domingo, 1 de octubre de 2023

REPLEGAR

El Chueco le dio una seca agónica al porro y lo apagó sin energía, casi dejándolo chocar contra el cenicero; después tomó un trago desganado de cerveza. Parecía que le hubieran acabado de leer su sentencia de muerte. Negaba con la cabeza, aunque no histérico, más bien reflexivo o resignado. Alayo lo miró seco, Jonhy en mano:"escuchame, pelotudo. ¿Qué te pensaste, que todo esto era un juego? Y si es un juego se gana o se pierde, pero siempre a los tiros. Listo". La arenga, corta pero al parecer convincente, despertó al Chueco y lo sacó de su abulia fatalista. Apuró la cerveza y "perdón, perdón. Es que no me esperaba toda esta mierda de la nada..." No, claro. Él tampoco se la esperaba. Pero la mierda, como el arte, según le había explicado la puta de su ex, ocurre. Y hacés todo bien pero la mierda te aparece aunque no hayas cagado; y entonces no te queda otra que limpiar. Bueno, esa había sido su especialidad, por eso estaba donde estaba. Se lo había dicho Aduriz cuando decidió dejar todo a cargo de él, hacía ya unos veinticinco años: "Alayo, vos sos un sorete y un vicioso. Pero sos limpio. No dejás cabos sueltos. Sos la persona que necesito..." Y ahora él era Adúriz y necesitaba delegar todo, el tema es que no tenía a nadie limpio, al menos limpio como él. Y encima se le había armado una guerra de la nada, una guerra que no sabía quién peleaba, una guerra que lo único que sabía era que el bando agredido estaba formado por él y los suyos. Ja. Y él pensando en zafar. El Chueco terminaba la lata de Quilmes y acto seguido abría otra, sin dejar de menear la cabeza. "Pobre Chocolate. Y pobre Picapiedra. Picapiedra era un hijo de puta pero Chocolate no. Qué pena. ¿Y qué carajo hacemos? ¿Contra quién peleamos? No entiendo..." Alayo tampoco entendía. Había hablado con Marasco, con El Viejo y con Adúriz Jr. Teóricamente ninguno de los tres tenía nada que ver y estaban igual de desconcertados. De ahí a que fuera verdad, bueno. Pero su olfato le decía que no, que no tenían nada que ver. ¿Alguien se quería meter de afuera? Pero para meterse de afuera había que armar una guerra. Y una guerra era lo menos limpio que podía existir, por eso en su cabeza no entraba la posibilidad. Pero capaz era eso, alguien de afuera. Y si era alguien de afuera, bueno tenía que tener mucho pero mucho resto para mandarse así. Ya le había resultado muy sospechoso que El Lungo, después de tantos años, los intentara cagar. No le cerraba ni ahí, El Lungo se la bancaba pero a él le tenía terror, no iba a armar ninguna jugada solo, tenía que tener una banca fuerte, o sea: Marasco, El Viejo o Adúriz Jr. ¿Pero por qué mierda Marasco, El Viejo o Adúriz Jr iban a querer cambiar las reglas si todos estaban tranquilos, llenos de guita, chochos de felicidad? No tenía sentido. Era alguien de afuera... ¿pero quién?. Por ahora no importaba, mejor dicho; ahora había que posicionarse a la defensiva, hasta entender qué carajo pasaba. "Escuchame, Chueco, escuchame bien. Alguien nos quiere correr. No sé quién es pero es de afuera. Nos quiere muertos y si no escrachados, porque sabe que si acá se mete el periodismo antes o después vamos todos en cana. Hay que replegarse y limpiar todo. Picapiedra no es de acá, que se arreglen los de Coronel Membrillo. Ya hablé con la mujer de Chocolate, vamos a decir que fue un infarto..." El Chueco empezaba a recobrar la seguridad, tal vez por el abuso de cerveza, tal vez por la entereza de Alayo. "¿En serio la mujer de Chocolate no quiere vengarse?" preguntó extrañado mientras tomaba un trago de birra medio atragantándose. "Por supuesto que quiere vengarse y ya le aseguré que lo vamos a vengar. Le aseguré que a los que mataron a Chocolate los vamos a pasar por la máquina de cortar fiambre del almacen de Don Gutiérrez y los vamos a reducir a medio millón de fetas. Pero para hacer eso necesitamos tiempo. Y si tenemos a los medios nacionales o de la provincia cubriendo una guerra en Termas Blancas no vamos a poder hacer nada. Necesitamos tiempo y necesitamos entender qué pasa..." El Chueco, ya definitivamente compenetrado en su rol inmediato, asentía convencido y vagamente eufórico. "Hijos de puta. De una, ¿qué carajo se creen? Como usted dijo, de acá salimos a los tiros...". Alayo remató el Johny, se sirvió otro y le sirvió una medida a El Chueco, la primera vez que lo hacía en varios años de trabajo conjunto. "Tomá, pelotudo, si vamos a morirnos por lo menos tomá un trago de esto. Y no. No vamos a salir a los tiros ahora. Yo ya me puse custodia pero a vos no tengo cómo justificártela. Guardate un par de días, una semana por ahí, en la casa de algún amigo, familiar o mina que te cojas y que no viva en Termas Blancas. Dejame entender qué carajo pasa..." El Chueco asintió, aprobando. "Rica esta mierda. Hubo que esperar a que nos intentaran matar para el convite. Algo es algo..." Alayo apuró el whisky y sonrió apenas. "¿Entendiste entonces? Terminá el whisky y tomátela. Los custodias están en la puerta, me voy a dormir..." El Chueco asintió, siempre respetuoso y saboreó despacio, con placer cansino el Johny. Alayo estaba por irse a la pieza pero de golpe se frenó. "¿Era Ganchete el que hablaba siempre del Negro, no?" El Chueco apuró el vaso y pasó con cierta dificultad el whisky: "¿El negro? Ja, sí. Negra tenía la consciencia el Gancho. Qué tipo hijo de puta. Peor que Picapiedra, peor que El Lungo. Ese sí que era un hijo de puta flor. Me acuerdo una vez..." Alayo lo cortó en seco: "¿pero qué decía del Negro?". El Chueco sonrió, se ve que no estaba acostumbrado al whisky y empezaba a relajarse de más: "Que se le aparecía. Boludeces, qué sé yo. Que le decía que se matara, me parece. Boludeces, ya ni me acuerdo. ¿Por qué me pregunta?..." Alayo negó con la cabeza: "Cuidate Chueco. Terminate el whisky y tomátela. Hablamos..." Alayo dejó el living, recorrió el pasillo, se metió en el baño, se lavó los dientes, meó; dudó entre llamar a una de las chicas pero al final decidió meterse en su cuarto, tomarse un ansiolítico y dormirse de una puta vez. Ya en la cama se puso a pensar. En veinticinco años, ¿cuántas veces se le había estado a punto de ir la cosa de las manos? La primera vez con el quilombo aquel de Tito; lo limpió en tres días. La segunda vez cuando el mogólico de El Chino se garchó a la piba borracha en el calabozo; lo limpio en tres horas. La última, el quilombo de los faloperos porteños, cuando Termas Blancas se llenó de periodistas; lo resolvió de toque y en el camino tuvo que acostar a un compañero de la primaria, encima al pedo, porque el campo que consiguió soñando con el famoso niobio no tenía nada, como en definitiva nada en Termas Blancas tenía nada. Pero bueno, la enumeración de problemas resueltos lo sedó tanto o más que el rivotril. Se estiró satisfecho y dudaba si pajearse o no, cuando por inercia decidió mirar de nuevo su celular: hacía dos minutos le había entrado un whatsapp de Marasco. Decía "Alayo, tenemos que hablar urgente. ¿Estás para que vaya ahora?"

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