martes, 24 de octubre de 2023
MEAR (2)
Empezaba a atardecer. La pieza estaba silenciosa salvo por el canto nítido de los pájaros, que cada tanto aturdían amablemente su duermevela, y por el rumor rutinario y siniestro de los periodistas de TN que llegaba, monótono e insidioso, de alguna habitación indefinida. Leni abrió los ojos y empezó a pensar en la cena. Al restorancito del hotel atendido por el demente rubio no volvía ni en pedo; la comida era rica, casera y barata pero si al día siguiente el demente rubio le reclamaba de nuevo cien mangos... (“cómo me cagó la pendeja, por otro lado...”). La parrilla a la que había ido la segunda noche estaba bien pero no sabía si le iba a alcanzar la guita, le quedaban dos noches y estaba medio jugado. ¿Buscar una proveeduría o un almacén y comprar algunas cosas para una picada con un par de botellas de vino y una petaca de algo y comer en la pieza? Razonaba que era la mejor jugada y estaba por meterse al baño para mear y salir rápido cuando sintió dos golpecitos en la puerta, mínimos pero enérgicos. Dudó entre levantarse o fingir que dormía pero pensó que lo segundo no tenía sentido, si esperaba un rato tal vez cerrara todo y no le quedaría más remedio que comer afuera. Se acercó a la puerta, la abrió apenas: la hija del demente rubio, con una sonrisa expansiva, contagiosa, le mostraba un billete de cien pesos y le guiñaba un ojo.
“Qué genia, gracias...” le dijo un Leni gratísimamente sorprendido, por los cien mangos, por la sonrisa de la pendeja. La chica no contestó; sonreía y no se movía. “¿Querés pasar?”, preguntó algo confundido. La chica seguía sonriendo sumergida en una alegría difusa, ligeramente asocial. Leni aguantó un par de segundos y se sintió obligado a insistir: “iba a salir a comprar comida y bebida para la noche. No sé... ¿me acompañás?” La chica se pasó la lengua apenas por sus labios finísimos: “olvidate de la comida. Yo cocino acá. Vamos a dar una vuelta y cuando volvemos te preparo algo”. Leni, azorado, con un princpio repentino de erección y una alegría vertiginosa contestó que sí, que de una y que ya salían. Manoteó dos latas de birra de la heladera y medio minuto después estaban caminando hacia la Laguna Negra, según le anunció la chica.
Hicieron varias cuadras en silencio, tomando sorbitos apacibles, respetuosos de sus respectivas latas. Curiosamente para estar con una desconocida Leni se acomodó al silencio de la chica, que le resultaba agradable, incluso relajante. La única molestia de la situación es que no había meado antes de salir. Pero no daba para parare y mear en medio del campo con la chica al lado, salvo que se estuviera a punto de mear encima. La miró con carpa: era linda, muy linda. Y lo había invitado ella, sola, a salir a dar una vuelta. “Ojalá no esté soñando”, pensó Leni, y se dijo que no, que todo era más o menos normal y que entonces no podía ser un sueño, pero después recordó que en los sueños incluso los absurdos más extremos se naturalizan, entonces... “¿Por qué viniste a Termas Blancas?”, cortó su deriva la chica -que a todo esto todavía no sabía cómo se llamaba. Leni sintió que lo despertaban de un mundo paralelo en el que había estado a punto desviarse: ”Ehh... en realidad... bueno, dos amigos muy queridos murieron acá. Hace unos años. Murieron acá de casualidad, ¿no?. Y... no sé... pensé acercarme... no sé... para homenajearlos, o algo así”. La chica asintió, comprensiva. “¿Eran dos amigos varones?” pregunto la chica y dio un trago largo a la lata de Quilmes Stout. “No, no. Eran un varón y una mujer. Eran una pareja amiga, en realidad”, respondió Leni y sonrió por lo infantil que le sonó el término “varón” usado por la chica, que él había mantenido. La chica levantó los ojos y clavó su mirada en la mirada de Leni, que hasta ese momento iban en paralelo, hacia adelante, hacia el crepúsculo y la Laguna Negra: “¿estabas enamorado de ella, no?” preguntó la chica con una mezcla de sagacidad y desparpajo que a Leni lo desarmó por completo. Su primera reacción fue mentir pero después pensó “si esta piba no tiene la menor idea de quién soy...”. Tomó aire y por primera vez en su vida reconoció, delante de un tercero, que sí, que estaba enamorado de Natacha. La chica asintió despacio, reflexiva. “Y el tema es que eras amigo del novio... Seguro que a ella lo conociste por él, ¿no?”.
Leni empezó a preguntarse ligeramente inquieto con quién carajo estaba hablando; ¿una agente de la SIDE? ¿Una adivina? ¿Una telépata? Decidió mentir, a ver qué pasaba: “no, en realidad fue al revés. Conocí a Seba por Natacha”. La pendeja lo relojeaba y le sonreía con sorna evidente (aunque cada vez se veía menos) como si supiera que mentía pero dejándolo hacer, porque lo iba a agarrar a la vuelta de la esquina. Leni, cada vez más confundido, se empezó a preocupar. Esto no era normal, ¿con quién estaba caminando, con la bisnieta de Shelock Holmes? Por otro lado las ganas de mear ya se le hacían intolerables. “Disculpame... ¿sabés que me estoy pillando mal? Freno dos minutos y seguimos...” anunció y ni esperó respuesta. Se metió dentro de una especie de matorral, medio al dope porque ya el sol se había hundido y se veía poco y nada; se desabrochó desesperado la bragueta, casi meándose encima y sintió la felicidad abrumadora de que el líquido que contenía su cuerpo se precipitara hacia la Pacha Mama con la felicidad ciega con que las cataratas del Iguazú desploman cientos de toneladas de agua por minuto. Meó lo que le pareció una eternidad amodorrada y placentera y empezaba a sacudirse cuando un movimiento brusco lo sobresaltó. Giró algo paranoico y en la penumbra última del atardecer que moría definitivamente descubrió detrás de él a la pendeja. “Disculpa, pero me parece que te puedo limpiar mejor que vos...” anunció, y acto seguido se agachó y empezó a chuparla la pija.
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