martes, 18 de mayo de 2010

EL JARDÍN DEL ÚNICO SENDERO

Sobre El jardín de senderos que se bifurcan de J.L.Borges

Para Yupi

La historia que narra El jardín de senderos que se bifurcan a primera vista es sencilla. Durante la primera guerra mundial un espía chino, Yu Tsun, que está en Inglaterra incomunicado con su jefe alemán, tiene que avisar a éste el nombre de la ciudad que la aviación alemana debe bombardear. Para lograrlo Yu Tsun decide asesinar a un individuo cuyo apellido concuerda con el nombre de dicha ciudad, cosa que logra a tiempo, segundos antes de ser capturado, y posteriormente juzgado y condenado a la horca. Pero en este esquema entre policial (así lo llama Borges) y de espionaje, hay un elemento cuya introducción genera una suerte de clima ambiguo, irreal. El individuo al que Yu Tsun debe asesinar, el Dr. Albert, resulta ser un sinólogo que ha resuelto el enigma doble que hace un siglo atrás dejara planteado para la posteridad un antepasado ilustre de Yu Tsun, Ts’ui Pen. El Dr. Albert se dedica a exponer amablemente a su futuro verdugo las razones de Ts’ui Pen hasta que Yu Tsun, quien no deja de admirar la perspicacia de su futura víctima, lo mata. El lector termina el cuento desconcertado. ¿Qué fue lo que paso en verdad? ¿Por qué Yu Tsun mata a un individuo que en principio admira? ¿Hay alguna necesidad que lleve a Yu Tsun a encontrar al Dr. Albert o es todo fruto de la casualidad?



Las preguntas del lector son pertinentes. Lo primero que debería aclararse es que El jardín de senderos que se bifurcan, en contradicción evidente con su nombre, que sugiere una estructura laberíntica e incesantemente desdoblada, es un cuento que posee una estructura lineal, aunque para confusión del lector, doble y paralela. Dos tramas que convergen espacial y temporalmente y cuyo protagonista es el mismo personaje, dos tramas que podrían sin demasiado inconveniente ser narradas por separado (a excepción del desenlace, momento en el que la aventura de espionaje de Yu Tsun y la explicación del Dr. Albert del enigma planteado por Ts’ui Pen se funden) y que al ser desde el principio mezcladas en la narración como si formaran parte de una trama única, crean el mencionado estado de confusión en el lector, quien necesita establecer un hilo que explique esta aparente relación, ya que difícilmente puede concebirse una casualidad tan grande que lleve, por encima de los países y de los siglos, a mezclar en una situación limite a un descendiente de Ts’ui Pen y al descubridor de sus arcanos. Sin duda Borges hace entrar a jugar la causalidad “mágica” (según su propia nomenclatura) esa causalidad hecha de reverberaciones, simetrías y similitudes morfológicas, “de vigilancias, ecos y afinidades”, método por el cual dos elementos del relato parecen conectarse, a despecho de la lógica de todos los días, por un hilo secreto y sutil. En este caso, el enigma de Ts’ui Pen, el doble enigma del laberinto y de la novela que en realidad forman las claves complementarias para resolver un mismo enigma, aparece entonces como un reflejo especular del cuento, que en principio se presenta como una trama única, cuando en realidad está compuesto por dos órdenes de eventos desconectados entre sí, que el destino (y enseguida veremos qué importante es la noción de destino para esta lectura) juntaría arbitrariamente.
Volvamos en principio entonces al “Jardín de senderos que se bifurcan”, a la novela-laberinto que dejara escrita Ts’ui Pen. Esta noción, o sea la ramificación desmesurada que el albedrío de cada individuo introduciría en el devenir universal (el “efecto mariposa”, digamos) es en lo primero que repara la atención del lector, y también podría ser que en lo último. La fascinación que produce en principio esta idea, el hecho de que el título del cuento alude directamente a ella, la presencia casi onírica del Dr. Albert, surgiendo desde un jardín etéreo y solitario y aleccionando desde su sabiduría profunda y desinteresada al ciertamente interesado Yu Tsun, pareciera indicar que el “tema” del cuento está acá: la exposición literaria de una idea filosófica.
Pero si por debajo de esta superficie escarbamos un poco notamos que hay muchos elementos en el cuento que nos indican una dirección exactamente opuesta a la de la infinita subdivisibilidad del tiempo. Para empezar, la esterilidad del esfuerzo de Yu Tsun, cuyo efecto de movida sabemos inservible, o peor aun, mínimo, infinitesimal (apenas consiguió retrasar en cinco días una ofensiva británica que resulta exitosa, y cuya postergación el historiador Liddell Hart adjudica a una mera cuestión climática) Pero además hay varios elementos extraños, decididamente inexplicables en un contexto de causalidad “no mágica”, como por ejemplo los chicos que esperan (con el rostro significativamente en sombras) a Yu Tsun en la estación de Ashgrove, que parecen saber a dónde va a despecho de cualquier lógica y que le recomiendan cómo llegar hasta la casa del Dr. Albert, como si la llegada de Yu Tsun hubiera estado prevista desde mucho tiempo atrás. El carácter simbólico que parece adquirir la casa del doctor Albert, asimilada por el mismo Yu Tsun al patio central de un laberinto, al que se llega doblando siempre hacia la izquierda, como le avisan los mismos chicos misteriosos de la estación. La velocidad automática, impersonal y ciega con que Richard Madden sigue los pasos a Yu Tsun, al parecer sin necesidad de dilucidar un plan a todas vistas casi imposible de adivinar con los nulos elementos que posee Madden (en algún momento Yu Tsun se dice a sí mismo que su perseguidor no sabe ni siquiera que él conoce “el Secreto. El nombre del preciso lugar del nuevo parque de artillería británico sobre el Ancre.”; pero casi enseguida da por descartado no sólo que Madden lo sabe sino que además éste ya conoce con toda precisión su plan) También son llamativos los adjetivos aplicados a Madden, que más que tumultuoso parece la imagen misma del método, tanto en su capacidad deductiva casi sobrenatural como en su velocidad implacable a la hora de alcanzar a su objetivo, y que de feliz, en la medida que éste adjetivo se asocia a un estado sentimental, tiene poco y nada, ya que su imagen borrosa más pareciera asemejarse, en su perfecta y fría precisión, a un robot programado que a un ser humano.



Estos elementos forman parte de una especie de trama subterránea que invalida la teoría que está a la vista (los tiempos con posibilidades indefinidas - paralelas, semejantes o contradictorias - que cada cambio implicaría de cara al instante inmediatamente sucesivo) marcando sutilmente al lector que las decisiones individuales nada pesan y nada pueden cambiar, que fatalmente el Dr. Albert debía descubrir el enigma de Ts’ui Pen, que fatalmente Yu Tsun debía matar al Dr. Albert, que fatalmente Madden debía capturar a Yu Tsun, y que la ofensiva británica no era menos fatal que todo lo anterior. Esta contradicción está tensionada al límite en el diálogo final entre el Dr. Albert y Yu Tsun. Dice el Dr. Albert: “Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan, o que secularmente se ignoran abarcan todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de estos tiempos. En algunos existe usted y no yo. En otros yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.” Este párrafo es una especie de auto-burla del Dr. Albert a su propia hipótesis de los futuros divergentes con infinitas posibilidades y a su ignorancia general acerca de dónde está parado; primero, cuando él mismo, a punto de ser asesinado, habla de un favorable azar; y segundo (y más importante) cuando todas las posibilidades que nombra parecen coexistir en una única situación, que es la que está ocurriendo en ese momento y que va a desembocar en su muerte inevitable. En efecto, no sólo Yu Tsun ha llegado a su casa, sino que también se podría decir que ha encontrado muerto al Dr. Albert (en la medida en que está decidido a dispararle en breves instantes) y también se podría decir que el Dr. Albert es un error y también un fantasma. La respuesta de Yu Tsun a este inocuo juego de porvenires que en tono jocoso le ofrece Albert, “el porvenir ya existe (…) pero yo soy su amigo. ¿Puedo examinar de nuevo la carta?” es, además de una obra maestra de la simulación y una confirmación de la ceguera del Dr. Albert, una tomadura de pelo monumental, el colmo del gaste, podríamos decir. Y casi como para escarnecer aun más al Dr. Albert, para confirmar definitivamente su condición de fantasma y de error, el narrador hace que éste se de vuelta antes de morir, sin siquiera darle la posibilidad de entender, en el mínimo segundo previo a su muerte, cómo y por qué muere, o hasta quién es el que lo mata. La muerte, como se nos dice, “fue instantánea: una fulminación.”
También son significativos (y curiosos) los fragmentos de “El jardín de senderos que se bifurcan” que el Dr. Albert elige para explicar la “red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos” sobre los que teóricamente escribiera Ts’ui Pen. Y son curiosos porque lo primero que llama la atención en ellos no es la diversidad de eventos que plantean sino el mismo exacto punto de llegada al que se arriba a través de esos eventos diferentes: “un ejército marcha hacia una batalla a través de una montaña desierta; el horror de las piedras y de la sombra le hace menospreciar la vida y logra con facilidad la victoria; en la segunda, el mismo ejército atraviesa un palacio en el que hay una fiesta; la resplandeciente batalla les parece una continuación de la fiesta y logran la victoria.” Por más que la teoría de las “infinitas series de tiempos” implique también tiempos casi idénticos (en la medida en que podría haber dos universos exactamente iguales a no ser por sólo un elemento) es llamativo que el Dr. Albert elija justamente esos fragmentos, que parecen explicitar menos la idea de muchos tiempos distintos que la noción de que por mucho que nos desviemos dentro de esos tiempos de cualquier modo llegamos siempre al mismo lugar (o, como diría Red Scharlach, “la sentencia de los goím: todos los caminos conducen a Roma.”)
Como en “El jardín de senderos que se bifurcan”, la novela de Ts’ui Pen, en la que, siguiendo los cánones del juego de las adivinanzas, se prescinde del uso de la palabra tiempo, en el cuento homólogo de Borges (coincidencia nada casual) éste omite, no usar la palabra, pero sí discurrir con precisión acerca de la noción de destino, que es en definitiva lo que explica la estructura paradójica del cuento: se habla de una cosa (los tiempos múltiples) pero sucede exactamente lo contrario (los hechos parecen concentrarse rígidamente y en una sola dirección) “Omitir siempre una palabra (…) es quizá el modo más enfático de indicarla.”
Y así al final todos resultan engañados: el Dr. Albert, en su apacible bonhomía filosófica, luego de resolver magistralmente el enigma de Ts’ui Pen, termina asesinado. Yu Tsun muere pensando en que logró su cometido, sin embargo el inicio frío y casi periodístico del cuento nos aclara que hasta tal punto fue insignificante su aventura que la demora (“nada significativa, por cierto”) de la ofensiva británica es adjudicada al clima. En esta suerte de estafa doble creo que hay otro elemento interesante, que daría una vuelta de tuerca más al cuento y que consiste en una última pregunta: ¿si todos fueron engañados, quién fue el que los engañó?
En principio, si nos remitimos a la idea del destino, está claro que nadie en particular. El destino sería impersonal, no tiene voluntad discernible y sólo podemos conocer su dirección (si es que tal cosa existe) viéndolo en retrospectiva. Pero me parece que hay algunos detalles sospechosos que podrían aludir a una suerte de demiurgo consciente en esta trama.
Para llegar hasta él, debemos empezar preguntándonos por qué Yu Tsun decide apoyar a Alemania. Yu Tsun se define como cobarde (o sea que no es por “sed de aventuras” que lo hace) no le interesa el prestigio alemán, y además el hecho de que el Dr. Albert haya descifrado el enigma planteado por su antepasado Ts´ui Pen, genera en Yu Tsun una profunda admiración por éste – y por extensión, para una mentalidad tradicional como la de él, por su país de origen, por Inglaterra. Su justificativo acerca de por qué es un espía (cosa que por otro lado le resulta profundamente humillante) a una primera lectura parece ser bastante pueril: “Lo hice, porque yo sentía que el Jefe temía un poco a los de mi raza – a los innumerables antepasados que confluyen en mí.” En esta respuesta, la primera parte, el argumento propiamente dicho, es definitivamente pueril y no convence demasiado, pero creo que lo que importa está en esa alusión a los antepasados, que en principio pone una vez más en el texto (sin nombrarla) la idea de una sucesión agobiante de hechos encadenados que parecen indicar una dirección. Yu Tsun fuerza a la historia para que se encarrile en una determinada dirección y fracasa. Pero lo extraño es que Yu Tsun no parece estar demasiado convencido de ese camino que la historia debería tomar, y que sin embargo se siente obligado a intentarlo como un deber para con sus antepasados. Y esto es importante porque entre esos innumerables antepasados desconocidos hay uno que sí conocemos y que es Ts’ui Pen.
Ts’ui Pen murió asesinado por un extranjero, imprevistamente; “la mano de un extranjero lo asesinó y su novela era insensata y nadie encontró el laberinto” Pero no sé hasta qué punto esa muerte truncó su obra, porque ésta pareció inconclusa para la posteridad cuando en realidad era meramente caótica para aquellos ojos que no supieran cómo leerla. Si la obra de Ts’ui Pen estaba en efecto concluida, es probable que a éste ya no le interesara seguir viviendo, habiendo terminado de construir ese “laberinto en el que se perdieran todos los hombres”. Y es muy llamativo que el autor del enigma y el encargado de descifrarlo hayan tenido una muerte idéntica, ambos asesinados a manos de un extranjero. ¿Casualidad, mera simetría o algo más? Creo que el hecho de que Ts’ui Pen y el Dr. Albert, dos espíritus solitarios y contemplativos que difícilmente tuvieran enemigos, mueran asesinados en circunstancias idénticas, me parece que conforma, más que una simple simetría, un círculo que se cierra. Se me ocurre que tal vez Ts’ui Pen delineó una especie de trama metafísico-policial con un siglo de antelación, que arrastró a su descendiente Yu Tsun indefectiblemente hacia el asesinato del Dr. Albert. Y esto, que en principio podría parecer una hipótesis delirante, no lo es tanto si pensamos que en Ficciones hay varios relatos donde aparecen explícitamente tramas ajedrecísticas y multiseculares, por ejemplo en La loteria en Babilonia o en Tema del traidor y del héroe.
Tal vez Ts’ui Pen no haya creído nunca en las posibilidades que implicaba su jardín de senderos que se bifurcan y para corporeizar esa incredulidad haya tejido una paradójica parábola determinista disfrazada de caso policial a la que ubicó a un siglo de distancia y a miles de kilómetros de su país. Tal vez a través de la carrera frenética y fatal de Yu Tsun haya buscado contradecir la teoría de los tiempos múltiples y con precisión milimétrica haya movido desde la sombra sus piezas, permitiendo a una de ellas (el Dr. Albert) el resolver su enigma pero al instante haciendo desaparecer esa misma solución a través de otra pieza (Yu Tsun) que representa la exacta antítesis del enigma representado, y cerrando así, en la medida en que sus muertes son iguales, ese círculo que él iniciara en Yunnan cien años antes, haciéndose asesinar por un forastero.



O tal vez sea todavía peor. Tal vez el caso del Dr. Albert y de Yu Tsun sea sólo el primer eslabón de una cadena que, para seguir la costumbre de Borges, se presume infinita, y cada tantos años, cíclicamente, alguien resuelva el enigma de Ts’ui Pen, y al poco rato reciba una visita extranjera. Como conclusión (como consejo) podríamos recomendarles a esos potenciales sinólogos del futuro que después de descifrar el enigma de Ts’ui Pen por varios días no contesten el timbre.

1 comentario:

Yupi dijo...

Muchas gracias Necro por la dedicatoria. Muy bueno el artículo. Después comento en LLP algo que me acordé al leerlo.