuando Alayo del mismo recordara solo imágenes aisladas, flashes tumultuosos e insonoros, porque a partir de un punto (él había sacado otra botella de whisky) ya veía gestos y escuchaba palabras pero no sabía bien qué mensaje le traían; Pamela, después de escupirlo, darle dos tortazos e insultarlo de arriba a abajo se iba cerrando con un portazo. Alayo quedó mirando la tarde con su mejor cara de pelotudo. Era una tarde hermosa, con sol dorado, perfecto y un cielo límpido, puro.
Entró, se sirvió una medida cuádruple de whisky. "Listo", pensó. "Llamo a las chicas: que vengan mínimo tres" decidió y sacó el celular molesto, inquieto. Notó en el piso una hebilla de Pamela y mecánicamente se agachó a buscarla, lo que impidió que el itacazo que destrozó el vidrio de su ventana le volara la cabeza.
domingo, 24 de septiembre de 2023
MEAR
Alayo abrió los ojos lento, armonioso, por un instante beatífico. Una luz dorada y amable lo inundaba todo: la tibia, adormecedora luz de un sol otoñal de media mañana. Lo inundaba además un calorcito que al principio también le resultó beatífico pero enseguida no; se había meado encima. "La reconcha de la lora, ¿qué mierda...?", se levantó, brusco y asqueado. No podía creer lo que veía. ¿En serio se había meado en la cama? ¿Pero qué carajo le pasaba? Arrastró sábanas y frazada de un tirón, las tiró a un costado de la pieza y se metió en la ducha. Le llamó la atención que no tuviera ningún dolor de cabeza; cero resaca. Raro para la cantidad de escabio que se había metido en los últimos dos días. El shampoo y el jabón lo empezaron a relajar pero en un momento sintió que se cagaba encima y, por primera vez en su vida, decidió garcar en la bañera. "En qué piltrafa me estoy convirtiendo", pensó mientras satisfactorios chorros de diarrea se le resbalaban por las piernas, al instante milagrosamente purificados por el agua que se derrumbaba desde la ducha. "Qué gran invento el agua corriente, la puta madre..." reflexionó, ecuánime y sagaz. Se quedó bañándose casi veinte minutos, paja incluída. Se secó, se vistió. Se hizo un café batido y se comió tres medialunas de manteca y una de grasa que había arriba de la heladera. Carajo, qué hambre. Recién después de despachar la cuarta medialuna manoteó el celular. Doscientas llamadas perdidas. ¿Qué onda? De casualidad vio el día: 28 de abril. 28 de abril de 2014. Fa. Se había dormido un día y medio. Con razón se había meado en la cama y se había cagado en la ducha. Claro, si hacía dos días que no dormía, todo por el pelotudo del Lungo, que por suerte bien muerto estaba. Escupió en la pileta de la cocina un garzo de un verdor de esmeralda y abrió la heladera. Había un plato de fideos con tuco, media banana (sin cáscara), una botella de Bols y una lata de Quilmes. La lata de Quilmes le recordó al mamerto del Chueco pero la abrió igual. Increíble que se hubiera dormido un día y medio. Se acordó una anécdota que le había contado el Chueco. Un tarado amigo de él que era medio puto (reprimido) y abstemio estuvo dos días seguidos tomando merca y pese a que se había quedado sin milonga no podía bajar. Alguien le recomendó el remedio ortodoxo: sexo y/o alcohol. Pero como era medio puto reprimido y abstemio no le daba. Entonces el Chueco se acordó una cosa que siempre le decía su abuela formoseña cuando él a los doce años empezaba a escabiar y ya se notaba que en ese terreno iba a ir a fondo: "Tu abuelo era borracho como vos, pero sabés, para laburar doce horas y estar todo el día en pedo además de vino tomaba mucha agua". El Chueco tiró esa idea y el pibe se puso a tomar agua, agua y más agua. Fácil se había tomado, según el Chueco, tres o cuatro litros. Y la merca le bajó, no por el agua sino porque ya había dejado de tomar hacía varias horas. Se había quedado dormido, tranquilo, medio temblando todavía, pero bien, y al rato se había meado encima. Según el Chueco entonces él le había sacado el pantalón meado y de golpe se había calentado y se lo había cogido. El Chueco era un degenerado pero también era muy mentiroso. ¿En serio se lo habría garchado? ¿En serio le había recomendado tomar agua para bajar la merca? Capaz nada había pasado. Capaz el tarado amigo del Chueco ni había existido. Capaz... Alayo detuvo la acumulación de preguntas en su cabeza porque había sonado el timbre. Se asomó a la puerta. Su ex, con una mueca de trola que le habría parado la japi a un viejo de ciento veinte años, le guiñaba el ojo, botella de Luigi Bosca en mano, y le preguntaba si no podía pasar.
viernes, 22 de septiembre de 2023
ARREGLAR
Picapiedra estaba sentado delante de él. Tenía un pedo para quinientos pero era notorio que intentaba -trabajosamente- optar por la adustez. Era feo pero esa noche se lo veía particularmente horrible: la nariz aplastada, casi de chancho; los ojitos rápidos y ventajeros, vidriosos de escabio; la sequedad abrumadora de los pómulos que lo hacían parecer la máscara de cera de un museo patético de un pueblo de mierda de provincias. Mientras se acomodaban en el living Alayo recordó la única joda que habían compartido con Picapiedra, con Picapiedra y su hermano, un cumpleaños del Lungo, hacía unos ocho, diez años capaz. Picapiedra se había llevado una trola que no tendría más de quince años y estuvo toda la noche haciéndose chupar la pija, una pija extraña, como torcida, con la cabezota grotesca, reluciente como una bola de billar, sin acabar jamás. En un momento Alayo le había preguntado al Lungo "Che, le pasa algo a tu hermano, que no acaba nunca...?" El lungo le había respondido, socarrón y carraspeando: "lo que pasa es que está tomando merca, el pelotudo... ¿ahora... vos qué onda? ¿Desde cuándo andás relojeando pijas ajenas?...". Alayo había apurado la ginebra y había resumido molesto, casi escupiendo al Lungo de la bronca: "es la última vez que un forro de los tuyos toma merca adelante mío. Donde se come no se caga, entendés, mogólico. Que tu hermano deje de tomar merca, que la pendeja se trague la leche y que se vayan a dormir de una puta vez, si no se bancan coger y escabiar sin gilada no están para estar acá..." Hasta ahí Alayo se acordaba perfecto, o más o menos perfecto; a partir de ahí su inmersión en la ginebra había sido tan profunda que se había hundido del todo y los recuerdos, suponía, habían quedado a flote. Del resto de la noche no se acordaba nada: si Picapiedra y su pija deforme habían acabado, qué había hecho el Lungo, si él mismo había cogido... Nada.
Pero eso había pasado hacía mucho. Ya no se ponía ciego, salvo solo y encerrado entre cuatro paredes. Y ahora Picapiedra y su pija deforme y, suponía, dormida, estaban adelante de él, y él hacía unas dos o tres horas que había boleteado al hermano de Picapiedra. Había que arreglar. Eso en principio. Si el principio no funcionaba Alayo tenía debajo de los almohadones donde estaba sentado una escopeta cargada, y debajo de la mesa ratona que lo enfrentaba a Picapiedra la cuarenta y cinco disimulada abajo de unas revistas de pintura de la puta de su ex. Sirvió dos Johnies, estiro el vaso y suspirando exhausto preguntó: "Picapiedra, ¿qué carajo pasa...?" Picapiedra tembló súbito y violento, dolorido y duro. " es... es... es mi hermano. Nos cagó, el hijo de puta. Alayo, nos recagó el hijo de re mil putas..." Alayo suspiró, fingiendo preocupación pero expirando alivio, y le dio un largo, tranquilo beso al Johnie. "Me lo veía venir..." anunció con la resignación de un profeta agobiado por escupir verdades sistemáticamente desoídas. "Me lo veía venir...". Picapiedra apuró su medida de Johnie de un tirón y medio se atragantó y tosió: "¿y qué carajo hacemos, Alayo, la puta madre, eh? ¿Lo matamos o qué?" Alayo se paró con una euforia solmene pero contenida: "Picapiedra, escuchame bien. Tu hermano ya está muerto. Hablamos mañana. Estoy cansado. Tengo que dormir..." Picapiedra lo miró con una mezcla de desconcierto y angustia: "¿Lo mataste? ¿Mataste al Lungo?". Alayo lo miró desconsiderado y por un momento barajó la posibilidad de meterle un tiro en la cabeza. "¿Qué carajo querías que hiciera, pelotudo, eh? Dale, me tengo que dormir. Hablamos mañana..."
Picapiedra se levantó, más cohibido que triste o enojado. Alayo le abrió la puerta, cuarenta y cinco (disimulada) en mano. Picapidedra se subió al cohe y puso el motor en marcha. Alayo paneó la cuadra. Empezaba a amanecer y la posibilidad de la presencia del Negro ahora le parecía ridícula. Sin embargo un coágulo oscuro e indeterminado a lo lejos lo inquietó. Podía ser cualquier cosa, pero... "Ya arreglé", pensó. "Tengo que dormir. Y tengo que zafar...". Se metió la pistola en el pantalón, entro y cerró la puerta. Picapiedra antes de que entrara lo saludó apenas, con cara de estar asistiendo al inicio el fin del mundo, pero Alayo ni se enteró.
miércoles, 6 de septiembre de 2023
DORMIR
Alayo abrió la puerta de su casa y fue directo al living, cuarenta y cinco en mano. Encendió la luz, abrió la puerta de la bodega, sacó el Johnnie negro y empujó tres o cuatro medidas en un vaso de plástico verde que encontró sobre la mesa al lado de un plato con restos de pollo y ensalada. Apuró medio vaso de dos tragos y eructó y suspiró casi al mismo tiempo, desplomándose sobre el sillón, vaso y cuarenta y cinco en mano. Sintió que el whisky le hacía bien y tomó un nuevo trago largo. ¿Qué carajo le estaba pasando? Era cierto que llevaba casi dos días sin dormir. ¿Podría estar alucinando? Remató el vaso verde y se sirvió otra medida, ahora normal. "Sí, tiene que haber sido una alucinación" pensó y sintió que el calor del whisky acentuaba esa certeza repentina. "Antes de zafar tengo que dormir" se dijo y sonrió, sombrío; "la que faltaba, terminar a los tiros con un fantasma...".
¿Cuándo había escuchado del Negro por primera vez? Haría unos veinte años. Sí, fue cuando apareció ahorcado el violín ése. Él había preguntado quién lo había colgado y los muchachos le porfiaron que ninguno de ellos. Era lo mismo, nadie iba a preguntar por él, pero inesperadamente alguien preguntó, una tía, no sabía si de sangre o postiza, una mujer vieja y enclenque que medio lo había criado. Alayo le había dicho que el infeliz se había ahorcado y que no se había perdido nada. La mina había bajado la cabeza resignada y habia dicho que sabía que su sobrino iba a terminar así y Alayo le había retrucado que obvio, si había criado un degenerado no había esperanza de que terminara mejor, por lo menos había tenido la dignidad de colgarse. Pero ella había negado con la cabeza. No lo decidió él, fue El Negro. El Negro le dijo que se ahorcara. ¿Que negro? ¿Había un cómplice, quién carajo era, había prepoteado Alayo a la mujer. No, no, no era un hombre; El Negro era un disfraz del Malo, había dicho la mujer, temerosa y se había hecho la señal de la cruz. Alayo la miró con desprecio pero con cierta intriga, ¿cómo era eso? Sí, El Negro se le había aparecido dos veces, él se lo había confesado: "Tía, perdón, hice algo malo. Y se me apareció un hombre negro. Tengo miedo" Ella le había dado un rosario y juntos habían rezado muchos padresnuetros y muchos avemarías y su sobrino se había quedado tranquilo, al menos por un tiempo. Pero pasado un año o algo así su sobrino había vuelto de nuevo cagado en las patas, "tía, volví a hacer algo malo. Y el hombre negro se me volvió a aparecer. Me dice que tengo que matarme..." Ella de nuevo había sacado el rosario pero esta vez su sobrino ya no se calmó. Esto había pasado tres días antes de que se colgara. El relato de la vieja lo había medio sugestionado pero Alayo decidió no demostrarlo: "además de ser un degenerado su sobrino estaba loco, señora. Trate de no criar más a nadie..." Pero algo mínimo, una semilla chiquita de incertidumbre había quedado en el fondo de Alayo. Y después, a lo largo del tiempo, se enteró de que otra gente había visto al Negro. Y ahora lo había visto él.
En fin, tenía que dormir. Se imaginó acostándose, tapándose y al Negro mirándolo sarcástico parado al lado de la cama. Apuró el vaso verde y se sirvió otra medida. Empezaba estar medio en pedo pero para dormirse se iba a tener que poner en pedo del todo. O tomarse esa mierda de clonazepam que tomaba la puta de su ex. ¿Con quién estaría revolcándose la muy trola? Pensó en su ex chupandole la pija a un cualquiera y una mezcla de calentura y celos se le metió de prepo en el cuerpo y lo hizo olvidarse de todo. Manoteó su celular para llamar a alguna de las chicas y sacarse de encima esa sensación abrumadora y justo vió que entraba una llamada del Chueco. Fastidiado, atendió. "Se pudrió todo, el hermano del Lungo está yendo para su casa...". Alayo cortó, se levantó y se asomó a la ventana: el coche del hermano de El Lungo clavaba los frenos con brusquedad frente a la puerta de su casa.
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