viernes, 22 de septiembre de 2023

ARREGLAR

Picapiedra estaba sentado delante de él. Tenía un pedo para quinientos pero era notorio que intentaba -trabajosamente- optar por la adustez. Era feo pero esa noche se lo veía particularmente horrible: la nariz aplastada, casi de chancho; los ojitos rápidos y ventajeros, vidriosos de escabio; la sequedad abrumadora de los pómulos que lo hacían parecer la máscara de cera de un museo patético de un pueblo de mierda de provincias. Mientras se acomodaban en el living Alayo recordó la única joda que habían compartido con Picapiedra, con Picapiedra y su hermano, un cumpleaños del Lungo, hacía unos ocho, diez años capaz. Picapiedra se había llevado una trola que no tendría más de quince años y estuvo toda la noche haciéndose chupar la pija, una pija extraña, como torcida, con la cabezota grotesca, reluciente como una bola de billar, sin acabar jamás. En un momento Alayo le había preguntado al Lungo "Che, le pasa algo a tu hermano, que no acaba nunca...?" El lungo le había respondido, socarrón y carraspeando: "lo que pasa es que está tomando merca, el pelotudo... ¿ahora... vos qué onda? ¿Desde cuándo andás relojeando pijas ajenas?...". Alayo había apurado la ginebra y había resumido molesto, casi escupiendo al Lungo de la bronca: "es la última vez que un forro de los tuyos toma merca adelante mío. Donde se come no se caga, entendés, mogólico. Que tu hermano deje de tomar merca, que la pendeja se trague la leche y que se vayan a dormir de una puta vez, si no se bancan coger y escabiar sin gilada no están para estar acá..." Hasta ahí Alayo se acordaba perfecto, o más o menos perfecto; a partir de ahí su inmersión en la ginebra había sido tan profunda que se había hundido del todo y los recuerdos, suponía, habían quedado a flote. Del resto de la noche no se acordaba nada: si Picapiedra y su pija deforme habían acabado, qué había hecho el Lungo, si él mismo había cogido... Nada. Pero eso había pasado hacía mucho. Ya no se ponía ciego, salvo solo y encerrado entre cuatro paredes. Y ahora Picapiedra y su pija deforme y, suponía, dormida, estaban adelante de él, y él hacía unas dos o tres horas que había boleteado al hermano de Picapiedra. Había que arreglar. Eso en principio. Si el principio no funcionaba Alayo tenía debajo de los almohadones donde estaba sentado una escopeta cargada, y debajo de la mesa ratona que lo enfrentaba a Picapiedra la cuarenta y cinco disimulada abajo de unas revistas de pintura de la puta de su ex. Sirvió dos Johnies, estiro el vaso y suspirando exhausto preguntó: "Picapiedra, ¿qué carajo pasa...?" Picapiedra tembló súbito y violento, dolorido y duro. " es... es... es mi hermano. Nos cagó, el hijo de puta. Alayo, nos recagó el hijo de re mil putas..." Alayo suspiró, fingiendo preocupación pero expirando alivio, y le dio un largo, tranquilo beso al Johnie. "Me lo veía venir..." anunció con la resignación de un profeta agobiado por escupir verdades sistemáticamente desoídas. "Me lo veía venir...". Picapiedra apuró su medida de Johnie de un tirón y medio se atragantó y tosió: "¿y qué carajo hacemos, Alayo, la puta madre, eh? ¿Lo matamos o qué?" Alayo se paró con una euforia solmene pero contenida: "Picapiedra, escuchame bien. Tu hermano ya está muerto. Hablamos mañana. Estoy cansado. Tengo que dormir..." Picapiedra lo miró con una mezcla de desconcierto y angustia: "¿Lo mataste? ¿Mataste al Lungo?". Alayo lo miró desconsiderado y por un momento barajó la posibilidad de meterle un tiro en la cabeza. "¿Qué carajo querías que hiciera, pelotudo, eh? Dale, me tengo que dormir. Hablamos mañana..." Picapiedra se levantó, más cohibido que triste o enojado. Alayo le abrió la puerta, cuarenta y cinco (disimulada) en mano. Picapidedra se subió al cohe y puso el motor en marcha. Alayo paneó la cuadra. Empezaba a amanecer y la posibilidad de la presencia del Negro ahora le parecía ridícula. Sin embargo un coágulo oscuro e indeterminado a lo lejos lo inquietó. Podía ser cualquier cosa, pero... "Ya arreglé", pensó. "Tengo que dormir. Y tengo que zafar...". Se metió la pistola en el pantalón, entro y cerró la puerta. Picapiedra antes de que entrara lo saludó apenas, con cara de estar asistiendo al inicio el fin del mundo, pero Alayo ni se enteró.

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