martes, 10 de octubre de 2023
DORMIR (2)
Leni abrió los ojos sintiendo una sequedad abrumadora en la boca, una puntada insidiosa en la cabeza y una suerte de desgano interminable, universal. "Bienvenido al universo de la resaca", pensó con el último resabio de euforia. El calor de la pieza era de una densitud espesa como el malestar en el que sabía que en breve empezaría a debatirse. Miró hacia la mesa de luz: "La vida breve" de Onetti, su vieja y deprimente billetera de cuero rodeada por monedas desparramadas en una suerte de inmóvil y modestísima danza financiera, y (claro) la botella de Chandon y la botella de Smirnoff, ambas vacías. De a poco reacomodó el rompecabezas de la noche anterior. La última ficha era el momento en que se sirvió la penúltima medida de Smirnoff y lo anegó (paradoja) en hielo; eso y el primer trago, que le supo a gloria, con la madrugada y un connmovedor cielo casi verdoso amagando echar a la noche; enseguida el zapping y el final de "El club de la pelea", con Edward Norton en calzones y Helena Bonham Carter de la mano, observando, atónitos, cómo el sistema financiero colapsaba, con los Pixies de fondo. Y de yapa una idea que se le había ocurrido; escribir algo que terminara así: un chabón y una mina de la mano, mirando estupefactos el final de un mundo. Después ya no aparecía nada, como si se hubiera desmayado, pero sabía que no se había desmayado porque había terminado ese trago y de hecho se había servido otro y había liquidado la botella y porque además se había logrado desvestir y meter prolijamente en la cama.
La idea del chabón y la mina no estaba mal, pensó con cierto entusiasmo y decidió levantarse y encarar para el baño porque el vómito ascendía presuroso e inevitable como la actividad de un geiser. Pero pese a derrumbarse sobre el inodoro a la espera del inicio de la catarata post-etílica, la cosa no pasó de unas cuantas arcadas violentas pero liberadoras, que lo hicieron sentirse bastante mejor. Fue hasta la cocina, se hizo un café con mucha azúcar, se metió de nuevo en la cama después de ver el celular y enterarse de que eran las once de la mañana. Decidió, solemne: "hoy es un día perdido, por lo menos hasta la tarde. Hoy me dedico a dormir. Me quedan cuatro días. Y en todo caso da lo mismo..." Esa convicción más un trago largo del café lo reafirmo en su lucha oficial contra la resaca. Puso a cargar el celu y en el celu puso un disco que, recordó, le había recomendado Natacha hacía muchos años, una noche en un bar de San Telmo, que le había volado la cabeza; el disco en vivo de Dios. Al rato se dormía de nuevo mientras Pedro Amodio explicaba qué era para un/a porteño/a salir de noche en el corazón de los noventa.
Cuando volvió a abrir los ojos se sentía perfecto, cosa que lo sorprendió; había supuesto que lidiar con la resaca le iba a costar varias horas, misterio que resolvió al manotear el celular: las seis de la tarde. Claro, había dormido todo el puto día. Bueno, a las once había decidido perder el día y había cumplido. Cerró los ojos de nuevo, satisfecho y hambriento, fantaseando con una parrillada y un buen totín para acomodarla. Se levantó, se hizo otro café, contó supersticiosamente la guita que ya sabía que le alcanzaba para cenar afuera, al menos esa noche. Se bañó un rato largo y a las siete y media salía de su habitación con ánimo de explorar, pero el destino quiso ponerle una parrilla a media cuadra y su hambre hizo el resto. A las ocho menos diez empujaba entusiasmado la manteca sobre un pan bastante seco, mientras esperaba una parrillada con chorizo, morcilla, chinchus, asado y vacío más una guarnición de fritas y un vino de la casa (a último momento por las dudas había decidido postergar el buen totín; nunca se sabía). El boliche estaba casi vacío, a excepción de una pareja que comía en diagonal a él y que casi no veía porque la tapaba una columna, pero los escuchaba porque eran bastante ruidosos, sobre todo el tipo. Mientras untaba con manteca un segundo pan llegó a la conclusión de que el viaje a Termas Blancas había sido una necedad; ¿qué carajo podía encontrar de Seba o de Nat en Termas Blancas si ellos habían llegado ahí de casualidad, para estar un día y después morirse? Definitivamente una idiotez, una muestra de necrofilia, patética como toda muestra de necrofilia. Pero también era cierto que a Acapulco o a la isla de Bali no llegaba, así que... bueno, en fin... pensaba esas cuestiones cuando una mujer grande, flaquísima, canosa y muy arrugada, que avanzaba apoyándose en un bastón, entró al boliche. Leni no le prestó mayor atención hasta que la mujer quedó casi a su lado. Leni, distraído, no se dio cuenta de que la mujer lo estaba mirando, de hecho fijamente. Cuando se percató de que la mujer lo miraba giró la cabeza y le clavó la vista: "señora, ¿necesita algo?...
"Sí, querido. Me van a abducir. Ayudame..."
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