domingo, 24 de septiembre de 2023

MEAR

Alayo abrió los ojos lento, armonioso, por un instante beatífico. Una luz dorada y amable lo inundaba todo: la tibia, adormecedora luz de un sol otoñal de media mañana. Lo inundaba además un calorcito que al principio también le resultó beatífico pero enseguida no; se había meado encima. "La reconcha de la lora, ¿qué mierda...?", se levantó, brusco y asqueado. No podía creer lo que veía. ¿En serio se había meado en la cama? ¿Pero qué carajo le pasaba? Arrastró sábanas y frazada de un tirón, las tiró a un costado de la pieza y se metió en la ducha. Le llamó la atención que no tuviera ningún dolor de cabeza; cero resaca. Raro para la cantidad de escabio que se había metido en los últimos dos días. El shampoo y el jabón lo empezaron a relajar pero en un momento sintió que se cagaba encima y, por primera vez en su vida, decidió garcar en la bañera. "En qué piltrafa me estoy convirtiendo", pensó mientras satisfactorios chorros de diarrea se le resbalaban por las piernas, al instante milagrosamente purificados por el agua que se derrumbaba desde la ducha. "Qué gran invento el agua corriente, la puta madre..." reflexionó, ecuánime y sagaz. Se quedó bañándose casi veinte minutos, paja incluída. Se secó, se vistió. Se hizo un café batido y se comió tres medialunas de manteca y una de grasa que había arriba de la heladera. Carajo, qué hambre. Recién después de despachar la cuarta medialuna manoteó el celular. Doscientas llamadas perdidas. ¿Qué onda? De casualidad vio el día: 28 de abril. 28 de abril de 2014. Fa. Se había dormido un día y medio. Con razón se había meado en la cama y se había cagado en la ducha. Claro, si hacía dos días que no dormía, todo por el pelotudo del Lungo, que por suerte bien muerto estaba. Escupió en la pileta de la cocina un garzo de un verdor de esmeralda y abrió la heladera. Había un plato de fideos con tuco, media banana (sin cáscara), una botella de Bols y una lata de Quilmes. La lata de Quilmes le recordó al mamerto del Chueco pero la abrió igual. Increíble que se hubiera dormido un día y medio. Se acordó una anécdota que le había contado el Chueco. Un tarado amigo de él que era medio puto (reprimido) y abstemio estuvo dos días seguidos tomando merca y pese a que se había quedado sin milonga no podía bajar. Alguien le recomendó el remedio ortodoxo: sexo y/o alcohol. Pero como era medio puto reprimido y abstemio no le daba. Entonces el Chueco se acordó una cosa que siempre le decía su abuela formoseña cuando él a los doce años empezaba a escabiar y ya se notaba que en ese terreno iba a ir a fondo: "Tu abuelo era borracho como vos, pero sabés, para laburar doce horas y estar todo el día en pedo además de vino tomaba mucha agua". El Chueco tiró esa idea y el pibe se puso a tomar agua, agua y más agua. Fácil se había tomado, según el Chueco, tres o cuatro litros. Y la merca le bajó, no por el agua sino porque ya había dejado de tomar hacía varias horas. Se había quedado dormido, tranquilo, medio temblando todavía, pero bien, y al rato se había meado encima. Según el Chueco entonces él le había sacado el pantalón meado y de golpe se había calentado y se lo había cogido. El Chueco era un degenerado pero también era muy mentiroso. ¿En serio se lo habría garchado? ¿En serio le había recomendado tomar agua para bajar la merca? Capaz nada había pasado. Capaz el tarado amigo del Chueco ni había existido. Capaz... Alayo detuvo la acumulación de preguntas en su cabeza porque había sonado el timbre. Se asomó a la puerta. Su ex, con una mueca de trola que le habría parado la japi a un viejo de ciento veinte años, le guiñaba el ojo, botella de Luigi Bosca en mano, y le preguntaba si no podía pasar.

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