lunes, 25 de diciembre de 2023

DORMIR (3)

La pieza a la que la vieja la hizo pasar era oscura, chiquita y como auto-derrumbada, saturada de fotos, tarjetas postales, muñequitos, peluches, llaveros (¿llaveros?; y además muchos; ¿para qué?), cuadros y cuadritos, chupetes, páginas de revistas y de libros, trofeos infantiles y... ¿boletines escolares? Dios; una colección de fetiches que clamaban, desesperados, por algún reconocimiento, de algo, de alguien, pensó Guada. Por eso la sorprendió la sensatez de la vieja (quien, por otro lado después de esa frase dejó de ser la vieja y pasó a ser Victoria). “¿La verdad? No sé lo que vi. ¿Extraterrestres? No creo pero en definitiva ¿qué sé yo? Todos los días apreto el botón de la luz y la luz aparece. ¿Cómo aparece? Ni idea. ¿Eso es muy distinto a un ovni?...” Guada se tentó, apenas. “Bueno, por ahí la diferencia es que todos apretamos el botón de la luz y, siempre y cuando Edenor o Edesur sea piadoso, la luz aparece. No es tan común ver un ovni, aunque esté dentro de las posibilidades de lo que uno podría ver. Bah, me parece...” Victoria asintió y tomó aire, pero mucho, como si juntara fuerzas para asumir una gran responsabilidad. ”Puede ser. No sé. Te puedo decir que yo estaba en el patio, tomando mate. Eran las ocho y media de la noche, era de día pero empezaba a oscurecer. Y ahí lo ví. Era la luz de una estrella pero que de golpe se empezó a mover. Lo ví de casualidad, yo estaba cosiendo, tranquila, levanto la vista y veo que una estrella se empieza a mover. Eso me llamó la atención. Mucho, me llamó la atención...” Guada sorbió el mate que Victoria le había servido. Hubiera esperado, un poco por la sensatez aparente de la mina, un mate sensato. No, era un asco, un mate lavado hasta la inverosimilitud. Bueno, no es oro todo lo que reluce, como decía Bilbo (¿o Gandalf?) en El señor de los anillos. Guada procesó el mate, resignada, y levantó las cejas, curiosa, dando pie a que Victoria siguiera el relato. “Lo extraño fue que la luz recorrió una parte del cielo pero se frenó. Quedó clavada en el cielo. Claramente no era un avión, entonces, como en algún momento pensé, aunque era raro que hubiera estado quiero y de golpe se moviera. ¿Un helicóptero? Tampoco. ¿Un satélite? Qué sé yo...” Guada hubiera querido tomar un segundo sorbo de mate, era la pausa esperada, pero estaba tan feo que optó por devolvérselo a Victoria con aire distraído. “¿Y entonces?...” Victoria sorbió el mate convencida, y casi al mismo tiempo dio un bostezo extraño, desmesurado, como si fuera una nena de cuatro o cinco años a punto de dormirse. “Ufff... perdón... estoy un poco cansada... Bueno, todo lo previo ya era raro pero lo raro en serio pasó en ese momento. Lo raro... ughhh... lo raro en serio...” Victoria dio esta vez un bostezo más enorme que el previo, y de golpe, contra todo pronóstico, cerró los ojos. Guada quedó en principio a la espera, aunque pasados diez, quince, veinte segundos, un minuto, no sabía bien qué hacer. ¿En serio Victoria se acababa de dormir delante suyo? ¿En serio? ¿Justo en el punto aparentemente álgido de su historia? La respiración acompasada de Victoria parecía confirmar que sí, que acababa de dormirse. Guada sonrió, desengañada, molesta. “La puta madre”, pensó. “La puta madre”. En ese momento le vibró el celular. Raro, porque lo tenía silenciado. Mientras esperaba el instante en que Victoria se dignara volver a la vigilia revisó el celular. En el chat que tenía con Juan Anteojudo aparecían cinco mensajes enviados hacía tres minutos, todos eliminados.

lunes, 4 de diciembre de 2023

ZAFAR (3)

“Ovnis...”, tiró el anteojudo pensativo y dejó la frase colgada en el aire, con gesto de comprensión universal. A esa altura Guada ya sabía que su anfitrión era medio siome, por lo que la puesta en escena no le extrañó. El anteojudo tomó un trago de vino mínimo, inercial y quedó a la expectativa. Guada también tomó un trago de vino inercial, ya caliente, un asco. En realidad se moría de sueño y quería zafar cuanto antes: la comida rica, el anteojudo un mamerto y hacía demasiado calor. ¿Porqué había aceptado cenar con alguien que había sospechado era lo que ahora confirmaba? Qué molesta podía ser la cortesía. “Objetos voladores no identificados... ¿en sentido estrico? Podría ser cualquier cosa: un globo de helio, un pedazo de satélite... bueno. Cualquier cosa. ¿Y vos crees en la posibilidad de que en realidad se trate de una civilización extraterrestre visitando... cómo me diijste que se llamaba el pueblo?” Guada bostezó, descarada. Si el mamerto se iba a burlar de ella le iba a pasar la factura del aburrimiento que le generaba su charla. “Coronel Membrillo. Y la verdad no tengo idea de qué sea o que pueda ser. Es laburo. Me mandan; voy...”. El anteojudo no acusó el golpe, ya fuera de lo sucinto de la respuesta, ya del bostezo, ya de las dos cosas; o si lo acusó decidió insistir: “¿pero entonces... ¿no tenés interés real en el tema? ¿No te motiva lo que hacés...?” Hijo de puta, si no hubiera tenido puesto los anteojos era para trompearlo. Razonó lo ridículo del concepto, heredado de su viejo: a un tipo con anteojos no se le pega. En realidad, ¿por qué no? Bueno, claramente no le iba a pegar. “El interés va y viene, como en cualquier rubro. ¿Sabés qué? Creo que voy a ir arrancando? Estuvo todo bárbaro, pero estoy cansada y mañana arrancó temprano...” La decepción del anteojudo (“pobre, tiene nombre, se llama Juan”) fue notoria. Evidentemente no se había percatado del terrible embole que Guada se estaba comiendo. “¿En serio? Qué pena. ¿No querés que pidamos un postre... o no sé, tomarnos un helado en la esquina...?” El anteojudo (“bueno, Juan”) parecía desconcertado, sinceramente desconcertado. Eso la hizo vacilar un segundo. ¿Un helado? ¿A quién se le podía negar? Sin embargo Juan (“bueno, el anteojudo”) tuvo un desliz. Una sonrisa extraña, dislocada, ligeramente enfermiza: “OK. El helado ya fue. ¿Pero no te parece tomarte una medida de Jack Daniels? Me dijiste que te encantaba el bourbon..” Un bourbon. En otras circunstancias se habría quedado sin dudar Pero había algo que definitivamente no le cerraba del anteojudo. Cierto apuro neurótico, cierta desesperación tensa y como abreviada. No, definitivamente lo mejor era irse ya: “te super agradezco. En serio, mañana tengo un día complicado...” Juan aceptó con dolor weird, con una molestia, bueno, molesta. “Bueno. Te bajo a abrir...” Guada se levantó, manoteó la cartera, esperó que Juan Anteojudo le abriera la puerta. Tres minutos después subía a un taxi. Listo, había zafado. Cuando llegó a su casa meó, se lavó los dientes, se destapó una botella de Corona y se sentó a tomarla en el balcón, donde corría un airecito reparador. Tardó unos quince minutos en liquidar la botella y estaba por levantarse e irse a acostar cuando notó algo que la dejó estupefacta. Juan anteojudo, o alquien muy parecido a Juan anteojudo, la observaba desde la vereda de enfrenta y al notar que ella ponía la mirada sobre él se camuflaba detrás de un árbol.

sábado, 25 de noviembre de 2023

REPLEGAR (2)

El agua de la ducha seguía cayendo, como si Leni pretendiera que su pureza (en realidad dudosa, según le demostrara una vieja novia que trabajaba en PSA), lavara todas sus manchas, en palabras de Rimbaud. Sabía que estaba en off side y que debía salir del baño cuanto antes pero en ese momento esa pausa tibia, bautismal e higiénica, ese paréntesis en el que todas las obligaciones, todas las estupideces y todos los mandatos quedaban suspendidos, se le hacía necesario, adictivo, infinitamente deseable. Pensaba en la vuelta a Bs. As, en la mañana del martes yendo a laburar y casi prefería ahogarse en la ducha, eso sí, acariciado por el agua tibia, como una postrera epifanía acuática. De ese limbo relajante lo sacó la voz de Vanesa. “Dale, Leni, metele, nos tenemos que ir...” Leni abrió los ojos, resignado, apoyó el jabón moribundo en la jabonera empotrada en la pared y cerró la ducha. Manoteó un toallón rosado y húmedo y se empezó a secar. Se puso los calzones, la remera, colgó la toalla mojada en un tender chiquito que había en el baño y salió. Vanesa lo esperaba, sánguche de pollo en mano. Se rió, para sí primero, después para Vanesa: “Bueno: esto es amor”. Vanesa sonrió apenas y le estiró el sánguche, al que atacó desesperado. Después del cuarto bocado se sentía casi normal, al menos en relación con la resaca. La vuelta al trabajo y al año que empezaba sin embargo se le hacía de una pesadez interminable, agobiante; pocas veces, tal vez nunca, la había sentido tan abrumadora. Vanesa miraba abstraída por la ventana. “Qué embole empezar de nuevo el año, ¿no?”, sugirió al pasar. Hija de puta, definitivamente era telépata. Leni sabía que no tenía sentido negar el hecho de que estaba pensando en eso pero tampoco quería quedarse en el terreno de Vanesa, así que optó por un cambio de frente. “No entiendo porqué no podemos estar en lo de tu viejo. ¿Qué onda, no te deja tener novio todavía? ¿A tu edad?” Vanesa sonrió, desdeñosa y cáustica. “Escuchame, se me ocurrió una idea. A mí me puede venir bien, a vos también...” Leni dio el quinto bocado al sánguche de pollo y la miró a los ojos. A esa altura sabía que Vanesa solo respondía las preguntas que quería. Como tenía la boca llena levantó las cejas y la cabeza, en señal de escucha. Vanesa dudó un momento y después abrió una lata de Quilmes stout que tenía entre las manos y que Leni no le había notado. Dio un trago modesto y se la pasó. Leni pensó por qué no y le dio un trago, expectante. ”Estaba pensando. ¿No te querés quedar a vivir conmigo?” La cara de desconcierto de Leni fue tan abrupta y espontánea que, por primera vez desde que la conocía, Vanesa se apresuró a corregirse. “Ojo, no como pareja ni nada. Y solo por un tiempo...” Leni seguía estupefacto. Lo peor de todo es que la propuesta le gustaba, aunque sabía que el experimento posiblemente terminara para el orto. ¿Pero cómo carajo se le ocurría a esta mina semejante posibilidad...? “ Y la idea sería que yo duerma abajo de la cama y que cada vez que aparezca tu viejo salga por la ventana...?” se le escapó la frase, que lo dejó satisfecho: por fin encontraba la ocasión de encerrarla para que diera alguna explicación sobre el tema. Vanesa le sacó sin énfasis la lata de Quilmes pero no tomó. “Mirá. Tengo una amiga que vive en un pueblo de acá cerca, a cincuenta kilómetros; Coronel Membrillo se llama...” Leni se rio: “¿Coronel Membrillo? ¿Y quién es el intendente; Capusotto?” Vanesa sonrió apenas. “No sé quién fue el pelotudo que eligió el nombre. Mirá, mi amiga se va en dos semanas para Buenos Aires. La casa es de ella y me la alquilaría barata.Y tengo la idea de armar un bar; en la parte de adelante de la casa, porque es una casa re grande. Si querés podrías laburar conmigo. Me dijiste que estás harto de tu laburo, y que de hecho tu jefe te dijo que era probable que cierre en breve. No sé...”. De nuevo, en realidad, la propuesta le encantaba. Replegarse ahí, en la provincia de Buenos Aires, con una mina que estaba bastante loca, era cierto, pero lo recalentaba y era piola. ¿La otra cuál era? No, mejor ni empezar a desplegar. “Ja. Llamame demente pero me gusta la idea. Renunciar renuncio hoy. Pero bueno, debería volver, rescindir el contrato de alquiler...” Vanesa dio un trago a la birra y se la pasó: “¿pero tenés que rescindir hoy...? Tengo peyote...” Leni la miró desconcertado: “¿peyote? ¿Peyote?”. Vanesa sonrió con una mirada extraña, que nunca le había visto. “Peyote, sí. De México...” Leni mantuvo su (espontáneo) desconcierto. “¿De Méééxico? ¿Y de dónde lo sacaste?”. Vanesa sonrió: “tengo contactos. ¿Querés que lo tomemos?” Leni dudó. Por un lado el ácido no le gustaba mucho, las pocas veces que había colado pepa se había perdido demasiado. Por otro era todo una aventura: hacía diez minutos tomaba coraje para encarar todo el tedio del año concentrado en su primera jornada laboral, ahora de pronto surgía la posibilidad de tomar peyote con Vanesa y mandar a la mierda todo. Era una picardía no optar por la segunda opción. “Bueno, de una...” Horas después, no sabía cuántas, Leni estaba solo en medio de un campo innominado, al que no sabía cómo había llegado. Observaba el azul profundo de un cielo ya nocturno, encandilado y eufórico, y pensaba: “las miles de voces. Escucho las miles de voces. Todas al mismo tiempo pero al mismo tiempo una a una. Todos los discursos que todas las personas del mundo están diciendo ahora: los entiendo todos. No me aturden. Son millones de murmullos. Los entiendo a todos. Todos dicen lo mismo. En castellano, en alemán, en mandarín... Todos piden que alguien desconecte la Matrix...” Ahí su beatitud de comprensión ecuménica dio paso a un despunte de miedo. “La Matrix... La Matrix, la puta madre. Estoy en la Matrix. Tengo que desconectarme. No importan las voces, no son voces de gente; las voces son el coro de la Matrix...” El miedo se convertía en pánico. Y de golpe alguien le tocó el hombro. Leni giró, aturdido. ¿Quién era esa mujer que lo miraba fijo? La conocía, sí, ¿pero quién era? “Me van a abducir, querido. Necesito que me escondas...” le dijo la mujer; Leni tardó pero conectó. Era la mujer del restaurant de hacía unos días, la que el mozo había sacado al final medio a los empujones. “Por favor. Ya me abdujeron hace años y me quieren abducir de nuevo...” De golpe una conexión nueva apareció: Esa mujer era la madre de Vanesa. ¿Quién era Vanesa? ¿Dónde estaba? La mujer ahora se alejaba. ¿Dónde estaban? Cómo habían llegado ahí? La madre de Vanesa estaba media escondida en un matorral cuando de pronto una haz de luz muy potente la enfocó. Leni cerró los ojos, abrumado por la luz, y cuando abrió los ojos la mujer había desaparecido.

martes, 7 de noviembre de 2023

COGER (2)

La luz del sol se filtraba apenas por la persiana entreabierta. Leni abrió los ojos y los volvió a cerrar, acorralado por la luminosidad modesta pero agobiante de una mañana de lunes en la que debería haber estado reincorporándose al trabajo. Pero, se daba cuenta, no solo no estaba reincorporándose al trabajo -en Buenos Aires- sino que estaba empezando, tímida, esforzadamente, a resucitar en la pieza de Vanesa, en el hotel de su padre, el demente rubio, en Termas Blancas. ¿Cómo había terminado ahí? ¿Cómo había terminado así? Se le agolparon algunas imágenes relampagueantes, discontinuas: Vanesa y él sentados bajo el sol decidido del mediodía de domingo, picando un salamín y un queso con una botella de vino recién descorchada; Vanesa y él destapando la segunda botella de vino y sacando de una parrilla improvisada con una especie de fiambrera pedazos de vacío fileteados que apoyaban en dos platos de madera cargados de chimichurri y pan francés; él cortando prolijamente con un cuchillo sin filo metódicas porciones de queso fresco y dulce de batata y destapando la tercera botella de vino mientras Vanesa intentaba usar el calor remanente del fuego del asado para calentar la cafetera; Vanesa y él destapando la cuarta botella de vino a los besos, sacándose la poca ropa que tenían encima y poniéndose a coger desesperados bajo la sobria delicadeza del sol de un atardecer incipiente, perfectamente dorado. Vanesa en bolas recostada sobre su hombro mientras él abría una botella de Smirnoff de melón y un vientito fresco pero agradable empezaba a empujar las nubes hacia el oeste, amontonándolas con un sol que se hundía redondo, solemne, casi trágico; Y ahí aparecía un hueco abrupto en su memoria; ahí donde debió haber terminado su despedida después de un par de medidas de Smirnoff y debió iniciarse su retorno a Buenos Aires, previo paso por el hotel para buscar sus cosas y por la terminal para subirse al micro, bueno, ahí... algo había pasado. ¿Pero qué? El dolor de cabeza era demasiado punzante y la sed abrumadora pero primero, y con un esfuerzo considerable, manoteó y abrió el celular. Solo un mensaje de su jefe, de hacía dos horas y trece minutos: “¿te pasó algo?”. Leni suspiró, algo aliviado, y escribió: “estoy en un quilombo. Disculpame, mañana estoy ahí...” Mandó el mensaje, tiró el celular al piso y se quedó pensando: ¿en qué quilombo estaba? Todo había empezado con el paseo con Vanesa a la Laguna Negra, hacía unos días. Si bien Leni tuvo la intuición de que algo pasaría nunca supuso que pasaría cómo pasó, con Vanesa quemando las naves tan rápido. A partir de ahí su estadía más bien monótona y vagamente nostálgica en Termas Blancas se había convertido en un carrusel sexual desenfrenado y confuso. Por un lado le parecía bien, por el otro había cosas que no le cerraban. Vanesa, pese a que le gustaba mucho, era rara, no le cerraba del todo. Qué pendeja más extraña: era como si su cabeza al mismo tiempo operase en varios planos de la realidad, dos por lo menos. Y la relación medio enfermiza que tenía con el viejo, que por suerte se había ido a no sabía dónde... De golpe Leni recordó el inicio del desvío que desembocó en su faltazo laboral: estaban con Vanesa vistiéndose y tomando el Smirnoff de melón, preparándose para levantar campamento, cuando Leni tuvo una intuición apremiante, punzante; sacó la vista de donde la tenía y giró la cabeza: en medio de la noche inminente descubrió una mujer que los miraba. Sobresaltado, le preguntó qué necesitaba. La mujer flaca, apática, absorta, no respondió. Leni se sorprendió al notar que la mujer era quien hacía unos días se había acercado a él en el restaurante para anunciarle que la iban a abducir. Miró a Vanesa; su amiga observaba todo sin emoción ninguna, aunque con un ligero despunte de sorna. ¿La conocería? “Vamos mamá... vení”, dijo Vanesa y se acercó a la mujer, para desconcierto de Leni. Después venía de nuevo un espacio en blanco y Leni aparecía sentado en una silla de paja destartalada, en una suerte de patio de piso de tierra donde incluso merodeaba alguna gallina trasnochada, debajo de una luna llena enorme, amarilla. Leni se acordaba de haber mirado el celular y haber pensado “tengo que salir ya para el hotel o no llego”, sin embargo al mismo tiempo tenía una sensación de abandono, de desgano cómodo aunque al mismo tiempo algo malsano. Dio un largo beso a la botella, respiró hondo; Vanesa se le apareció adelante. “Ya está, la acosté. Mi viejo no vuelve hasta mañana a la tarde. Quiero que me cojas toda la noche, ¿puede ser?...” Claro, había sido eso. No se acordaba bien cómo pero habían vuelto al hotel y se habían metido en la pieza a garchar enceguecidos varias horas. En algún momento, claro, se había desmayado. Leni se incorporó decidido a meterse en la ducha, vomitar todo lo que tuviera que vomitar y salir ya mismo para la terminal, comprar el pasaje y volverse de una puta vez a Buenos Aires. Estaba bajando los pies de la cama cuando Vanesa de golpe abrió la puerta, seria pero fría, imperturbable: “vestite y vení conmigo, que al final mi viejo está volviendo y no te puede ver acá...” Leni manoteó el pantalón y la remera, se guardó el celular y empezó a seguir a Vanesa, confundido. En el living la tele estaba encendida con el volumen casi inaudible pero Leni leyó en el zócalo de TN que el fiscal Nisman había aparecido muerto en el baño de su casa.

martes, 24 de octubre de 2023

MEAR (2)

Empezaba a atardecer. La pieza estaba silenciosa salvo por el canto nítido de los pájaros, que cada tanto aturdían amablemente su duermevela, y por el rumor rutinario y siniestro de los periodistas de TN que llegaba, monótono e insidioso, de alguna habitación indefinida. Leni abrió los ojos y empezó a pensar en la cena. Al restorancito del hotel atendido por el demente rubio no volvía ni en pedo; la comida era rica, casera y barata pero si al día siguiente el demente rubio le reclamaba de nuevo cien mangos... (“cómo me cagó la pendeja, por otro lado...”). La parrilla a la que había ido la segunda noche estaba bien pero no sabía si le iba a alcanzar la guita, le quedaban dos noches y estaba medio jugado. ¿Buscar una proveeduría o un almacén y comprar algunas cosas para una picada con un par de botellas de vino y una petaca de algo y comer en la pieza? Razonaba que era la mejor jugada y estaba por meterse al baño para mear y salir rápido cuando sintió dos golpecitos en la puerta, mínimos pero enérgicos. Dudó entre levantarse o fingir que dormía pero pensó que lo segundo no tenía sentido, si esperaba un rato tal vez cerrara todo y no le quedaría más remedio que comer afuera. Se acercó a la puerta, la abrió apenas: la hija del demente rubio, con una sonrisa expansiva, contagiosa, le mostraba un billete de cien pesos y le guiñaba un ojo. “Qué genia, gracias...” le dijo un Leni gratísimamente sorprendido, por los cien mangos, por la sonrisa de la pendeja. La chica no contestó; sonreía y no se movía. “¿Querés pasar?”, preguntó algo confundido. La chica seguía sonriendo sumergida en una alegría difusa, ligeramente asocial. Leni aguantó un par de segundos y se sintió obligado a insistir: “iba a salir a comprar comida y bebida para la noche. No sé... ¿me acompañás?” La chica se pasó la lengua apenas por sus labios finísimos: “olvidate de la comida. Yo cocino acá. Vamos a dar una vuelta y cuando volvemos te preparo algo”. Leni, azorado, con un princpio repentino de erección y una alegría vertiginosa contestó que sí, que de una y que ya salían. Manoteó dos latas de birra de la heladera y medio minuto después estaban caminando hacia la Laguna Negra, según le anunció la chica. Hicieron varias cuadras en silencio, tomando sorbitos apacibles, respetuosos de sus respectivas latas. Curiosamente para estar con una desconocida Leni se acomodó al silencio de la chica, que le resultaba agradable, incluso relajante. La única molestia de la situación es que no había meado antes de salir. Pero no daba para parare y mear en medio del campo con la chica al lado, salvo que se estuviera a punto de mear encima. La miró con carpa: era linda, muy linda. Y lo había invitado ella, sola, a salir a dar una vuelta. “Ojalá no esté soñando”, pensó Leni, y se dijo que no, que todo era más o menos normal y que entonces no podía ser un sueño, pero después recordó que en los sueños incluso los absurdos más extremos se naturalizan, entonces... “¿Por qué viniste a Termas Blancas?”, cortó su deriva la chica -que a todo esto todavía no sabía cómo se llamaba. Leni sintió que lo despertaban de un mundo paralelo en el que había estado a punto desviarse: ”Ehh... en realidad... bueno, dos amigos muy queridos murieron acá. Hace unos años. Murieron acá de casualidad, ¿no?. Y... no sé... pensé acercarme... no sé... para homenajearlos, o algo así”. La chica asintió, comprensiva. “¿Eran dos amigos varones?” pregunto la chica y dio un trago largo a la lata de Quilmes Stout. “No, no. Eran un varón y una mujer. Eran una pareja amiga, en realidad”, respondió Leni y sonrió por lo infantil que le sonó el término “varón” usado por la chica, que él había mantenido. La chica levantó los ojos y clavó su mirada en la mirada de Leni, que hasta ese momento iban en paralelo, hacia adelante, hacia el crepúsculo y la Laguna Negra: “¿estabas enamorado de ella, no?” preguntó la chica con una mezcla de sagacidad y desparpajo que a Leni lo desarmó por completo. Su primera reacción fue mentir pero después pensó “si esta piba no tiene la menor idea de quién soy...”. Tomó aire y por primera vez en su vida reconoció, delante de un tercero, que sí, que estaba enamorado de Natacha. La chica asintió despacio, reflexiva. “Y el tema es que eras amigo del novio... Seguro que a ella lo conociste por él, ¿no?”. Leni empezó a preguntarse ligeramente inquieto con quién carajo estaba hablando; ¿una agente de la SIDE? ¿Una adivina? ¿Una telépata? Decidió mentir, a ver qué pasaba: “no, en realidad fue al revés. Conocí a Seba por Natacha”. La pendeja lo relojeaba y le sonreía con sorna evidente (aunque cada vez se veía menos) como si supiera que mentía pero dejándolo hacer, porque lo iba a agarrar a la vuelta de la esquina. Leni, cada vez más confundido, se empezó a preocupar. Esto no era normal, ¿con quién estaba caminando, con la bisnieta de Shelock Holmes? Por otro lado las ganas de mear ya se le hacían intolerables. “Disculpame... ¿sabés que me estoy pillando mal? Freno dos minutos y seguimos...” anunció y ni esperó respuesta. Se metió dentro de una especie de matorral, medio al dope porque ya el sol se había hundido y se veía poco y nada; se desabrochó desesperado la bragueta, casi meándose encima y sintió la felicidad abrumadora de que el líquido que contenía su cuerpo se precipitara hacia la Pacha Mama con la felicidad ciega con que las cataratas del Iguazú desploman cientos de toneladas de agua por minuto. Meó lo que le pareció una eternidad amodorrada y placentera y empezaba a sacudirse cuando un movimiento brusco lo sobresaltó. Giró algo paranoico y en la penumbra última del atardecer que moría definitivamente descubrió detrás de él a la pendeja. “Disculpa, pero me parece que te puedo limpiar mejor que vos...” anunció, y acto seguido se agachó y empezó a chuparla la pija.

lunes, 16 de octubre de 2023

ARREGLAR (2)

La casa era una casa cualquiera. De afuera parecía linda, aunque descuidada; adentro, por lo que se adivinaba, se mantenía el descuido pero había algún encanto: un living amplio, con muebles antiguos, muchos cuadros de estética campera y una cocina modernosa, efecto de algún arreglo de fines de los setenta, principio de los ochenta, posiblemente el último arreglo que la casa sufriera. Leni se acercó cuidadoso, se asomó a la ventana, dio la vuelta a la casa con precaución. De nuevo no le pasaba nada, cosa bastante obvia. ¿Qué carajo le iba pasar? Saber que Natacha se había muerto ahí era lo mismo que saber que Natacha se había muerto en algún lado y eso ya lo sabía. Todos morimos en algún lugar; ¿tiene que ver el lugar donde morimos con nosotros? La cosa variaba pero lo seguro es que no había un vínculo intrínseco. Volvía a lo que desde hacía dos días lo confortaba: a Bali no llegaba. Se alejó un poco. Era media mañana y una mujer avanzaba con cuatro chicos atrás. Pensó en preguntarle algo, pero... ¿qué? Pasó la madre y sus -suponía-, cuatro hijos. Antes de doblar por la esquina el tercero de los nenes lo miró, una mirada cansina pero dulce y a la vez interesada, a la luz del sol mañanero, de un inusual color miel. Leni se acordó de una mirada parecida hacía muchos años: una compañerita de primaria que siempre que él hablaba de marxismo o de la revolución -”God, shame on me”- lo escuchaba con ese mismo brillo, ese mismo relampagueo de un dorado verdoso o de un verde reblandecido, amarillento, cargado de curiosidad. Eso pasaba cuando él estaba en sexto y séptimo grado. Después su compañerita terminaría cursando la secundaria a la mañana y él a la tarde, y aunque seguiría agitando el fantasma que Marx patentó en Europa a mediados del siglo XIX ya no volvería a ver ese brillo de ingenuo interés color miel nunca más. Su compañera, ya no compañerita, abandonaría su improvisada y ridícula cátedra de marxismo y se dedicaría más que nada a los chicos; tres o cuatro años después terminaría siendo secuestrada, violada y asesinada por un hijo de puta que la había levantado una madrugada en Ostende, un febrero muy caluroso de principios de los noventa. Él no había ido al entierro. No había sido cobardía, tampoco desinterés; no sabía qué había sido; no había ido. El recuerdo de la muerte de su compañera, en la que hacía muchos años que no pensaba, lo aturdió y se le mezcló con la muerte de Natacha; eso más las ganas de comer algo lo decidió a volver al hotel. Se compró un jugo multifruta en un kiosko y volvió caminando tranquilo, disfrutando del sol y del mambo agridulce que le había traído el recuerdo de sus, bueno, “amigas”. Cuando entró al hotel se cruzó con el dueño, un tipo grandote, rubio, pelado, de ojos muy azules y expresión extraviada, que medio se le fue encima: “pibe, me pasaste un billete falso” le dijo, ansioso, agresivo. Leni tenía cero ganas de discutir pero contesto con un agrio. “¿qué?”. El rubio pelado se apuró, molesto, bravucón: “me pasaste un billete de cien trucho ayer con la cena, querido. Hacete cargo...” De nuevo, Leni no tenía ganas de discutir pero el planteo era insólito. No tenía idea si le había pasado un billete trucho o no, pero si no se lo había reclamado en el momento...¿de que carajo hablaba? “Disculpame, no tengo idea pero si te pasé un billete trucho ayer, ¿porqué no me lo dijiste ayer?...” intentó contener la bronca. “Porque me dí cuenta hoy pibe, ¿me estás cargando? Cambiame ya el billete porque llamo a la policía...” Leni dudaba entre darle un tortazo al mamerto que lo apuraba o cambiarle el billete e irse a la mierda ya mismo, para no tener quilombo, cuando de la nada apareció una chica de unos treinta años como mucho, muy linda, con los mismo ojos azules extraviados de su -suponía- padre, quien se le acercó y le susurró: “mi viejo está loco. Dale un billete y yo después te lo devuelvo...” Leni la miró confundido; la mina le guiño un ojo. Eso lo ablandó al instante: “disculpe maestro. Capaz me pasaron un billete falso y no me dí cuenta...” dijo sacando de la billetera un billete de cien y estirándoselo. El energúmeno rubio/pelado agarró el billete, se lo guardó y ni contestó. Leni buscó a la mina con su mejor sonrisa pero había desaparecido. Confundido, molesto, entró en la pieza, se tiró en la cama, intentó leer a Onetti. Imposible, seguía aceleradísimo e indignadísimo con la escena de hacía medio segundo. Después pensó en Valeria, su amiguita de la primaria, y en Natacha. “Morfo algo y me abro un vino” decidió mientras encendía la tele y al toque se enteraba de que el fiscal Nisman iba a ir al Congreso el lunes siguiente para explicar su denuncia a la presidenta.

martes, 10 de octubre de 2023

DORMIR (2)

Leni abrió los ojos sintiendo una sequedad abrumadora en la boca, una puntada insidiosa en la cabeza y una suerte de desgano interminable, universal. "Bienvenido al universo de la resaca", pensó con el último resabio de euforia. El calor de la pieza era de una densitud espesa como el malestar en el que sabía que en breve empezaría a debatirse. Miró hacia la mesa de luz: "La vida breve" de Onetti, su vieja y deprimente billetera de cuero rodeada por monedas desparramadas en una suerte de inmóvil y modestísima danza financiera, y (claro) la botella de Chandon y la botella de Smirnoff, ambas vacías. De a poco reacomodó el rompecabezas de la noche anterior. La última ficha era el momento en que se sirvió la penúltima medida de Smirnoff y lo anegó (paradoja) en hielo; eso y el primer trago, que le supo a gloria, con la madrugada y un connmovedor cielo casi verdoso amagando echar a la noche; enseguida el zapping y el final de "El club de la pelea", con Edward Norton en calzones y Helena Bonham Carter de la mano, observando, atónitos, cómo el sistema financiero colapsaba, con los Pixies de fondo. Y de yapa una idea que se le había ocurrido; escribir algo que terminara así: un chabón y una mina de la mano, mirando estupefactos el final de un mundo. Después ya no aparecía nada, como si se hubiera desmayado, pero sabía que no se había desmayado porque había terminado ese trago y de hecho se había servido otro y había liquidado la botella y porque además se había logrado desvestir y meter prolijamente en la cama. La idea del chabón y la mina no estaba mal, pensó con cierto entusiasmo y decidió levantarse y encarar para el baño porque el vómito ascendía presuroso e inevitable como la actividad de un geiser. Pero pese a derrumbarse sobre el inodoro a la espera del inicio de la catarata post-etílica, la cosa no pasó de unas cuantas arcadas violentas pero liberadoras, que lo hicieron sentirse bastante mejor. Fue hasta la cocina, se hizo un café con mucha azúcar, se metió de nuevo en la cama después de ver el celular y enterarse de que eran las once de la mañana. Decidió, solemne: "hoy es un día perdido, por lo menos hasta la tarde. Hoy me dedico a dormir. Me quedan cuatro días. Y en todo caso da lo mismo..." Esa convicción más un trago largo del café lo reafirmo en su lucha oficial contra la resaca. Puso a cargar el celu y en el celu puso un disco que, recordó, le había recomendado Natacha hacía muchos años, una noche en un bar de San Telmo, que le había volado la cabeza; el disco en vivo de Dios. Al rato se dormía de nuevo mientras Pedro Amodio explicaba qué era para un/a porteño/a salir de noche en el corazón de los noventa. Cuando volvió a abrir los ojos se sentía perfecto, cosa que lo sorprendió; había supuesto que lidiar con la resaca le iba a costar varias horas, misterio que resolvió al manotear el celular: las seis de la tarde. Claro, había dormido todo el puto día. Bueno, a las once había decidido perder el día y había cumplido. Cerró los ojos de nuevo, satisfecho y hambriento, fantaseando con una parrillada y un buen totín para acomodarla. Se levantó, se hizo otro café, contó supersticiosamente la guita que ya sabía que le alcanzaba para cenar afuera, al menos esa noche. Se bañó un rato largo y a las siete y media salía de su habitación con ánimo de explorar, pero el destino quiso ponerle una parrilla a media cuadra y su hambre hizo el resto. A las ocho menos diez empujaba entusiasmado la manteca sobre un pan bastante seco, mientras esperaba una parrillada con chorizo, morcilla, chinchus, asado y vacío más una guarnición de fritas y un vino de la casa (a último momento por las dudas había decidido postergar el buen totín; nunca se sabía). El boliche estaba casi vacío, a excepción de una pareja que comía en diagonal a él y que casi no veía porque la tapaba una columna, pero los escuchaba porque eran bastante ruidosos, sobre todo el tipo. Mientras untaba con manteca un segundo pan llegó a la conclusión de que el viaje a Termas Blancas había sido una necedad; ¿qué carajo podía encontrar de Seba o de Nat en Termas Blancas si ellos habían llegado ahí de casualidad, para estar un día y después morirse? Definitivamente una idiotez, una muestra de necrofilia, patética como toda muestra de necrofilia. Pero también era cierto que a Acapulco o a la isla de Bali no llegaba, así que... bueno, en fin... pensaba esas cuestiones cuando una mujer grande, flaquísima, canosa y muy arrugada, que avanzaba apoyándose en un bastón, entró al boliche. Leni no le prestó mayor atención hasta que la mujer quedó casi a su lado. Leni, distraído, no se dio cuenta de que la mujer lo estaba mirando, de hecho fijamente. Cuando se percató de que la mujer lo miraba giró la cabeza y le clavó la vista: "señora, ¿necesita algo?... "Sí, querido. Me van a abducir. Ayudame..."

sábado, 7 de octubre de 2023

ZAFAR (2)

Hacía mucho calor y el ventilador era muy lento; "a tono con el pueblo", pensó Leni. Estaba en calzones, despatarrado en la cama, lata de Quilmes Stout helada apoyada en el centro de su pecho y sostenida por su mano izquierda. En la tele el minuto treinta y pico de Jurasic Park. "Todo, hasta el cine, me lleva al pasado", pensó melodramáticamente, mintiéndose a sí mismo, pero enseguida captó su mentira -inercia inevitable de los discuros prefabricados- y se corrigió. "Bah... en realidad es al revés. Adentro mío hasta ahora nada me llevó al pasado. Digo, nada directamente, si no lo pienso. Eso es lo loco. Pensé que... pero bueno, también con este calor..." Tomo un trago volcándose algo de birra en el pecho y se incorporó, sintiéndose un tarado. "Puta madre... ¿qué carajo estoy haciendo acá?..." se preguntó molesto, sacudiéndose de encima la cerveza del pecho. Apoyó la lata en la mesa de luz y ya que estaba medio levantado aprovechó para meterse en el baño y mear. ¿Qué carajo estaba haciendo ahí? Era una buena pregunta, sin respuesta clara. Una mezcla de turismo sentimental, ganas de dar una vuelta veraniega y no tener un mango, hartazgo o desinterés en socializar, etc. ¿Qué otra cosa lo podía haber llevado ahí? Bueno, sí. Eso. Pero "eso" entraba, diluido o camuflado en lo del turismo sentimental. Y ahí estaba, en un lugar que no lo remitía a nada, lo único que tenía relación con el pasado, pero con un pasado muy remoto, tan remoto como el jurásico, era Jurasic Park. ¿De su vida, o de esos aspectos de su vida etc? Nada. O la idea que tenía de recordarlos, o sea nada que no podría haber hecho tranquilamente acostado en su cama, en su depto de Bs. As. "Seba se me hubiera cagado de risa..." pensó y también sintió un reflujo agridulce. Por primera vez, desde hacía tres días, entró en sintonía y no pensó, si no que sintió la risa de Seba, esa seguridad que tenia el hijo de puta, ese convencimiento de que, en el fondo, todo pasaba por la cabeza. Paradójicamente era una de las personas, sino la persona, que más había viajado de todas las que había conocido. Pero esa idea que repetía "si sos un siome son un siome en Almagro o en el Taj Majal", bueno... Pero no era solo decirlo; había que ponerlo en acto. Y Seba lo había hecho. Bah por lo menos ante él. En el fondo nunca sabemos tanto uno de los otros. Terminó de mear acomodando esas ideas y decidió que las sábanas estaban demasido pegajosas para volver a acostarse encima. Ok, a tomar un poco de aire. Se calzó las bermudas azules forcejeando con el cinturón, se puso la remera, remató la lata, sacó otra sintiéndose confortado con que, después de la cuarta, lo esperaba en la heladera el champagne que le había regalado Bruno para su cumpleaños y, helada y blanca, la botella de Smirnoff. Abrió la lata y abrió la puerta casi al mismo tiempo. En la calle el calor era el mismo pero más liviano, más disperso. No era tarde pero había cero movimento: un auto pasaba desganado, una sirena se oía muy pero muy lejos, los perros ladraban constantes, siempre distantes, frenéticos siempre, los árboles -pinos tal vez, ninguna idea tenía de botánica-, sususrraban casi para sí con ayuda del viento su himno íntimo, verde y sutil; Leni dio dos tragos largos de cerveza y empezó a alejarse. Se felicitó por no haber hecho lo que en un momento pensó, salir botella de Smirnoff en mano. No estaba en pedo pero esa impunidad falsa de las vacaciones más las tres latas de birra previas... Uf, ahí mandaba la bonaerense. Perfil bajo y listo. Caminó cuatro o cinco pasos y una explosión de ladridos lo hizo retroceder casi en sentido físico. Tres o cuatro mastines descontrolados avanzaban con intenciones al parecer homicidas sobre su persona. Leni dudó un segundo pero después empezó a retroceder apurado, casi al instante desesperado. Terminó metiéndose en la habitación a los empujones y tirando la lata de birra a los mastines que a dentellada limpia le marcaban, al parecer, que no era bienvenido en Termas Blancas. Cerró la puerta a lo bestia y se derrumbó para atrás, atajándose y cayendo con cierta elegancia. Había zafado, zafado de pedo, zafado mal, no se lo habían comido por una cuestión de milésimas de segundos. Leni se derrumbó en la cama, habiendo manoteado la botella de Smirnoff. Hijos de puta, ¿qué mierda era esa jauría demoníaca? Pensó que con algo menos de velocidad no tenía claro si se lo hubieran morfado o no pero seguro un par de mordiscos se comía. Se estiró en la cama y encendió de nuevo la TV, hacía años que no veía TV de aire. Zafó (también) de Jurasic Park; hizo un poco de zapinng y se clavó en TN. Un fiscal, que no tenía idea quién era, en medio de bombos y platillos acusaba a Cristina de traición a la patria.

domingo, 1 de octubre de 2023

REPLEGAR

El Chueco le dio una seca agónica al porro y lo apagó sin energía, casi dejándolo chocar contra el cenicero; después tomó un trago desganado de cerveza. Parecía que le hubieran acabado de leer su sentencia de muerte. Negaba con la cabeza, aunque no histérico, más bien reflexivo o resignado. Alayo lo miró seco, Jonhy en mano:"escuchame, pelotudo. ¿Qué te pensaste, que todo esto era un juego? Y si es un juego se gana o se pierde, pero siempre a los tiros. Listo". La arenga, corta pero al parecer convincente, despertó al Chueco y lo sacó de su abulia fatalista. Apuró la cerveza y "perdón, perdón. Es que no me esperaba toda esta mierda de la nada..." No, claro. Él tampoco se la esperaba. Pero la mierda, como el arte, según le había explicado la puta de su ex, ocurre. Y hacés todo bien pero la mierda te aparece aunque no hayas cagado; y entonces no te queda otra que limpiar. Bueno, esa había sido su especialidad, por eso estaba donde estaba. Se lo había dicho Aduriz cuando decidió dejar todo a cargo de él, hacía ya unos veinticinco años: "Alayo, vos sos un sorete y un vicioso. Pero sos limpio. No dejás cabos sueltos. Sos la persona que necesito..." Y ahora él era Adúriz y necesitaba delegar todo, el tema es que no tenía a nadie limpio, al menos limpio como él. Y encima se le había armado una guerra de la nada, una guerra que no sabía quién peleaba, una guerra que lo único que sabía era que el bando agredido estaba formado por él y los suyos. Ja. Y él pensando en zafar. El Chueco terminaba la lata de Quilmes y acto seguido abría otra, sin dejar de menear la cabeza. "Pobre Chocolate. Y pobre Picapiedra. Picapiedra era un hijo de puta pero Chocolate no. Qué pena. ¿Y qué carajo hacemos? ¿Contra quién peleamos? No entiendo..." Alayo tampoco entendía. Había hablado con Marasco, con El Viejo y con Adúriz Jr. Teóricamente ninguno de los tres tenía nada que ver y estaban igual de desconcertados. De ahí a que fuera verdad, bueno. Pero su olfato le decía que no, que no tenían nada que ver. ¿Alguien se quería meter de afuera? Pero para meterse de afuera había que armar una guerra. Y una guerra era lo menos limpio que podía existir, por eso en su cabeza no entraba la posibilidad. Pero capaz era eso, alguien de afuera. Y si era alguien de afuera, bueno tenía que tener mucho pero mucho resto para mandarse así. Ya le había resultado muy sospechoso que El Lungo, después de tantos años, los intentara cagar. No le cerraba ni ahí, El Lungo se la bancaba pero a él le tenía terror, no iba a armar ninguna jugada solo, tenía que tener una banca fuerte, o sea: Marasco, El Viejo o Adúriz Jr. ¿Pero por qué mierda Marasco, El Viejo o Adúriz Jr iban a querer cambiar las reglas si todos estaban tranquilos, llenos de guita, chochos de felicidad? No tenía sentido. Era alguien de afuera... ¿pero quién?. Por ahora no importaba, mejor dicho; ahora había que posicionarse a la defensiva, hasta entender qué carajo pasaba. "Escuchame, Chueco, escuchame bien. Alguien nos quiere correr. No sé quién es pero es de afuera. Nos quiere muertos y si no escrachados, porque sabe que si acá se mete el periodismo antes o después vamos todos en cana. Hay que replegarse y limpiar todo. Picapiedra no es de acá, que se arreglen los de Coronel Membrillo. Ya hablé con la mujer de Chocolate, vamos a decir que fue un infarto..." El Chueco empezaba a recobrar la seguridad, tal vez por el abuso de cerveza, tal vez por la entereza de Alayo. "¿En serio la mujer de Chocolate no quiere vengarse?" preguntó extrañado mientras tomaba un trago de birra medio atragantándose. "Por supuesto que quiere vengarse y ya le aseguré que lo vamos a vengar. Le aseguré que a los que mataron a Chocolate los vamos a pasar por la máquina de cortar fiambre del almacen de Don Gutiérrez y los vamos a reducir a medio millón de fetas. Pero para hacer eso necesitamos tiempo. Y si tenemos a los medios nacionales o de la provincia cubriendo una guerra en Termas Blancas no vamos a poder hacer nada. Necesitamos tiempo y necesitamos entender qué pasa..." El Chueco, ya definitivamente compenetrado en su rol inmediato, asentía convencido y vagamente eufórico. "Hijos de puta. De una, ¿qué carajo se creen? Como usted dijo, de acá salimos a los tiros...". Alayo remató el Johny, se sirvió otro y le sirvió una medida a El Chueco, la primera vez que lo hacía en varios años de trabajo conjunto. "Tomá, pelotudo, si vamos a morirnos por lo menos tomá un trago de esto. Y no. No vamos a salir a los tiros ahora. Yo ya me puse custodia pero a vos no tengo cómo justificártela. Guardate un par de días, una semana por ahí, en la casa de algún amigo, familiar o mina que te cojas y que no viva en Termas Blancas. Dejame entender qué carajo pasa..." El Chueco asintió, aprobando. "Rica esta mierda. Hubo que esperar a que nos intentaran matar para el convite. Algo es algo..." Alayo apuró el whisky y sonrió apenas. "¿Entendiste entonces? Terminá el whisky y tomátela. Los custodias están en la puerta, me voy a dormir..." El Chueco asintió, siempre respetuoso y saboreó despacio, con placer cansino el Johny. Alayo estaba por irse a la pieza pero de golpe se frenó. "¿Era Ganchete el que hablaba siempre del Negro, no?" El Chueco apuró el vaso y pasó con cierta dificultad el whisky: "¿El negro? Ja, sí. Negra tenía la consciencia el Gancho. Qué tipo hijo de puta. Peor que Picapiedra, peor que El Lungo. Ese sí que era un hijo de puta flor. Me acuerdo una vez..." Alayo lo cortó en seco: "¿pero qué decía del Negro?". El Chueco sonrió, se ve que no estaba acostumbrado al whisky y empezaba a relajarse de más: "Que se le aparecía. Boludeces, qué sé yo. Que le decía que se matara, me parece. Boludeces, ya ni me acuerdo. ¿Por qué me pregunta?..." Alayo negó con la cabeza: "Cuidate Chueco. Terminate el whisky y tomátela. Hablamos..." Alayo dejó el living, recorrió el pasillo, se metió en el baño, se lavó los dientes, meó; dudó entre llamar a una de las chicas pero al final decidió meterse en su cuarto, tomarse un ansiolítico y dormirse de una puta vez. Ya en la cama se puso a pensar. En veinticinco años, ¿cuántas veces se le había estado a punto de ir la cosa de las manos? La primera vez con el quilombo aquel de Tito; lo limpió en tres días. La segunda vez cuando el mogólico de El Chino se garchó a la piba borracha en el calabozo; lo limpio en tres horas. La última, el quilombo de los faloperos porteños, cuando Termas Blancas se llenó de periodistas; lo resolvió de toque y en el camino tuvo que acostar a un compañero de la primaria, encima al pedo, porque el campo que consiguió soñando con el famoso niobio no tenía nada, como en definitiva nada en Termas Blancas tenía nada. Pero bueno, la enumeración de problemas resueltos lo sedó tanto o más que el rivotril. Se estiró satisfecho y dudaba si pajearse o no, cuando por inercia decidió mirar de nuevo su celular: hacía dos minutos le había entrado un whatsapp de Marasco. Decía "Alayo, tenemos que hablar urgente. ¿Estás para que vaya ahora?"

jueves, 28 de septiembre de 2023

COGER

Alayo bostezó, medio abombado por el orgasmo apurado, conflictuado, de hacía veinte segundos; después manoteó el paquete de Particulares. Sacó el cigarro inevitable, se lo puso en la boca; no encontró fuego, por lo menos en las inmediaciones. Pamela se despatarraba, lánguida, distante. Alayo dudaba entre lo importante -conseguir fuego- y lo importante secundario -captar en alguna expresión de Pamela lo que sabía de sobra, que en el fondo él no la calentaba. ¿Pero entonces? Sí, seguro que sí, antes o después: un favor. Y seguro para su hermanito... Hija de puta. Qué maldición el que lo calentara tanto. Ah, bueno, en el bolsillo delantero del pantalón estaba la tuquera del Chueco. Listo pero "ay, mi torito, seguís juntándote con esos faloperos de mierda...". Era cierto, el olor a porro se sentiría a medio kilómetro; un asco, en serio. "Perdoname, diosa. Pero ya sabés. Negocios son negocios...". Siempre la misma frase; tenía que habérsela tatuado ya. "Tenés que cambiar el chip, torito. No podés seguir mezclándote con todo ese lumpenaje, estás para mucho más; vos estás para otras cosas...". Alayo dio una pitada larga al cigarro y sonrió para sí. Si supieras, diosa. Si supieras la cantidad de guita que levanto en un mes por mezclarme con el lumpenaje y que vos, siendo una profesional brillante, no juntarías ni en cinco años. Si supieras que gasto en una noche en una mesa de juego lo que vos y tus papás cagados en guita que viven en Miami se gastan cada vez que se van a pelotudear a Europa. Pero como para seguir cogiéndote tengo que disimular; "sí, ya sé, diosa. Pero bueno, las cosas son así, hay que mezclase en la mierda, es mi laburo. Están los rochos, el lumpenaje, como decís vos, de un lado; y están ustedes del otro. Yo y los míos estamos en el medio. Y decí que estamos en el medio, diosa, porque si el lumpenaje te agarra..."; se le había parado la pija de nuevo y medio que se le tiraba encima. Pamela lo frenó en seco: "pará, pará, no jodás, acabamos de coger recién, jeropa. ¿Tenés algo para tomar?". Alayo, resignado y con una erección que en términos institucionales ya era una bandera a media asta, se levantó pesadamente de la cama... "Hija de puta, ya pusiste la cuenta regresiva para pedirme el favor, turra. te conozco." Eso hubiera querido decirle. En cambio preguntó si estaba, siendo mediodía, para un Johny negro. La respuesta era obvia: "Dale". Bue, por lo menos se la había cogido. Sirvió dos johnies negros en los mismos vasos donde habían terminado el vino que ella trajo para el almuerzo. No le puso ni hielos porque cada vez se sentía más zarpado: "¿en cuánto el favor?", pensaba. "¿En cuánto?". Brindaron, taimados, cada uno sabiendo la jugada del otro que se venía, un clásico ajedrez sexual-etílico que ganaría... No, ganaría siempre ella, se sinceró Alayó. "Hija de puta, me tiene de hijo. Bueno, vamos a ver...". Charlaron un rato largo, una hora mínimo, capaz una hora y media, de esto y aquello, de Moreno y el Indec, de la yegua, de la denuncia sorpresiva de Nisman, de Netflix, de las reuniones con ex compañeros del primario y/o secundario que habilitaba Facebook. Alayo ya estaba medio en pedo de nuevo después de servir la cuarta medida de Johny (con la que se terminaba la botella). La pija le explotaba y decidió jugarse el todo por el todo: "¿tu hermano bien?. Pamela sonrió apenas, con las tetas que rebotaban gloriosamente la luz de una tarde incipiente que empezaba a esbozarse en el cielo: "y... bueno. El pelotudo se metió de nuevo en un quilombo...". Listo. Por ahí iba la cosa. Alayo se atragantó con lo que quedaba de whisky y aunque un último resto de lucidez le decía que no hablara, por Dios, que no hablara, bueno, habló: "ahh, dale, hija de puta. Para eso venís ¿no?, Para calentarme y que le resuelva los problemas al pelotudo de tu hermano...". La cara de la farsante de Pamela daba para un curso de actuación: "Augusto, ¿sos tarado? de qué hablás, por Dios... Estás borracho, qué carajo tiene que ver mi hermano, hijo de puta...!!!" El epílogo fue obvio, aún cuando Alayo del mismo recordara solo imágenes aisladas, flashes tumultuosos e insonoros, porque a partir de un punto (él había sacado otra botella de whisky) ya veía gestos y escuchaba palabras pero no sabía bien qué mensaje le traían; Pamela, después de escupirlo, darle dos tortazos e insultarlo de arriba a abajo se iba cerrando con un portazo. Alayo quedó mirando la tarde con su mejor cara de pelotudo. Era una tarde hermosa, con sol dorado, perfecto y un cielo límpido, puro. Entró, se sirvió una medida cuádruple de whisky. "Listo", pensó. "Llamo a las chicas: que vengan mínimo tres" decidió y sacó el celular molesto, inquieto. Notó en el piso una hebilla de Pamela y mecánicamente se agachó a buscarla, lo que impidió que el itacazo que destrozó el vidrio de su ventana le volara la cabeza.

domingo, 24 de septiembre de 2023

MEAR

Alayo abrió los ojos lento, armonioso, por un instante beatífico. Una luz dorada y amable lo inundaba todo: la tibia, adormecedora luz de un sol otoñal de media mañana. Lo inundaba además un calorcito que al principio también le resultó beatífico pero enseguida no; se había meado encima. "La reconcha de la lora, ¿qué mierda...?", se levantó, brusco y asqueado. No podía creer lo que veía. ¿En serio se había meado en la cama? ¿Pero qué carajo le pasaba? Arrastró sábanas y frazada de un tirón, las tiró a un costado de la pieza y se metió en la ducha. Le llamó la atención que no tuviera ningún dolor de cabeza; cero resaca. Raro para la cantidad de escabio que se había metido en los últimos dos días. El shampoo y el jabón lo empezaron a relajar pero en un momento sintió que se cagaba encima y, por primera vez en su vida, decidió garcar en la bañera. "En qué piltrafa me estoy convirtiendo", pensó mientras satisfactorios chorros de diarrea se le resbalaban por las piernas, al instante milagrosamente purificados por el agua que se derrumbaba desde la ducha. "Qué gran invento el agua corriente, la puta madre..." reflexionó, ecuánime y sagaz. Se quedó bañándose casi veinte minutos, paja incluída. Se secó, se vistió. Se hizo un café batido y se comió tres medialunas de manteca y una de grasa que había arriba de la heladera. Carajo, qué hambre. Recién después de despachar la cuarta medialuna manoteó el celular. Doscientas llamadas perdidas. ¿Qué onda? De casualidad vio el día: 28 de abril. 28 de abril de 2014. Fa. Se había dormido un día y medio. Con razón se había meado en la cama y se había cagado en la ducha. Claro, si hacía dos días que no dormía, todo por el pelotudo del Lungo, que por suerte bien muerto estaba. Escupió en la pileta de la cocina un garzo de un verdor de esmeralda y abrió la heladera. Había un plato de fideos con tuco, media banana (sin cáscara), una botella de Bols y una lata de Quilmes. La lata de Quilmes le recordó al mamerto del Chueco pero la abrió igual. Increíble que se hubiera dormido un día y medio. Se acordó una anécdota que le había contado el Chueco. Un tarado amigo de él que era medio puto (reprimido) y abstemio estuvo dos días seguidos tomando merca y pese a que se había quedado sin milonga no podía bajar. Alguien le recomendó el remedio ortodoxo: sexo y/o alcohol. Pero como era medio puto reprimido y abstemio no le daba. Entonces el Chueco se acordó una cosa que siempre le decía su abuela formoseña cuando él a los doce años empezaba a escabiar y ya se notaba que en ese terreno iba a ir a fondo: "Tu abuelo era borracho como vos, pero sabés, para laburar doce horas y estar todo el día en pedo además de vino tomaba mucha agua". El Chueco tiró esa idea y el pibe se puso a tomar agua, agua y más agua. Fácil se había tomado, según el Chueco, tres o cuatro litros. Y la merca le bajó, no por el agua sino porque ya había dejado de tomar hacía varias horas. Se había quedado dormido, tranquilo, medio temblando todavía, pero bien, y al rato se había meado encima. Según el Chueco entonces él le había sacado el pantalón meado y de golpe se había calentado y se lo había cogido. El Chueco era un degenerado pero también era muy mentiroso. ¿En serio se lo habría garchado? ¿En serio le había recomendado tomar agua para bajar la merca? Capaz nada había pasado. Capaz el tarado amigo del Chueco ni había existido. Capaz... Alayo detuvo la acumulación de preguntas en su cabeza porque había sonado el timbre. Se asomó a la puerta. Su ex, con una mueca de trola que le habría parado la japi a un viejo de ciento veinte años, le guiñaba el ojo, botella de Luigi Bosca en mano, y le preguntaba si no podía pasar.

viernes, 22 de septiembre de 2023

ARREGLAR

Picapiedra estaba sentado delante de él. Tenía un pedo para quinientos pero era notorio que intentaba -trabajosamente- optar por la adustez. Era feo pero esa noche se lo veía particularmente horrible: la nariz aplastada, casi de chancho; los ojitos rápidos y ventajeros, vidriosos de escabio; la sequedad abrumadora de los pómulos que lo hacían parecer la máscara de cera de un museo patético de un pueblo de mierda de provincias. Mientras se acomodaban en el living Alayo recordó la única joda que habían compartido con Picapiedra, con Picapiedra y su hermano, un cumpleaños del Lungo, hacía unos ocho, diez años capaz. Picapiedra se había llevado una trola que no tendría más de quince años y estuvo toda la noche haciéndose chupar la pija, una pija extraña, como torcida, con la cabezota grotesca, reluciente como una bola de billar, sin acabar jamás. En un momento Alayo le había preguntado al Lungo "Che, le pasa algo a tu hermano, que no acaba nunca...?" El lungo le había respondido, socarrón y carraspeando: "lo que pasa es que está tomando merca, el pelotudo... ¿ahora... vos qué onda? ¿Desde cuándo andás relojeando pijas ajenas?...". Alayo había apurado la ginebra y había resumido molesto, casi escupiendo al Lungo de la bronca: "es la última vez que un forro de los tuyos toma merca adelante mío. Donde se come no se caga, entendés, mogólico. Que tu hermano deje de tomar merca, que la pendeja se trague la leche y que se vayan a dormir de una puta vez, si no se bancan coger y escabiar sin gilada no están para estar acá..." Hasta ahí Alayo se acordaba perfecto, o más o menos perfecto; a partir de ahí su inmersión en la ginebra había sido tan profunda que se había hundido del todo y los recuerdos, suponía, habían quedado a flote. Del resto de la noche no se acordaba nada: si Picapiedra y su pija deforme habían acabado, qué había hecho el Lungo, si él mismo había cogido... Nada. Pero eso había pasado hacía mucho. Ya no se ponía ciego, salvo solo y encerrado entre cuatro paredes. Y ahora Picapiedra y su pija deforme y, suponía, dormida, estaban adelante de él, y él hacía unas dos o tres horas que había boleteado al hermano de Picapiedra. Había que arreglar. Eso en principio. Si el principio no funcionaba Alayo tenía debajo de los almohadones donde estaba sentado una escopeta cargada, y debajo de la mesa ratona que lo enfrentaba a Picapiedra la cuarenta y cinco disimulada abajo de unas revistas de pintura de la puta de su ex. Sirvió dos Johnies, estiro el vaso y suspirando exhausto preguntó: "Picapiedra, ¿qué carajo pasa...?" Picapiedra tembló súbito y violento, dolorido y duro. " es... es... es mi hermano. Nos cagó, el hijo de puta. Alayo, nos recagó el hijo de re mil putas..." Alayo suspiró, fingiendo preocupación pero expirando alivio, y le dio un largo, tranquilo beso al Johnie. "Me lo veía venir..." anunció con la resignación de un profeta agobiado por escupir verdades sistemáticamente desoídas. "Me lo veía venir...". Picapiedra apuró su medida de Johnie de un tirón y medio se atragantó y tosió: "¿y qué carajo hacemos, Alayo, la puta madre, eh? ¿Lo matamos o qué?" Alayo se paró con una euforia solmene pero contenida: "Picapiedra, escuchame bien. Tu hermano ya está muerto. Hablamos mañana. Estoy cansado. Tengo que dormir..." Picapiedra lo miró con una mezcla de desconcierto y angustia: "¿Lo mataste? ¿Mataste al Lungo?". Alayo lo miró desconsiderado y por un momento barajó la posibilidad de meterle un tiro en la cabeza. "¿Qué carajo querías que hiciera, pelotudo, eh? Dale, me tengo que dormir. Hablamos mañana..." Picapiedra se levantó, más cohibido que triste o enojado. Alayo le abrió la puerta, cuarenta y cinco (disimulada) en mano. Picapidedra se subió al cohe y puso el motor en marcha. Alayo paneó la cuadra. Empezaba a amanecer y la posibilidad de la presencia del Negro ahora le parecía ridícula. Sin embargo un coágulo oscuro e indeterminado a lo lejos lo inquietó. Podía ser cualquier cosa, pero... "Ya arreglé", pensó. "Tengo que dormir. Y tengo que zafar...". Se metió la pistola en el pantalón, entro y cerró la puerta. Picapiedra antes de que entrara lo saludó apenas, con cara de estar asistiendo al inicio el fin del mundo, pero Alayo ni se enteró.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

DORMIR

Alayo abrió la puerta de su casa y fue directo al living, cuarenta y cinco en mano. Encendió la luz, abrió la puerta de la bodega, sacó el Johnnie negro y empujó tres o cuatro medidas en un vaso de plástico verde que encontró sobre la mesa al lado de un plato con restos de pollo y ensalada. Apuró medio vaso de dos tragos y eructó y suspiró casi al mismo tiempo, desplomándose sobre el sillón, vaso y cuarenta y cinco en mano. Sintió que el whisky le hacía bien y tomó un nuevo trago largo. ¿Qué carajo le estaba pasando? Era cierto que llevaba casi dos días sin dormir. ¿Podría estar alucinando? Remató el vaso verde y se sirvió otra medida, ahora normal. "Sí, tiene que haber sido una alucinación" pensó y sintió que el calor del whisky acentuaba esa certeza repentina. "Antes de zafar tengo que dormir" se dijo y sonrió, sombrío; "la que faltaba, terminar a los tiros con un fantasma...". ¿Cuándo había escuchado del Negro por primera vez? Haría unos veinte años. Sí, fue cuando apareció ahorcado el violín ése. Él había preguntado quién lo había colgado y los muchachos le porfiaron que ninguno de ellos. Era lo mismo, nadie iba a preguntar por él, pero inesperadamente alguien preguntó, una tía, no sabía si de sangre o postiza, una mujer vieja y enclenque que medio lo había criado. Alayo le había dicho que el infeliz se había ahorcado y que no se había perdido nada. La mina había bajado la cabeza resignada y habia dicho que sabía que su sobrino iba a terminar así y Alayo le había retrucado que obvio, si había criado un degenerado no había esperanza de que terminara mejor, por lo menos había tenido la dignidad de colgarse. Pero ella había negado con la cabeza. No lo decidió él, fue El Negro. El Negro le dijo que se ahorcara. ¿Que negro? ¿Había un cómplice, quién carajo era, había prepoteado Alayo a la mujer. No, no, no era un hombre; El Negro era un disfraz del Malo, había dicho la mujer, temerosa y se había hecho la señal de la cruz. Alayo la miró con desprecio pero con cierta intriga, ¿cómo era eso? Sí, El Negro se le había aparecido dos veces, él se lo había confesado: "Tía, perdón, hice algo malo. Y se me apareció un hombre negro. Tengo miedo" Ella le había dado un rosario y juntos habían rezado muchos padresnuetros y muchos avemarías y su sobrino se había quedado tranquilo, al menos por un tiempo. Pero pasado un año o algo así su sobrino había vuelto de nuevo cagado en las patas, "tía, volví a hacer algo malo. Y el hombre negro se me volvió a aparecer. Me dice que tengo que matarme..." Ella de nuevo había sacado el rosario pero esta vez su sobrino ya no se calmó. Esto había pasado tres días antes de que se colgara. El relato de la vieja lo había medio sugestionado pero Alayo decidió no demostrarlo: "además de ser un degenerado su sobrino estaba loco, señora. Trate de no criar más a nadie..." Pero algo mínimo, una semilla chiquita de incertidumbre había quedado en el fondo de Alayo. Y después, a lo largo del tiempo, se enteró de que otra gente había visto al Negro. Y ahora lo había visto él. En fin, tenía que dormir. Se imaginó acostándose, tapándose y al Negro mirándolo sarcástico parado al lado de la cama. Apuró el vaso verde y se sirvió otra medida. Empezaba estar medio en pedo pero para dormirse se iba a tener que poner en pedo del todo. O tomarse esa mierda de clonazepam que tomaba la puta de su ex. ¿Con quién estaría revolcándose la muy trola? Pensó en su ex chupandole la pija a un cualquiera y una mezcla de calentura y celos se le metió de prepo en el cuerpo y lo hizo olvidarse de todo. Manoteó su celular para llamar a alguna de las chicas y sacarse de encima esa sensación abrumadora y justo vió que entraba una llamada del Chueco. Fastidiado, atendió. "Se pudrió todo, el hermano del Lungo está yendo para su casa...". Alayo cortó, se levantó y se asomó a la ventana: el coche del hermano de El Lungo clavaba los frenos con brusquedad frente a la puerta de su casa.

martes, 29 de agosto de 2023

ZAFAR

Alayo sacó su paquete de Particulares, extrajo un cigarro y tanteó en los bolsillos, buscando su encendedor. No lo encontró. El Chueco le adivinó la intención y le ofreció una cajita de fósforos agujereada para hacer de tuquera. El olor a porro que despedia a Alayo le revolvió las tripas pero la aceptó resignado. Encendió pensativo el Particulares y pensó "tengo que zafar de esto de una puta vez..." El Chueco miraba el cuerpo de El Lungo despatarrado delante de ellos mientras se acariciaba la cicatriz de la mejilla. "Lo bueno de los fierros es que si apuntás a la cabeza es lo mismo pegar un corchazo con una veintidós que con un FAL..." anunció filosófico. Era verdad. Si se miraba al Lungo el agujero en la sien parecía un rasguño. "¿Lo llevo a la Chacra..." inquirió El Chueco mientras tiraba la lata de cerveza Quilmes vacía, forcejeaba con la bragueta, pelaba la poronga y se ponía a mear. Alayo lo miro serio. "No me salpiqués, pelotudo..." le dijo glacial y volvió a pensar "tengo que zafar de esto. Zafar de una puta vez..." El Chueco bajó la vista y se alejó un poco, susurrando un perdón inaudible. Alayo pensó en cuántos años, cuántas jodas, cuántas putas y cuántas botellas de whisky había compartido con El Lungo. Bueno, todo tenía un final. Y además El Lungo se lo había buscado. El Chueco había terminado de mear y se acercaba de nuevo. "Lo llevo a la Chacra, ¿no?", insistió. Alayo sin mirarlo asintió con la cabeza. "Llevalo. No puedo creer que este boludo también terminó de alimento para los chanchos..." El Chueco bajó la cabeza, falsamente respetuoso. "Listo entonces... voy y vuelvo, ¿me espera quince minutos y lo llevo de nuevo a la taquería?" Alayo se quedó en silencio largos segundos, le pegó una seca larguísima al cigarro y negó de nuevo con la cabeza. "Me vuelvo caminando. Tengo que pensar. Hay cosas que no me cierran..." El Chueco tragó saliva. "OK. Mañana le hablo entonces. Si le parece..." Alayo asintió apenas y El Chueco saludó con la cabeza, abrió la puerta del coche, encendió el motor y a los cinco segundos ya no estaba. "Tengo que zafar de una puta vez de todo esto." pensó Alayo. Terminó de pensar esa frase y lo vio. Al principio no podía distinguirlo bien. Era como una sombra que podía ser cualquier cosa. Pero ajustó la mirada y no: había un tipo parado a metros de él. Fijo. Quieto. Todo de negro. Alayo llevó la mano a la cuarenta y cinco. No supo cómo, porque no se podía distinguir casi nada, pero sabía que el tipo de negro estaba sonriendo; le estaba sonriendo. "Entonces es verdad..." alcanzó a pensar mientras se le ponía la piel de gallina y apuntaba con el arma. "Tendrías que venir conmigo, ¿no?", le preguntó el hombre negro mientras se llevaba la mano a la garganta como si tuviera un cuchillo y hacía el gesto de degollarse. "Hijo de puta, ¿quién sos?" preguntó Alayo nervioso. En ese momento el auto de El Chueco volvía a toda velocidad y frenaba a unos metros de donde estaba Alayo. El pelotudo del Chueco se habia olvidado algo, seguro, pero también por suerte. Cuando la puerta del coche se abrió y El Chueco empezaba bajarse Alayo miró en dirección a donde estaba el hombre negro. No había nadie.