domingo, 1 de septiembre de 2024
MEAR (5)
Era el viejo Podestá, no había dudas. Hasta el último segundo El Laucha había pensado que podía ser cualquier cosa, no sabía bien qué, pero en serio que le parecía demasiado, ¿fingir su propia muerte, con certificado de defunción y todo? Pero bueno, ahora lo tenía adelante y no, ni a palos; era el viejo Podestá, cigarro en mano (cigarro que fumaría tres o cuatro veces y que apagaría poco después de haber despachado la mitad), copita mínima de whisky en la otra, con su eterno aspecto de Profesor Lambetain y su sonrisa cáustica, despectiva, fríamente tanguera. “Mickey querido.... Sentate, tomate un escocés con un colega de Lázaro...” El Laucha bajó la cabeza, respetuoso, y estiró la mano: “Don Podestá... qué... qué gran noticia. En serio...” Podestá sonrió desgarbado y estrechó la mano del Laucha, con esa extraña energía sutil que manejaba y que implicaba un uso mínimo de la fuerza y un efecto máximo de potencia en el receptor. Con un giro de cabeza le hizo entender al pibe bien lookeado que sacara la botella de Old Smuggler de la mesa y que trajera otra bebida, un Johny Walker etiqueta azul sin abrir, blue label que, recordó El Laucha, a lo largo de más de dos décadas le había convidado solo tres veces, después de las tres movidas mejor hechas con Podestá en la que El Laucha había participado, de hecho las tres mejores movidas de su vida. ¿Y Podestá ya le servía una copa de etiqueta azul antes de haber hecho nada? El Laucha sonrió en su interior: “acá me están empaquetando de lo lindo o va a haber guita grande pero grande en serio...”.
“Mickey, seguís rápidito y preciso para el gatillo, me quiero imaginar...” afirmó/preguntó Podestá mientras abría la botella y le servía su medida en un vaso de plástico. El Laucha asintió, respetuoso, mientras sorbía un trago -ufff, qué delicia-, del blue label. “Obvio, Don Podestá. Rapidito y preciso. Como siempre...” Podestá asintió también, respetuoso también, aunque reflexivo, se notaba, como si algo en su interior lo hiciera dudar de seguir adelante con El Laucha, o eso al menos le pareció a este último. “Bueno, te tengo no sé si el laburo de tu vida pero un laburazo. Doscientas mil lucas gringas por bajarte tres tipos... ¿te va?...” El Laucha dio un segundo trago al blue label y pensó que estaba entrando al mejor de los mundos: ¿doscientas mil lucas gringas? Ja, por esa guita se bajaba medio Termas Blancas. Pero también era obvio, Podesta estaba tercerizando y entonces, ¿cuánto le quedaría a él? Igual, no había otra respuesta: “obvio, estoy. Estoy de una. ¿Quiénes son los futuros tres fiambres?.” Podestá sonrió con ironía. “¿Te suena un tal Alayo y su gente?” El Laucha abrió los ojos desmesuradamente y casi gritó: “¿Alayo y su gente? Y después qué hago, me guardo en la luna...?” Podesta tomó un trago y sonrió de nuevo, dejando un suspenso bastante teatral en el aire: “Mickey. ¿Vos te acordás por qué te empecé a decir Mickey, no?” El Laucha asintió, seguro, se acordaba perfectamente. “Porque sos chiquito, flaquito, escurridizo, es cierto, pero vos no sos una laucha. Vos tenés estilo. A tu manera lumpen, pero tenés estilo. Entonces si sos una laucha sos una laucha internacional, como Mickey...” El Laucha sonrió, íntimamente satisfecho. Podesta dejó el vaso, apagó el cigarro y apoyó los codos sobre la mesa, acercándose, dándole seriedad máxima al tema: “Mickey, si vas para adelante estás metiéndote en una movida muy grande. Una gente de afuera me contactó para que les limpie toda esta zona. Y lo voy a hacer. Pero después la cosa sigue. Entonces necesito que después de esta jugada te vengas conmigo...”
El Laucha no podía más con la emoción y casi se bajó la medida de blue label para controlarla: “Don Podestá... desde ya... yo estoy con usted, obvio, de una... El tema es cómo hago para zafar si me cargo a Alayo y a su gente...?” Podestá se apoyó contra el respaldo de la silla, aminorando la tensión. “Olvidate. Te vas a morir, pero te vas a morir como me morí yo. O sea, en un par de días nadie te va a buscar, hayas hecho lo que hayas hecho, porque va a estar legalmente muerto, como estoy desde hace cinco años”. El Laucha sintió lo mismo que si se hubiera ganado el Prode, la lotería y el quini 6 todo junto. Era increíble. Pero por supuesto, no había que demostrar mucho, aunque algo sí. “Don Podestá, es un honor inmenso. En serio, muy inmenso...” Podestá apuró el blue label y se levantó. “Mickey, no me vengas con flores, dale. Tengo que ir a mear, y es una de las cosas más importantes que hago. Mear. Mañana te mando el detalle de todo. Piru, que termine el whisky y abrile...” Podesta le dio la mano y se levantó para salir de la pieza donde estaban. El Laucha, eufórico con la propuesta, de pronto tuvo una especie de audacia repentina, que sabía que le podía costar carísimo pero que no pudo reprimir: “Don Podestá... le puedo hacer una pregunta...” Podestá lo miró serio pero curioso, y levantó las cejas, en asentimiento tácito. “¿Por qué hace todo lo que hace, si vive como vivo yo, que soy un muerto de hambre...?’” Podestá al principio lo miró glacial y El Laucha se maldijo pero apenas, porque al mismo tiempo sabía que tenía que intentar despejar ese misterio, aunque la cosa terminara mal. Podestá sonrió, cómplice y le guiño un ojo: “¿ves por qué te puse Mickey. Dale, Piru, abrile y que se lleve la botella de blue label...”
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